El noveno mes del año va apareciendo en el
horizonte más cercano y estará inmerso en nuestras existencias cuando tenga a
bien a regresara a éste, mi querido espacio cibernético, dentro de unos días.
Un fin de semana siempre es la mejor manera de despedir a un mes y darle la
bienvenida al otro. Brindaremos por agosto con congoja y morriña ante el verano
que hemos dejado atrás, mucho menos ajetreado, loco, voraz y ambicioso que los
anteriores. Cosas de los años, del pasar del tiempo.
El estivo dará paso al otoño, el calor al frío y
el sol a la lluvia como tantas veces antes ocurrió y tantas veces pasará
después. Los días se acortarán y la luz dejará paso a las tinieblas en una
expresión que alcanza su sentido más realista en esta época que nos toca vivir.
Volveremos a ver los informativos y con ellos el rubor retornará a enrojecer
nuestras mejillas, acompañado por un odio que se acrecienta como el nivel del
mar por las noches. Volveremos a la rabia inconsciente ante la gestión de este
país que una vez se llamó España y regresarán las preguntas existenciales y los
debates acalorados en los bares, locales o terrazas de cualquier punto de la
nación.
Y el futuro se antojará duro, como siempre pero
como nunca. Volveremos a ver cómo se rompen las ilusiones de millones de
jóvenes al chocar con el rostro de los políticos que nos gobiernan a razón de
un buen salario mensual y alguna que otra comisión que ellos, por cuenta
propia, se agencian sin atisbo de vergüenza alguna. Pero bueno, pedirle sonrojo a un
político es como exigirle corrección ortográfica a un futbolista, tarea más que
complicada.
Seguirán los besos y las caricias, las guerras de
almohadas y los combates bajo edredones recién salidos de las fundas. No se
detendrán las sonrisas ni desaparecerán las lágrimas, tan necesarias unas como
las otras. La desolación de un mundo que se ahoga resonará como el eco mudo en
las copas de champagne de ese diez por ciento inconsciente y sin
conciencia. El grito de los débiles será apaciguado por las risas de los
poderosos y a ese Dios que tan mal le caemos parecerá seguir sin importarle
nada. Los cuerpos se cubrirán y las piernas morenas de las mujeres se taparán con
medias de seda o trozos de tela. El invierno irá llegando poco a poco y la
necesidad de encontrar calor se hará pecaminosamente creciente. Los amantes
seguirán amándose y los solitarios volverán a buscar un corazón que estrujar al
menos un par de horas cada noche. Las copas retornarán a llenarse y a vaciarse
una y otra vez, ahogando las penas de alguna vida vacua y sinsentido. El ron,
el whisky, el vodka o la ginebra serán los cuatro amigos a los que recurrir una
vez más y los más fieles consejeros con los pasar el rato. Volveremos a
levantarnos cada domingo hundidos en la desesperanza y la resaca de una botella
en mal estado y comenzaremos cada lunes animándonos a sonreír,
autoimpulsándonos a salir a la calle a comernos un mundo que se nos atraganta,
a bebernos una vida que se nos fue por el otro lado, que se escondió tras la
esquina sin darnos cuenta. Y después, casi sin enterarnos, llegarán noviembre...