Comienzo hoy una serie de entradas en las que quiero
dejar constancia de lo que ha sido mi experiencia con el periodismo a nivel
educativo, laboral, social y personal durante los últimos ocho años. Antes de
empezar a desgranar una a una las diferentes parcelas que quiero resaltar, me
gustaría dejar claro desde el principio que estos testimonios parten de una
idea personal y propia de lo que ha sido mi experiencia en el mundo y de lo que
yo creo, desde criterios total y absolutamente subjetivos, que es la licenciatura
y el negocio del periodismo en España. Comencemos pues.
Entré a estudiar periodismo en el año 2005. Siempre
tuve claro que quería escribir y mi horizonte, inevitablemente, me llevaba a
esta profesión. Me aceptaron en Valencia, Sevilla, Alicante y Elche, aunque yo
decidí que no había mejor facultad en España que la de Ciencias de la
Información de la Universidad Complutense de Madrid. Ahí cometí mi primer
error.
Parto de la base, como siempre he dicho, que no hay
facultad más inútil en el mundo que la de periodismo. Ustedes podrán reconocer
a un mal periodista cuando les asegure que él/ella "es periodista porque
ha estudiado periodismo”. El periodista no se hace en esa facultad (y menos en esa facultad), se
hace en un medio de comunicación y, sobre todo, en la calle.
Pasé cinco años de mi vida en esa universidad y jamás
aprendí absolutamente nada más que en tres clases (de unas cuarenta que cursé).
Lo puedo decir con triste orgullo: ningún profesor a excepción de tres me enseñaron
jamás absolutamente nada. Mi único recuerdo positivo se lo llevan
Juan Francisco Fuentes (Historia de 1º), Felipe
Sahagún (Relaciones internacionales de 2º) y Concha Edo
(Redacción de 4º). Esos fueron los tres profesores que me inculcaron algo en
media década en la que, por otra parte, aprendí mucho de otras cosas. Tres magníficos maestros que pueden presumir de haber sido los únicos con los que he asistido
a todas sus clases y, además, he prestado atención. Mucho mérito por su
parte.
Como digo, en el primer curso de mi licenciatura aprobé sin mayor problema todas las asignaturas. Fue ese mismo año cuando comprendí que esa carrera iba a ser tan sencilla que me negaría a perder el tiempo asistiendo a las aulas. Desde ahí no volví a tener un año limpio y desde ese momento también pocas veces volví a estudiar. No tengo miedo ni vergüenza en reconocer que yo dediqué mucho más tiempo al estudio en Bachillerato que en la carrera. Saqué el título sin esfuerzo y no porque mi mente sea más lúcida de lo común, sino porque ese título no vale absolutamente nada. Mis compañeros tampoco pisaron las clases, no se crean ustedes. No encontrarán a un periodista que haya estudiado más de doscientas horas en esa facultad en los cinco años de licenciatura. La mayoría no le hemos dedicado ni cuarenta. ¿Por qué? pues muy sencillo: porque las materias son sencillas y, a parte, fáciles de aprobar cosa que, aunque piensen que es lo mismo, no lo es en absoluto.
Se lo comentaba hace poco a un amigo de Twitter: "yo no he estudiado cuarenta horas en cinco años ni de coña. No me ha hecho
falta". Eso es una verdad irrefutable tanto para mí como para cientos de
compañeros de profesión. La facultad de Ciencias de la Información era en mis
tiempos de estudiante no sólo la que más absentismo del alumnado tenía de toda
la UCM, sino también la que más absentismo profesoral asumía. El problema no
era (que también) la desfachatez y la despreocupación de los alumnos, ni un
plan de estudios (que por supuesto, tiene mucho que ver) irrisorio, arcaico y
lamentable; el gran problema de esa facultad era que ni los propios profesores
querían dar clases allí.
Por otro lado, también hay que enumerar la grandísima cantidad de personas que se matriculan. El primer año de mi iniciación académica, por ejemplo, estuve en una
clase en la que éramos 120 matriculados. Era uno de los siete cursos de primero
de periodismo que había en la UCM. Hagan cuentas: 120 x 7 = 840 alumnos recién
salidos del instituto dispuestos a ser los siguientes Iñakis Gabilondo, Ryszards Kapuściński y, en mayor medida, los
próximos Manolos Lama. Así nos va por otra parte, la mayoría están en paro.
Más de cuatro mil futuros periodistas bajo los antiquísimos muros de esa facultad junto con otra decena de miles de las otras escuelas de España. La ruina laboral de un gremio que ha perdido el norte.
Más de cuatro mil futuros periodistas bajo los antiquísimos muros de esa facultad junto con otra decena de miles de las otras escuelas de España. La ruina laboral de un gremio que ha perdido el norte.
Así se fraguó el declive de una profesión que una vez
fue, no me cabe duda, la más bonita del mundo. Una carrera en la que (lo
recuerdo como si fuera hoy) me dijeron el primer día tres consejos inamovibles:
El periodista nunca es la noticia, el periodista jamás se hace rico y el
periodista debe velar siempre porque sus informaciones sean veraces. Miren
ustedes el panorama periodístico deportivo nacional y verán por qué esa
facultad ha fracasado como ninguna otra lo ha hecho jamás en el loable cometido
de formar grandes profesionales.
Continuará…