Magia son los lunares de tu
espalda formando una constelación o tus labios buscando los míos siempre que
tienen ocasión. Tu piel desnuda tumbada en la arena, tu sonrisa vespertina, tus
manos delicadas, tu cara de alegría o tus lágrimas de pena. Y es que no existe brujo ni hay mago en el mundo que pueda sacar de su chistera una cosa parecida al color de tus ojos o
el contonear de tus caderas. Ni naipes, sombreros o varitas
mágicas de madera de abeto; ni disfraces, capas, tapetes o petos, la magia,
querida mía, es tu sonrisa recién levantada o cuando, con un piropo que no esperabas,
te descoloco por completo.
Tu pelo dorado y la forma en la que suspiras en mi oído, la manera en la que gimes de placer, el modo en que me dices ‘te quiero’ cuando notas que la pasión es tal que hasta las piernas te tiemblan como si te fueras a caer. Los días de arrancarte la ropa y besarte en el cuello o las noches en que, cuando desciendo lento por tu ombligo, sientes como tu piel se eriza y me dices que no me vaya, que me quede siempre contigo.
Tu pelo dorado y la forma en la que suspiras en mi oído, la manera en la que gimes de placer, el modo en que me dices ‘te quiero’ cuando notas que la pasión es tal que hasta las piernas te tiemblan como si te fueras a caer. Los días de arrancarte la ropa y besarte en el cuello o las noches en que, cuando desciendo lento por tu ombligo, sientes como tu piel se eriza y me dices que no me vaya, que me quede siempre contigo.
O tu blusa desabrochada o mis
manos subiéndote la falda, la magia son tus labios llamando a los míos o tu
cabeza regocijándose en mi espalda; la de tus piernas morenas y mi dedos
acariciándolas, la de los viernes encerrados en un cuarto donde el reloj perdía
la noción del tiempo y contaba más deprisa de lo normal. Magia negra la de esas
manecillas que, cuando menos lo esperábamos, nos avisaban que ya había llegado
el final.
Que no me cuenten cuentos de
hadas ni historias de dragones, príncipes, guerreros o piratas; a mí, que he
vivido en primera persona la magia de tu boca guerreando con la mía, que no me
vengan con monsergas, chistes ni tonterías. A un hombre que ha probado el sabor
de tus labios no pueden engatusarlo con narraciones de magos, profetas,
maestros o sabios. Sólo tú puedes hablarme de magia, vida mía, sólo de tu
boca prestaré atención a los cuentos de brujas, videntes y hechicería. Solamente
de ti, la mujer que me hizo entender que no hay maravilla más poderosa que la de
dos cuerpos que se desean de la forma más apasionada, temible y portentosa, seré
capaz de jurar al mundo, en verso o en prosa, que el mayor hechizo que existe
en este planeta es que un mortal como yo se haya encomendado a la fe que le marca el amor a su mujer, a su diva... a su diosa.