Si te seca los ojos por
tantas lágrimas derramadas y consigue que tu tez se quede ajada, pálida y ojerosa; que sepas que lo
que estás viviendo no es amor… es otra cosa.
Si te daña tan adentro que sientes
un pinchazo en el corazón, si te hace infeliz y los gritos ganan la partida a
la risa, las caricias y la pasión; si se hace cansino, repetitivo o más pesado
que una losa, ten claro que eso no es amor… es otra cosa.
Si ella busca en otros lo que tú
te mueres por dar, si te besa con los ojos abiertos, como si su mente estuviera
en otro lugar, si tiene prisa por marcharse los domingos y fiestas de guardar,
si te mira sin brillo, al contrario de lo que a ti te suele pasar o prefiere dejarte
solo en una tarde triste y lluviosa, amigo mío, eso no es amor… es otra cosa.
Si das todo y no recibes nada, si
vuelcas el cielo para ella y no es capaz de valorar que le hayas regalado las
estrellas, si le abres los caños del mismo mar y ella te pide que le des agua
en botella, si le entregas tu corazón en verso y te responde que prefiere la
prosa, eso que te están dando no es amor… es otra cosa.
Porque el amor es generoso y se
quita para darlo todo. No exige, obliga, pide o te engaña de cualquier modo. El
amor no juega a dos bandas, no grita, no huye, no engaña, chilla ni manda.
Cuando hay amor no cuesta decir ‘te quiero’, dar la razón o dejarse cualquier
cantidad de dinero. Cuando se quiere de verdad no hay viaje largo, ni cuentas
de gasolina, porque el amor te hace mejor persona y, cuando es absolutamente puro, todo
lo bueno en ti germina.
El gran problema es saber
diferenciar el amor de lo que parece serlo. Y yo, queridos míos, os doy una
pista sobre ello: “Amor verdadero es aquel que, aun estando de mierda hasta el
gaznate, tienes fuerzas para desear que ella sonría, sea feliz y encuentre
pronto y en alguna parte, a otro que le dé todo aquello que tú no supiste darle”.