"Del sabor del caramelo o de la miel más pura, dulce momento de paz y ternura.
Quién no lo ha probado, no puede decir que ha vivido,
porque ese instante fugaz, suave y delicado
es la vida en un suspiro”.
Y todo se reduce a eso: los besos que se han dado, las personas que se han besado y los momentos previos al beso. Pasarán los años y ni la casa ni el coche, el armario o el título que cuelga de tu habitación valdrán nada en absoluto; quedarán en tu mente marchita las noches sin dormir, los llantos de pena y alegría, los abrazos, la cerveza con amigos y el recuerdo de los besos que diste, los que se te escaparon y los que te hacen tan feliz que, si no los tuvieras cerca, nada tendría sentido alguno.
Así que besa con toda tu alma, con toda la fuerza, con la mayor de las purezas o el ímpetu más salvaje. Besa. Como si todo se fuera a ir a la mierda mañana, como si el mundo terminara. Besa. Con tantas ganas que te duelan los labios, con tanta calma que el tiempo se detenga, con la ilusión de la primera vez y con el amor por bandera. En la mejilla, en la frente, en el pecho, por encima del esternón; por debajo de una falda, de pie, junto al mar o debajo de un edredón. Besa despacio o con tanta pasión que notes cómo va creciendo por dentro un fuego abrasador. Besa en la boca, besa mucho y déjate besar; besa sin freno, sin pausa, sin rubor; besa con tantas ganas que notes cómo se te para el corazón.
Que nunca te sobren en la cartera, que no llegue el momento en que quieras sacarlos y te des cuenta de que esa persona a la que tanto ansías besar ya no está, se ha ido y no va a regresar. No hay nada más triste en esta carrera llamada vida que echar tanto de menos a alguien que recuerdes el último beso que le diste durante el resto de tus días y lo rememores una y otra vez porque ya no está para darle otro nuevo.
Así que presta atención a lo que te digo en este día mundial del beso:
Arrepentirse, de poco y, si hay que hacerlo de algo, que sea de los besos que no diste, de esos que dejaste en el tintero por miedo, por vergüenza, por el qué dirán o, peor aún, porque mañana habrá tiempo de sobra para darlos. Que no quede nunca “debí haberla besado” porque eso duele más, mucho más, que lo que te arrepientes de haber dado.