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jueves, 21 de diciembre de 2023

Pero no quiero

No he venido a decirte que no puedo vivir sin ti. 
Puedo vivir sin ti…
pero no quiero”

Fueron dos toques de nudillo en la puerta de la casa de Mark Ruffalo (Jeff en Dicen por ahí) los que le llevaron a darse de bruces con una Jennifer Aniston (Sarah) derruida, triste hasta la extenuación y con unos ojos henchidos de llorar que me recordaron mucho al amigo sobre el que va esta historia. Mark la dejó entrar, evidentemente, y comenzaron a recriminarse todo lo malo que había habido entre ellos, que era mucho. Es curioso que, casi siempre que una relación no avanza, hay que explotar para volver a recomponerla o, quizá, para decir lo que llevamos tan adentro que de cualquier otra forma es casi imposible sacar fuera de ti. Y ella, con el corazón destrozado, el alma partida y la voz temblorosa, le dice la frase que encabeza este texto y que me parece tan impresionante como para pararme a pensar sobre ella y, por qué no, darle forma a la idea recordando aquel tipo de ojos verdosos que un día me contó su historia. Una historia que narró, más o menos, así:


Puedo vivir sin ti, no te quepa duda. Nadie se muere de amor, a nadie se le parte el corazón más que de forma metafórica y ni mi aorta ni mi cava quedarán taponadas por la tristeza. Mañana, Dios mediante, seguiré respirando, mi rutina diaria no variará en exceso, mis obligaciones estarán ahí y, con el paso de los días, las lágrimas provocadas por tu partida se convertirán únicamente en pena. Después, al cabo de unas semanas, en un nudo en el estómago; más tarde en melancolía, luego en resentimiento y, por último, en un recuerdo borroso que será taponado por otros besos perdidos bajo algún edredón de pluma. En definitiva: No he venido a decirte que no puedo vivir sin ti. Puedo vivir sin ti…

…Pero no quiero. 

No quiero imaginar un futuro en el que no sea tu boca la última que bese antes de irme a dormir. No quiero otras manos que me acaricien el pelo ni otros ojos que me miren con la dulzura de una niña después de sudar como adultos. No quiero discusiones con nadie más que contigo porque me he dado cuenta que prefiero discutir contigo a hacer el amor con cualquier otra. No quiero nuevas primeras citas, no quiero el nerviosismo del primer beso ni conocer la película o el color favorito de nadie más; quiero saberlo todo de ti, quiero que llegue el punto en que nos comuniquemos con una mirada y quiero discutir tan violentamente que, luego, cuando todo pase, que pasará, no quede otra opción que perdonarnos de la manera más pasional posible. No quiero inventarle apelativos a otra mujer ni olvidarme del sabor de tus labios, no quiero planes en los que no aparezcas ni un futuro sin ti, arremangada a mi lado. No quiero pasarme el resto de mi vida pensando lo bonito que pudo ser algo que jamás comenzó ni lo estúpidos que fuimos por no intentarlo, por no darnos la oportunidad que merecíamos pero que, por miedo, nunca sucedió. No quiero quedarme con la duda porque no hay nada peor en esta vida que no poder pasar página por un renglón incompleto. No quiero perderte sin tener la seguridad de que no eres tú la que está destinada a pasar el resto de los dias que me queden deambulando por aquí a mi lado. No quiero dejar ir a quien me hizo tan feliz como no soy capaz de alcanzar a recordar. 

“¿Y si ella sí quiere?” - le pregunté yo.

- “Entonces me marcharé con la conciencia tranquila porque yo sí lo intenté todo, absolutamente todo… y esa es la única manera que existe para no regresar jamás”. 

lunes, 17 de abril de 2017

Ojalá volviésemos a ser desconocidos

El otro día contemplé cómo Will Smith mandaba, en una película cuyo nombre no importa demasiado para el caso que nos atañe, una nota en donde le decía a una preciosa mujer una frase que, en su momento, me pareció la más bonita de las que he escuchado en los últimos tiempos: “ojala volviésemos a ser desconocidos”, y que, más tarde, me sirvió para escribir estas líneas con las que obsequio a quien tenga a bien hacerlas suyas. 

Comencé a darle vueltas en una noche de viernes de esas en las que ya no me pierdo en bares ni me ahogo en vasos de alcohol y, como decía, me llegó bien dentro. “Ojalá volviésemos a ser desconocidos”, le decía a su esposa, “ojalá volver a revivir ese primer beso que no se olvida” – pensé yo – “esa primera caricia o el primer ‘te quiero’. Volver a sentir mariposas surcando nuestros estómagos o volver a ver florecer la pasión que un día pudo competir con las llamas del mismísimo infierno”.

Me maravilló aquella breve oración y todo lo que conllevaba. Se me antojó tan romántica que quise hacerle un homenaje escrito en este blog que hace tiempo que pasa demasiado desapercibido en mi día a día. Ya no escribo como antes, ni bebo como antes, ni salgo como antes y casi ni beso como antes. Y creo que todo está íntimamente relacionado entre sí aunque ese, queridos amigos, será un tema que abordaremos más adelante. Hoy estamos con otra cosa.

Volver a repetir cada segundo, volver a conocernos en los pasillos de algún triste edificio o volver a pasear bajo las estrellas una noche calurosa de junio. Volverme a enamorar de tus ojos verdes, a nadar pensando en ti, a notar el rubor de tus mejillas o el tacto de tu piel desnuda. Volver a perderme debajo de tu falda o a encontrarme en los lunares de tu pecho; volver, en definitiva, a enamorarme de ti una y otra vez como aquella primera que parece que fue ayer. ¿Ojalá volviésemos a ser desconocidos? Pues la verdad es que no.


Porque luego de varias horas comprendí que Will no había estado jamás tan equivocado y que el amor, el verdadero amor, no vive ni se alimenta de primeros momentos, porque quedarse con la primera vez significa desprestigiar a las que vienen más tarde… y no hay nada más triste que eso. Querer es mucho más que esa primera vez, es todas las que veces que vienen luego, las bonitas y las desagradables, las que te hartan y las que nunca te dejan de alegrar, las que deseas que no se vayan y las que hacía tanto tiempo que no experimentabas que creíste que no volverías a probar. Uno ama de verdad cuando esas mariposas del estómago se fueron tan lejos que sabes perfectamente que ya no volverán pero tú sigues necesitando que esos ojos que te miraron una vez como nunca nadie te volverá a mirar, lo sigan haciendo todos los días de tu vida y, si Dios quiere, muchos, muchísimos más.

Así que cuando encuentres a esa persona que te completa, que te hace ser tan tú como nunca pudiste imaginar, no le digas lo que Will Smith le dijo al amor de su vida ni tampoco te engañe LoveStory, porque al igual que el amor es decir ‘lo siento’ incluso a veces cuando llevas la razón, ese mismo amor en el que creo tanto que me deja sin respiración no se basa únicamente en la primera ocasión que un día se produjo, sino en todos los momentos de esfuerzo y sacrificio que vendrán más tarde. Nada cuesta más que el amor verdadero, hay que cuidarlo y mimarlo, trabajarlo y dejarse la vida por él. Por eso, porque nada es más laborioso que él, no hay nada más valioso en toda esta vida o, por decirlo de otra manera: “lo que merece la pena cuesta y, si no cuesta, no merece la pena”.

lunes, 10 de octubre de 2016

El pero

El ‘pero’ es la palabra más puta que conozco: “te quiero, pero…”, “podría ser, pero… “, “no es nada grave, pero…” ¿Se da cuenta? Una palabra de mierda que sirve para dinamitar lo que era o lo que podría haber sido, pero que nunca fue.

Pocas veces en la historia del cine se creó una película más bella, bien llevada y mejor hecha que la que dirigió y estrenó allá por 2009 Juan José Campanella. El Secreto de sus ojos es, para mí, una de las cien mejores películas de la historia y, sin duda, la mejor que ese país de acento meloso, pavas de mate, sabor a tango y balompié nos ha regalado. Y dentro, escarbando un poco en esa maravilla del séptimo arte, encontramos la reflexión que encabeza este texto y que se erige hoy como principal enemigo del condicional, del ‘pero’ y el ‘y si’; del dejar de lado lo que se puede hacer y nunca llega a realizarse.

No hay nada que más aterre a quién les escribe que el condicional, que ese maldito tiempo verbal que te arrebata realidades para convertirlas en sueños y luego, con el paso del tiempo, transforma esos mismos sueños en irreparables frustraciones. Siempre es mejor arrepentirse de algo que no hacerlo, porque al final, con el paso de los días, el pensamiento de qué pudo haber ocurrido si lo hubiera realizado, si me hubiera armado de valor para decirle que la quería, para darle aquel beso que nunca salió de mis labios, para rogarle que no se fuese, que se quedase aquí un rato más… pesa más que cualquier fallo, por muy garrafal que este haya podido ser. Temer que tus actos puedan salir mal nunca debe ser motivo para frenar lo que puede hacerte feliz esa noche, esa semana o el resto de tu vida. Jamás.

Los romanos lo llamaron ‘carpe diem’ y, tras Horacio, los más románticos basaron su vida en ese concepto tan apasionado como tremendamente irreverente. Chaplin lo plasmó como metáfora utilizando su profesión: “La vida es una obra de teatro que no permite ensayos. Por eso canta, ríe, baila, llora y vive intensamente cada momento antes de que el telón baje y la obra termine sin aplausos”. Ríe o llora, ama u odia, sal a la calle y corre, o quédate en casa leyendo, pero no dejes pasar el tiempo sin hacer lo que te colme, lo que te haga tan feliz que consiga avanzar a toda máquina las manecillas de ese reloj incesante que un día, cuando menos te lo esperes, se detendrá para no volver a echar a andar jamás.

 
Que no quede en tu tintero un beso que quieras dar y no des por temor. No guardes en la recámara una caricia, un abrazo o una noche desnudo junto a ella bajo las sábanas blancas de una oscura habitación. No dejes escondido un piropo por el miedo al qué dirán, ni esperes a que el próximo tren pase por la estación por si acaso, sin darte cuenta, ese al que estás a punto de subir es el último. Destierra de tu vocabulario el “a ver si nos juntamos un día” y queda con él esta misma noche; olvídate de “el verano que viene tenemos que ir a…” porque nunca lo harás. Saca el billete ahora, móntate en el avión y lárgate a ese lugar con el que sueñas aún a riesgo de no sea como tú creías. No esperes a que el mundo gire en torno a ti ni a que los astros se alineen para hacer lo que más deseas, aquello que tanto anhelas y pospones una y otra vez. No aguardes a mañana para comenzar a vivir porque llegará un día en que las arrugas pueblen tu piel y eches la vista atrás dándote cuenta de que, como decía Enrique VIII en los Tudor, el tiempo es el único bien que no se puede volver a comprar.

Salta si te apetece saltar, llora si la pena te corroe, ama siempre y en todo lugar, corre cuando el mundo intente atraparte, sonríe todo lo que puedas y exprime hasta el último segundo de ésta, tu única vida terrenal y conocida. No temas al qué pasará, pues a todo se le puede poner solución menos a las cosas que nunca llegamos a hacer. Así que hazlas. Ahora. ¡¡Ya!!

domingo, 14 de febrero de 2016

Love Story y San Valentín

La frase más rotundamente falsa sobre el amor que he oído en mi vida se la escuché a Ali MacGraw en Love Story. Ella, entre lágrimas, le recrimina a Ryan O’Neal que le pida perdón: “el amor es no tener que decir nunca lo siento” sentenciaba aquella morena de ojos verdes que un día enamoró a medio mundo. Pero, como digo, nada más alejado de la realidad.


El amor es todo lo contrario, es decir siempre ‘lo siento’. Siempre. Incluso, en ocasiones, cuando llevas la razón. No cabe el egoísmo o la soberbia en un sentimiento tan puro como es el amor. Es precisamente la generosidad del que lo da todo sin recibir nada a cambio la piedra angular donde se sustenta cualquier relación amorosa. Entregarle todo a alguien aún a riesgo de que te lo robe y se marche a otro lugar. Regalarle tu cuerpo y tu alma a una persona para que haga con ellas lo que quiera, lo que le venga en gana. Olvidarte de ti para concentrarte en ella. Dejar, en definitiva, de ser tú para pasar a formar un ‘nosotros’. Enamorarte de alguien es el gesto más generoso de cuantos puede realizar el ser humano y es por eso por lo que es, sin duda alguna, el motor de la vida y la única razón de toda existencia.

Vivimos en una sociedad que se avergüenza cada vez más del amor, de ese amor romántico de película que intentamos dilapidar de nuestras vidas porque (hasta dónde habremos llegado, madre del amor hermoso) lo consideramos inapropiado. “Yo celebro San Valentín todos los días, no el 14 de febrero” es la frase que te apostillarán en cualquier bar de este desdichado país en los días posteriores y anteriores a la fecha actual. “Mira, tú lo que eres es gilipollas” creo que es la contestación más adecuada a semejante chorrada. Porque no, esa gente, que son los mismos que odian la navidad por ‘falsa’, no demuestran su amor ningún otro día o derrochan bondad durante otra época del año. Esa masa de anormalizados se encarga ya no sólo de aplacar sus propios sentimientos sino también de intentar humillar a los demás por tenerlos y creo, sinceramente, que el que es capaz de joderle la ilusión a otro es incapaz de demostrar cualquier expresión de afecto. San Valentín es malo por hortera, no por ser el día en que aprovechas una fecha para decirle a la mujer que amas cuánto la quieres o lo bonita que está.

Que el amor se demuestra a diario es una obviedad tan abrumadora que debería estar penado ir recordándolo cada 14 de febrero. Sin embargo, que haya un día para conmemorar el amor me parece tan maravilloso como que haya otro para hacerlo con las enfermedades raras, el cáncer, la amistad o la labor de las mujeres en la sociedad. Es un día para salir a cenar o quedarte en el sofá viendo una película, un día para regalar un detalle o no hacerlo, para tomarlo por especial o que únicamente te sirva para tener la excusa para desnudarla y llevártela a la cama, pero es una fecha que a este mundo tan repleto de odio, ruindad y malas intenciones le viene bien para, por un momento, recordarnos qué afortunados somos al tener a una persona que nos quiere, que nos da su vida a cambio de nada y que, por muchas veces que se equivoque, siempre es capaz de volver llorando a la puerta de casa para decirte que lo siente de corazón.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Whiplash

Con la resaca de los Oscars aún presente, ahondo en la que, para mí, era sin duda la película más talentosa de las ocho nominadas. De Whiplash como film ya he hablado más o menos en Twitter y quizá hasta escriba algo más extenso en los próximos días. Hoy, sin embargo, quería dejaros un diálogo de la película que ya de por sí vale un premio. Os pongo en situación ya que, aunque voy a intentar subir el vídeo a Youtube, dudo mucho que no lo retiren en pocas horas.


La escena se desarrolla en un bar donde Terence Fletcher (J.K Simmons) toca junto a su banda. Su ex alumno, Andrew Neyman (Miles Teller) pasa por la puerta y ve anunciada la actuación del profesor que más le ha puteado la vida. Entra y lo escucha tocar. Finalizada la pieza, Fletcher lo ve y se acerca a hablar con él invitándolo a una copa. Ahí comienza un diálogo que habla de la motivación del maestro al alumno, de cómo a veces es necesario apretar la naranja con toda la fuerza del mundo para poder sacar el zumo. Y lo cuenta así:

Fletcher: “La verdad es que no creo que la gente entendiese qué es lo que yo hacía en Shaffer*. Yo no estaba allí para dirigir, cualquier imbécil puede mover las manos y mantener el tiempo de una banda. Yo estaba allí para exigir a cualquier alumno más de lo que se espera de él y creo que esa es una necesidad apremiante. De otro modo privaríamos al mundo del siguiente Louis Armstrong o del próximo Charlie Parker. ¿Te he contado la historia de cómo Charlie Parker se convirtió en Charlie Parker?"
Neyman: "Joe Jones le tiró un platillo".
Fletcher: "Exactamente. Parker era un chico joven, muy bueno con el saxo, pero en un concierto va y la caga. Jones casi lo decapita por eso y el público se ríe de él. El chaval llora toda la noche pero, ¿qué hace al día siguiente? Practica. Practica una y otra vez con un solo objetivo: que nadie vuelva a reírse de él nunca más. Al año siguiente vuelve al Reno Club y toca el jodido mejor solo de saxo que se haya escuchado en la historia. Así que imagina por un momento que Jones, en vez de lanzarle un platillo a la cabeza, le hubiera dicho “está bien Charlie, no te preocupes, no estuvo mal. Buen trabajo” Entonces Charlie habría pensado “a la mierda, es verdad, no ha estado mal”. Fin de la historia, no hay Bird*. Para mí eso es una tragedia absoluta, pero es lo que el mundo quiere ahora mientras se pregunta por qué el jazz está muriendo. Por eso te aseguro que cada nuevo álbum de jazz que pasan en algún Starbucks prueba lo que digo, que no hay dos palabras más dañinas en nuestro idioma que “buen trabajo”
Neyman: "¿Pero hay un límite? ¿quizá fuiste demasiado lejos y desanimaste al próximo Charlie Parker?"
Fletcher: "No hombre, no… porque el próximo Charlie Parker nunca se rendiría".


Notas: 
Shaffer: Academia musical donde Fletcher impartía clases
Bird: Apodo con el que se conocía al músico Charlie Parker

jueves, 9 de octubre de 2014

La Princesa Prometida

Desde hace un par de años hacia acá, me suelo poner mucho más emotivo con las efemérides (y el paso del tiempo en general) de lo que nunca creí posible. Como un viejo que pasea por el centro de la ciudad con la mirada perdida y el pensamiento de "todo esto antes era campo", veo con nostalgia el movimiento de las agujas de un reloj que hace tiempo que creo que va mucho más rápido de lo que nos quieren hacer creer. Por eso, fechas tan señaladas como la de hoy me hacen volver a echar la vista atrás hacia mis años de niñez, hacia esos días de balón, mochila, cartas de amor, películas y pijama. 
Cuando me enteré de que un nueve de octubre como el actual La Princesa Prometida cumplía 27 años, supe que el letargo casi absoluto al que he sometido mi blog durante esta última época debía desaparecer en una entrada/homenaje a la que, sin duda, fue una de las películas más importantes, revisionadas y maravillosas de mi infancia.

Sin ser La Princesa Prometida una película espectacular ni en el aspecto estético ni en la profundidad de sus personajes o, incluso, en la trama en general, siempre ha estado presente en las listas de clásicos más valorados de la historia del cine. Yo mismo la introduje sin dudarlo en mi lista de las cien mejores, más por la ternura y el romanticismo que despierta que por cualquier aspecto dramático o interpretativo. Porque esa película es mucho más que noventa y ocho minutos de cine, muchísimo más. Para mí, la historia de Westley y Buttercup, de Íñigo, Fezzic o el Príncipe Humperdinck, es el último cuento de hagas llevado a la gran pantalla, el último resquicio del cine de aventuras de un tiempo en el que aún creíamos que todo era posible.

Una historia de piratas, príncipes malvados, magia y países muy muy lejanos. El cuento por excelencia, una narración que cautiva a grandes y, sobre todo, a los más pequeños de la casa. Con los Acantilados de la locura o el Pantano de fuego, nombres con fuerza y gancho, de esos que inventabas con tus amigos cualquier fin de semana. Con curanderos que reviven muertos y espadachines que buscan venganza. Con gigantes bonachones o asesinos de seis dedos y con una banda sonora digna de elogio. Pero, sobre todo, La Princesa Prometida es una historia que enaltece el sentimiento por excelencia, que encumbra y glorifica al ingrediente por antonomasia de todos los cuentos de hadas: el amor. Desde aquel primer 'Como desees' hasta el beso final que supera a cualquier otro, pasando por el rescate a la chica secuestrada o la lucha a muerte con Vizzini; siempre es por amor. Como no podía ser de otra manera.

Y como para no enamorarse.

Porque mención a parte merece ella, Buttercup. No puede haber hombre que ronde ahora la treintena que no se enamorase perdidamente de Robin Wright en esa época, es metafísicamente imposible. Veintiuna primaveras tenía por aquel entonces y ya encandilaba a cualquiera con esos ojos azules y esa melena dorada. Incluso ahora, cuando uno la observa en su papel de mujer fatal en House of Cards, sigue entreviendo aquella fragilidad ya escondida entre algunas arrugas y que nos hicieron desear tantas y tantas veces que el mundo fuera un poco menos real y se pareciera más a esa historia maravillosa, única y exclusivamente para poder soñar que sería posible conquistarla.


Veintisiete años han pasado ya desde su estreno, los mismos que tengo yo. Mi infancia, adolescencia y madurez han ido pegados a una película que no dejo de ver cada cierto tiempo, porque al volver a verla vuelvo a hacerme niño casi sin darme cuenta. Y es ahí cuando me pongo en el pellejo de un jovencísimo Fred Savage e imagino que yo soy el muchacho al que su abuelo le narra el cuento. Después me convierto en el pirata Roberts y más tarde busco vendetta junto a Íñigo Montoya para, finalmente, notar como ese escalofrío vuelve a surcar mi cuerpo cuando rememoro un beso que, como cuenta la película, superó finalmente a cuantos se dieron antes y se darán después.


martes, 12 de agosto de 2014

RIP, Robin

La primera vez que me encontré con Robin Williams ‘cara a cara’ sería allá por el inicio de la década de los noventa. Fue en una de esas películas que marcan tu infancia, que revisionabas una y otra vez hasta que la cinta del VHS de tu casa empezaba a emborronarse y tenías que sacarla del vídeo, abrirle la tapa y darle un soplido fuerte con la intención de mejorar una calidad que, a pesar de ser ínfima comparada con la de los tiempos actuales, resultaba suficiente para hacer volar tu imaginación durante tardes y tardes. Hook fue, sin duda, una de los grandes clásicos de mi niñez y fue con ella cuando conocí personalmente a ese Peter Pan de carne y hueso que se había alejado de Nunca Jamás para convertirse en un ocupado hombre de negocios. Pronto me interesé más por aquel tipo de sonrisa eterna y aspecto poco hollywoodiense y empecé a devorar los clásicos infantiles que protagonizó: Señora Doubtfire, Jack, Flubber, Patch Adams y, por encima de casi todas, Jumanji. Creo firmemente que ningún niño puede decir que ha tenido una infancia plena si no ha soñado con jugar una partida a ese juego mágico que cayó en manos de Alan Parrish y su amiga Sarah.


Los años pasaron y Robin seguía ahí, en casi todas partes y durante casi todos los días. Puso voz al que, sin duda, es el personaje más divertido del mundo Disney, el genio de Aladdin, y siguió impartiendo clases de risoterapia para un público mucho menos acostumbrado a reír que el infantil. En Good Morning Vietnam supo mezclar a la perfección sus jocosos comentarios con toda una guerra de Vietnam y ganarse a una crítica que se rendiría a él con las que para mí han sido sus otras dos grandes películas: El club de los poetas muertos y el Indomable Will Hunting. 

Pero la vida, tristemente, no deja de ser una sucesión de contrastes y contradicciones. El hombre que sacó una sonrisa a tantos millones de personas se encontraba sólo y deprimido. Aquel muchacho con cara de bonachón y sonrisa imperecedera, se sumió en una depresión sin final que, según parece, lo ha llevado a la más trágica de las muertes en la noche de ayer. Al final, una vez más, la vida vuelve a recordarnos que no todo es del color que creemos ver.


Se marcha un genio del cine, un actorazo sin parangón que deja tras de sí obras de buena calidad pero, sobre todo, papeles que quedan marcados a fuego en la historia reciente del séptimo arte. Se va el hombre pero queda el legado, como suele ocurrir en estos casos en los que un grande nos deja, y pocos eran más grandes frente a una cámara de lo que lo fue él. Los días tristes como el de hoy deberían serlo menos si, en vez de pensar en la tragedia, nos parásemos a homenajear al hombre que se ha ido, visionando alguna de sus grandes obras. La melancolía debería quedar apartada si hoy, en su honor, comenzásemos a hacer realidad esa frase que dijo interpretando a John Keating allá por 1987 y que rezaba:

 "El día de hoy no se volverá a repetir. Vive intensamente cada instante, lo que no significa alocadamente, sino mimando cada situación; escuchando a cada compañero, intentando realizar cada sueño positivo, buscando el éxito del otro, examinándote de la asignatura fundamental de la vida: el Amor. Para que un día no lamentes haber malgastado egoístamente tu capacidad de amar y dar vida"

lunes, 31 de marzo de 2014

Rocky

El genial Luis Calles ha vuelto a crear un vídeo de esos motivadores que tanbien le salen con vistas a la ida de los cuartos de final de la Champions. Lo podéis ver aquí.

Yo, por mi parte, os dejo el fragmento de la película de donde lo ha sacado, la quinta entrega de Rocky. Lo dicho:


"Si sabes lo que vales ve y consigue lo que mereces"

lunes, 3 de marzo de 2014

Cómo ganar un Oscar en menos de 5 minutos

Anoche se dieron los premios más importantes del cine mundial, los Oscar. De entre todas las categorías y sin ánimo de hacer un extenso resúmen de la gala o de algunas de sus curiosidades, quería dejar plasmado dos escenas que valen de por sí un galardón.



La primera de ella le valió a Anne Hataway el premio a mejor actriz secundaria el año pasado. Una escena de menos de cinco minutos que vale su peso en oro.



La segunda, a cargo de Lupita Nyong´o, ganadora del mismo premio en la noche de ayer. Esta vez el vídeo no refleja la escena completa, por eso os recomiendo que veáis 12 Años de Esclavitud, Oscar a la mejor película, para saborear cómo una buena obra se puede hacer enorme por la interpretación de una señorita que prácticamente debutaba en el cine.



Para finalizar dejo un artículo mío de hace unos días con los amigos de Asiento 23 para los que queráis informaros un poco más sobre las películas que han resultado victoriosas y las que no, en una especie de previa de los Oscar.

Otros momentos a tener en cuenta y que uno no debería perderse son:

Monólogo inicial de Ellen Degeneres
Discurso de Jared Letto acordándose de Ucrania y Venezuela, ganador del Oscar a mejor actor de reparto.
Matthew McConaughey gana el Oscar al mejor actor

Se me hizo corta y acabó casi a las siete de la mañana. Es lo que tienen los americanos y su cine, que son geniales.

martes, 25 de febrero de 2014

¿Cuál es tu verso?

De 'El club de los Poetas Muertos' rescato este monólogo de Robin Williams con poema de Walt Whitman incluído.


¡Oh, mi yo! ¡oh, vida! de sus preguntas que vuelven, 
Del desfile interminable de los desleales,
 de las ciudades llenas de necios, 
De mí mismo, que me reprocho siempre 
(pues, ¿quién es más necio que yo, ni más desleal?), 
De los ojos que en vano ansían la luz, de los objetos 
despreciables, de la lucha siempre renovada, 
De lo malos resultados de todo, de las multitudes 
afanosas y sórdidas que me rodean, 
De los años vacíos e inútiles de los demás, 
yo entrelazado con los demás, 
La pregunta, ¡Oh, mi yo!, la pregunta triste que vuelve
 ¿qué de bueno hay en medio de estas cosas, Oh, mi yo, Oh, vida ? 

Respuesta 
Que estás aquí - que existe la vida y la identidad, 
Que prosigue el poderoso drama, 
y que puedes contribuir con un verso.

viernes, 21 de febrero de 2014

Cuerdas


Estaba deambulando una vez más por la inmensidad del ciberespacio cuando he encontrado un corto de animación que, según me cuentan, se alzó victorioso en la pasada gala de los Goya. Sin ser yo muy fan del cine y las producciones nacionales, me he animado a verlo. Cuerdas, que así se llama la obra, es una mágica historia de apenas diez minutos que ensalza la amistad y el amor sobre cualquier otra cosa. Una muy emotiva recreación digna de verse. El cuento está escrito y dirigido por Pedro Solís y protagonizado por Nicolás, un chico con parálisis cerebral, y María, su amiga. Si el corto merece la pena verse únicamente por la belleza del mismo, se acrecienta esa sensación al conocer la historia que encierra.

Uno empieza a hacerse una idea de todo lo que se esconde detrás de Cuerdas cuando la animación acaba y el propio director se despide de la audiencia agradeciendo a tres personas en especial todo lo que le han aportado:

"A mi hija Alejandra: Gracias por inspirarme esta historia.
A mi hijo Nicolás: Ojalá nunca me hubieses inspirado esta historia.
A Lola: Por todo lo que no has llorado delante de mi.""

...Y es en ese momento cuando se te hiela el corazón...

Porque en ocasiones la ficción no es tan dura como lo es la realidad. Porque, en efecto, el director narra la historia de su propio hijo, Nicolás, que en la vida real sufre esa parálisis cerebral que lo mantiene pegado a una silla de ruedas sin movilidad alguna. Uno indaga en la existencia de esa familia y se le encoge el alma, se le eriza la piel y al final no puede más que dar gracias de corazón por lo que tiene y, sobre todo y ante todo, enorgullecerse de que haya personas en el mundo como Pedro Solís, su esposa y su familia.

Aquí podéis escuchar una entrevista en la COPE al director.

Ojalá en el mundo hubiera más Marías y más Alejandras, ojalá todos fuéramos tan valientes y excepcionales como Pedro y Lola. Ojalá la vida se respetase como lo hacen ellos y nos quisiéramos la mitad, únicamente la mitad, de lo que esa familia se ama. Ojalá aprendiéramos un poquito más de toda esa gente y menos de la estupidez humana que reina en la sociedad actual. Ojalá pudiera decirles a todos ellos lo orgulloso que me han hecho sentir esta mañana sin ni siquiera conocerles y, por último, ojalá pudiera mandarles todo mi agradecimiento y mi más sincera enhorabuena; porque si algo creo firmemente es que el fin último de cualquier persona es precisamente eso, ser una buena persona, y sabe Dios que esa familia no puede ser más grande. De corazón y desde la distancia, gracias por un cortometraje tan bonito y sobre todo por ser ejemplo para el resto de la humanidad.


PD: Como veréis no he enlazado el corto en esta entrada, el porqué es muy sencillo y lo entenderéis con esta frase del propio director: "Llevo toda la tarde acordándome de los familiares de los señores de Youtube, llevamos 3 días denunciando y no hay manera de quitar el vídeo de la red. Estoy orgulloso de que tanta gente lo haya visto pero si me iba a comprar una silla nueva para mi hijo ya no podré hacerlo".

lunes, 9 de diciembre de 2013

El otro Bond

Hay otro James Bond más allá del de los coches de lujo y las peleas constantes. Aquí vemos la situación, Eva lo intenta, pero se ve sobrepasada por el bueno de Daniel.


lunes, 28 de octubre de 2013

I don´t know why

A Shawn Colvin la encontré en la banda sonora de Serendipity, una americanada romántica con John Cusack y Kate Beckinsale. Hoy, en uno de esos alardes romanticones que me dan, he encontrado esto.



I don't know why
The sky is so blue
And I don't know why
I'm so in love with you

jueves, 10 de octubre de 2013

Otra Primera Plana

Tengo la costumbre de tuitear de vez en cuando algunas recomendaciones cinéfilas que mis interminables horas frente al televisor me han permitido ir recopilando. Anoche volvía a mi mente aquella fantástica producción de Billy Wilder, protagonizada por Jack Lemmon y Walter Matthau, que lleva por nombre 'Primera Plana'. Hoy me despertaba con un nuevo artículo del genial Manuel Matamoros que, coincidencias de la vida, tiene el mismo título que ese film.

Primera Plana viene a ser una parodia del periodismo americano de los años 30 del siglo pasado. En una época, la actual, en la que la que antaño fuera una profesión lícita, seria y respetable ha tocado el fondo de la bajeza ética y moral más depravada (sobre todo en algunas de sus ramas más significativas, por ejemplo, la del periodismo deportivo) conviene revisionarla una vez más y darse cuenta de que Wilder, como hombre instruido que era, no se equivocaba demasiado al respecto de lo que se había vivido y de lo que quedaba por vivir.


Un periodista como yo, que ha vivido en sus carnes la degeneración de una profesión no mucho tiempo atrás fabulosa, plasmaba hace unos meses su visión sobre la licenciatura (segunda parte AQUÍ), la filosofía, el trabajo y el futuro de la misma para intentar dejar testimonio de lo que ha cambiado el periodismo nacional. Sin otro remedio que el de rendirme ante la evidencia de que la idea preconcebida que teníamos algunos sobre este empleo no era más que un quimérico sueño tan irreal como bonito y tan ilusorio como atractivo, intentaba dejar constancia con esas entradas del por qué de la crisis mediática que vivimos. Tristemente la calidad quedó relegada a la cantidad, el rigor al amarillismo y ese tan recientemente acuñado término de 'meritocracia' desterrado de las redacciones ante un enchufismo tan triste como injusto y tan degradante como patente. Todo eso y mucho más ha llevado al coma más profundo al trabajo más bonito del mundo.


"Un atajo de pobres diablos, con los codos raídos y los pantalones llenos de agujeros, que miran por la cerradura y que despiertan a la gente a medianoche para preguntarle qué opina de Fulanito o Menganita. Que roban a las madres fotos de sus hijas violadas en los parques. ¿Y para qué?. Pues para hacer las delicias de un millón de dependientas y amas de casa. Y, al día siguiente, su reportaje sirve para envolver un periquito muerto". La opinión que tiene sobre los periodistas Hildy Johnson

jueves, 11 de julio de 2013

Una proposición indecente

Con los libros y las películas pasa una cosa común: por muy malas o malos que sean, siempre puedes rescatar algo de ellos. Me pasó con Pear Harbor y hace poco lo recordé con Una proposción indecente, dos dramas bastante flojos pero que se unen en una banda sonora digna de rescatar, la primera de la mano de Hans Zimmer, la segunda y que os dejo hoy, por parte de John Barry.



Alguien dijo una vez: 
Si deseas con mucha fuerza algo, dejalo ir.
Si vuelve a ti será tuyo para siempre 
y sino regresa es que nunca lo fue

viernes, 24 de mayo de 2013

jueves, 21 de marzo de 2013

El cartero

De una película, por muy mala que sea, siempre se pueden sacar cosas buenas. En 'El Cartero' de Kevin Costner también



La vida del rey Enrique V, Tercer acto, escena I
William Shakespeare

¡Una vez más en la brecha, queridos amigos; una vez más, o tapiemos la línea de sus murallas con nuestros muertos! En tiempo de paz nada conviene al hombre tanto como la modestia tranquila y la humildad, pero cuando la tempestad de la guerra sopla en nuestros oídos nos es preciso imitar la acción del tigre: poner en tensión nuestros nervios, hacer llamamiento a nuestra sangre, disimular la nobleza con ira y hacer terrible nuestra mirada…

lunes, 18 de febrero de 2013

Lección de putoamismo

De la película Sin Control, con Jennifer Aniston y Clive Owen


"- Te apuesto 20 dólares a que consigo darte un beso sin tocarte los labios.
- ¿Besarme? ¿Cómo?
- No te lo digo, es la apuesta.
- Vale, enséñame el dinero.
...............................................................
- Vaya, perdí la apuesta..."

miércoles, 6 de febrero de 2013

Lección de la vida frente a un paquete de tabaco

Siempre he dicho que las cosas realmente importantes de la vida se aprenden en los libros, la calle y las películas. Hoy os dejo, a modo de monólogo musica de la película Rock´n Rolla, una lección valiosísima y de bella factura lección sobre los vicios en general



"¿Ves ese paquete de 'fumar mata' que hay sobre el piano? Todo lo que hay que saber de la vida está entre esas 'cuatro paredes'. Verás que a una de tus dos personalidades le seducen los delirios de grandeza: Un paquete dorado de cigarrillos largos con una insignia regia, una atractiva insinuación de glamour y riqueza, una sutil sugerencia de que los cigarrillos son tus leales y reales amigos, y eso Pete... es falso.
Tu otra personalidad intenta que te centres en la otra cara de la moneda. En aburrida negrita y sobre un fondo blanco aparece la afirmación de que esos firmes soldaditos de la muerte en realidad quieren matarte y, esa Pete, es la verdad. 
¡Oh! la belleza cautivadora llama a la muerte y yo soy cautivo de su canto de sirena.
Lo que al principio es dulce al final es amargo y lo que es amargo al final, al principio es dulce."