domingo, 30 de mayo de 2021

XXXIII

Han pasado cuatro meses desde el momento en que llegué tarde a la puerta de un aula donde todo un Director general daba su discurso de bienvenida, hasta hoy, cuando otra de madera de roble y pomo de hierro se cerraba dejando tras de sí dos días de sonrisas, alcohol y amor a borbotones. Cuatro meses tan bonitos que los considero ya media vida y que han sido tan fugaces que me han parecido diez segundos.

En ese tiempo he ganado mucho, probabemente más de lo que merezco, a nivel profesional y, sobre todo, personal; pero por encima de cualquier cosa soy consciente de que me llevo una familia que hoy, mientras se despedía con lágrimas en los ojos y la silenciosa sensación de “y si no lo vuelvo a ver” me ha regalado tanto que, por mucho que me suelan sobrar las palabras en el día a día, hoy se me hace difícil de explicar.

Lo siento en el estómago, eso sí; en el hueco de pena que nació al mediodía y que se acrecienta con los mensajes que se van sucediendo en el móvil. Lo siento en el pecho, desde que unos ojos marrones se clavaron en los míos junto a un abrazo largo de despedida, con un sobre de azúcar que no olvidaré o la imagen del carbón de la barbacoa que no termina de encenderse. También, con el de un tipo que es tan parecido a mí que me cuesta entender cómo la vida no nos había presentado antes, el del madridismo exacerbado de Alcázar de San Juan o el de un bonachón de cuarenta y tantos años que me ha vuelto a recordar que hay personas que nacen única y exclusivamente para que las demás las quieran. El pasado precioso que de repente volvió, la ternura de una niña que aún no sabe atarse sola los zapatos pero que ya tiene más clase que Luka Modric vestido de blanco. La lección aprendida de que nunca es tarde para conseguir tus sueños, el sabor dulce de una conversación bajo las estrellas y la sencillez de quien entiende que la vida no es más que eso: una cerveza bien fría con los tuyos, un beso de una bonita mujer y una victoria del Real Madrid. Gracias a todos porque habéis conseguido que mi corazón haya desteñido desde el rojo que fue hasta un azul eléctrico que ya siempre será.

Y al final, una lección que me enseñó hace tiempo la vida: no se marcha quien se va lejos, sino quien se olvida para siempre. Así que os pido, a todos y cada uno de vosotros, que no dejéis que muera todo el amor que nos hemos profesado, que hemos ido ganando con el paso de las horas entre tosidos y miradas cómplices, que aquí tenéis un hermano de padres diferentes, un amigo eterno y alguien que tiene claro desde hace mucho tiempo que que está a disposición de los suyos cuando lo necesiten... y creedme, vosotros ya sois mi equipo para el resto de los días que me queden por pasar por aquí, la élite de la élite y la excelencia hecha grupo. Gracias, de corazón, por tanto a cambio de nada. Gracias, de corazón, por hacerme sentir uno más. No me olvidéis nunca.

Por siempre juntos, pase lo que pase.