Hace mucho tiempo que el tomo de mi juventud comenzó a quedarse sin hojas, como lo hace el cuaderno de un colegial al que su maestra le va arrancando páginas por su mala caligrafía. Hacía meses que no lo ojeaba, lo tenía guardado en la mochila del olvido por temor a que hubiese menguado un poco más pero hoy, casi sin quererlo y de soslayo, un croata criado entre bombas me ha obligado a asomarme de nuevo al abismo de la vejez y he visto cara a cara al espanto, al inquebrantable paso del tiempo personificado en una última hoja meciéndose al viento de desde sus tapas de cuero y liberándose de una niñez que ya sólo es un recuerdo en un frasco guardado en la alacena.
"Modric se va del Madrid" sería ya de por sí un titular lo suficientemente doloroso como para apagar cualquier aparato electrónico, meterse en la cama y dormir abrazado a su fotografía hasta el día siguiente. Sin embargo, esas cinco palabras encierran para mí un significado todavía más cruel, un profundo desconsuelo que se venía fraguando en mi mente desde hace tiempo pero que no me atrevía a pensar que pudiese concretarse así, de repente, sin previo aviso. En el día de hoy me he convertido, por primera vez en mis treinta y ocho años, en un tipo que es más viejo que cualquier jugador de la plantilla del Real Madrid, del equipo de mi vida, del ente que me ha dado más felicidad que cualquier otra cosa material en el mundo. Así, como suena. Así de duro. Así de atroz.
No he parado de darle vueltas desde que he leído la noticia a todo el proceso. Me he visto, tiempo atrás, en lo que a todas luces se me antoja un universo diferente, vestido con la camiseta morada de Teka y pidiendo a mi tía que me grabase el número diecisiete de un chaval llamado Raúl que acababa de hacerle dos goles al Atleti en el Calderón. Yo, que las he coleccionado todas: las blancas y moradas, las negras, naranjas y rojas; las viejas y las nuevas, las del siete, el diecisiete, el catorce, el once y el diez. Yo, que me pongo a echar la vista atrás y casi puedo tocar con mis dedos la primera temporada de Capello, la séptima y la octava, el gol de Ramos en Lisboa o el de Bale en Valencia; los miles de Cristiano, la liga del tamudazo, el mourinhismo exacerbado y todo lo demás, hoy me hallo aquí, tecleando como un anciano que mira en lontananza al infinito susurrando muy bajito eso de "todo esto era antes campo" y viendo cómo se me ha pasado media vida animando a decenas de tipos que me doblaban en edad y ahora lo hago con gente nacida después del dos mil. Bendito sea Dios, qué disgusto más grande.
Se va Luka y no volver a ver ese golpeo de exterior sobre el césped no parece suficiente castigo. Se va el último testigo de una época ya pretérita y me quedo con una panda de niños que escuchan reguetón y no han bailado en su vida el Bulería de David Bisbal. Quizá ni siquiera sepan lo que es. Dios de mi vida.
Una panda de chiquillos imberbes con pensamiento woke, peinados horripilantes, puños en alto y miradas indemnes al peso de la historia que llevan en su pecho. Jóvenes sin carnet de conducir y con acné fresco en la cara, mocosos como el que una vez fui yo y que algún día recordarán lo efímero de esa etapa.
Y mientras Modric se marcha sin pensar en mi desconsuelo yo reflexiono frente a esta pantalla intentando hacerme entender que ya no pertenezco al presente del fútbol. Soy memoria y eco de un tiempo pasado, recuerdos de alineaciones de cromos en cartulina y diferentes modelos de balón; un réquiem lúgubre que engañaba al calendario y que hablaba de campos de tierra, botas negras, porterías caídas y promociones de ascenso. Ahora todo está mal porque soy un viejo y es mi deber como tal sermonear a los jóvenes con que lo suyo no sirve y lo mío siempre ha sido mejor, aunque alguna vez sea mentira y casi siempre lleve razón.
La vejez no llega de golpe, se instala poco a poco como el primo al que la mujer acaba de echar de casa y que sólo viene a quedarse unos días pero que, de repente, ves paseando en calzoncillos por el pasillo mientras bebe a morro del brik de leche. Ya no pertenezco al presente porque soy esclavo de un pasado, de mi pasado. Las conversaciones me son indiferentes, el juego ya no es interesante y mi mente se centra más en la hemeroteca que en los fichajes del próximo verano. Cada paso que doy tiene algo de despedida también y es que hoy he comprendido que la retirada de Luka también es la mía, que todo lo que disfruté antaño no volverá y que todo lo ganado, que es mucho, me valdrá infinitamente más que todo lo que, seguro, está por ganar. Supongo que esto es la vida, lo que los ancianos me decían que era en su día y yo me negaba a creer. Supongo que el ciclo es eterno y que alguna vez, dentro de cientos de años, algún hedonista curtido en arrugas y canas, cantará esta canción que hoy les traigo yo.