miércoles, 26 de abril de 2017

Magia

Magia son los lunares de tu espalda formando una constelación o tus labios buscando los míos siempre que tienen ocasión. Tu piel desnuda tumbada en la arena, tu sonrisa vespertina, tus manos delicadas, tu cara de alegría o tus lágrimas de pena. Y es que no existe brujo ni hay mago en el mundo que pueda sacar de su chistera una cosa parecida al color de tus ojos o el contonear de tus caderas. Ni naipes, sombreros o varitas mágicas de madera de abeto; ni disfraces, capas, tapetes o petos, la magia, querida mía, es tu sonrisa recién levantada o cuando, con un piropo que no esperabas, te descoloco por completo.

Tu pelo dorado y la forma en la que suspiras en mi oído, la manera en la que gimes de placer, el modo en que me dices ‘te quiero’ cuando notas que la pasión es tal que hasta las piernas te tiemblan como si te fueras a caer. Los días de arrancarte la ropa y besarte en el cuello o las noches en que, cuando desciendo lento por tu ombligo, sientes como tu piel se eriza y me dices que no me vaya, que me quede siempre contigo. 

O tu blusa desabrochada o mis manos subiéndote la falda, la magia son tus labios llamando a los míos o tu cabeza regocijándose en mi espalda; la de tus piernas morenas y mi dedos acariciándolas, la de los viernes encerrados en un cuarto donde el reloj perdía la noción del tiempo y contaba más deprisa de lo normal. Magia negra la de esas manecillas que, cuando menos lo esperábamos, nos avisaban que ya había llegado el final. 

Que no me cuenten cuentos de hadas ni historias de dragones, príncipes, guerreros o piratas; a mí, que he vivido en primera persona la magia de tu boca guerreando con la mía, que no me vengan con monsergas, chistes ni tonterías. A un hombre que ha probado el sabor de tus labios no pueden engatusarlo con narraciones de magos, profetas, maestros o sabios. Sólo tú puedes hablarme de magia, vida mía, sólo de tu boca prestaré atención a los cuentos de brujas, videntes y hechicería. Solamente de ti, la mujer que me hizo entender que no hay maravilla más poderosa que la de dos cuerpos que se desean de la forma más apasionada, temible y portentosa, seré capaz de jurar al mundo, en verso o en prosa, que el mayor hechizo que existe en este planeta es que un mortal como yo se haya encomendado a la fe que le marca el amor a su mujer, a su diva... a su diosa.

lunes, 17 de abril de 2017

Ojalá volviésemos a ser desconocidos

El otro día contemplé cómo Will Smith mandaba, en una película cuyo nombre no importa demasiado para el caso que nos atañe, una nota en donde le decía a una preciosa mujer una frase que, en su momento, me pareció la más bonita de las que he escuchado en los últimos tiempos: “ojala volviésemos a ser desconocidos”, y que, más tarde, me sirvió para escribir estas líneas con las que obsequio a quien tenga a bien hacerlas suyas. 

Comencé a darle vueltas en una noche de viernes de esas en las que ya no me pierdo en bares ni me ahogo en vasos de alcohol y, como decía, me llegó bien dentro. “Ojalá volviésemos a ser desconocidos”, le decía a su esposa, “ojalá volver a revivir ese primer beso que no se olvida” – pensé yo – “esa primera caricia o el primer ‘te quiero’. Volver a sentir mariposas surcando nuestros estómagos o volver a ver florecer la pasión que un día pudo competir con las llamas del mismísimo infierno”.

Me maravilló aquella breve oración y todo lo que conllevaba. Se me antojó tan romántica que quise hacerle un homenaje escrito en este blog que hace tiempo que pasa demasiado desapercibido en mi día a día. Ya no escribo como antes, ni bebo como antes, ni salgo como antes y casi ni beso como antes. Y creo que todo está íntimamente relacionado entre sí aunque ese, queridos amigos, será un tema que abordaremos más adelante. Hoy estamos con otra cosa.

Volver a repetir cada segundo, volver a conocernos en los pasillos de algún triste edificio o volver a pasear bajo las estrellas una noche calurosa de junio. Volverme a enamorar de tus ojos verdes, a nadar pensando en ti, a notar el rubor de tus mejillas o el tacto de tu piel desnuda. Volver a perderme debajo de tu falda o a encontrarme en los lunares de tu pecho; volver, en definitiva, a enamorarme de ti una y otra vez como aquella primera que parece que fue ayer. ¿Ojalá volviésemos a ser desconocidos? Pues la verdad es que no.


Porque luego de varias horas comprendí que Will no había estado jamás tan equivocado y que el amor, el verdadero amor, no vive ni se alimenta de primeros momentos, porque quedarse con la primera vez significa desprestigiar a las que vienen más tarde… y no hay nada más triste que eso. Querer es mucho más que esa primera vez, es todas las que veces que vienen luego, las bonitas y las desagradables, las que te hartan y las que nunca te dejan de alegrar, las que deseas que no se vayan y las que hacía tanto tiempo que no experimentabas que creíste que no volverías a probar. Uno ama de verdad cuando esas mariposas del estómago se fueron tan lejos que sabes perfectamente que ya no volverán pero tú sigues necesitando que esos ojos que te miraron una vez como nunca nadie te volverá a mirar, lo sigan haciendo todos los días de tu vida y, si Dios quiere, muchos, muchísimos más.

Así que cuando encuentres a esa persona que te completa, que te hace ser tan tú como nunca pudiste imaginar, no le digas lo que Will Smith le dijo al amor de su vida ni tampoco te engañe LoveStory, porque al igual que el amor es decir ‘lo siento’ incluso a veces cuando llevas la razón, ese mismo amor en el que creo tanto que me deja sin respiración no se basa únicamente en la primera ocasión que un día se produjo, sino en todos los momentos de esfuerzo y sacrificio que vendrán más tarde. Nada cuesta más que el amor verdadero, hay que cuidarlo y mimarlo, trabajarlo y dejarse la vida por él. Por eso, porque nada es más laborioso que él, no hay nada más valioso en toda esta vida o, por decirlo de otra manera: “lo que merece la pena cuesta y, si no cuesta, no merece la pena”.