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miércoles, 12 de agosto de 2015

Microcuento (VIII)

Que me apaguen el mundo, que me quiten la luz; que apenas entre un rayo por la persiana de mi habitación mientras te desnudo poco a poco, mientras la ropa va cayendo al suelo frío y mi boca se enreda en tu cuello erizándote la piel, volviendo a sentirte conmigo, aquí, a mi lado, olvidándonos del mañana para regresar al ayer, centrándonos en lo querido y olvidándonos de lo odiado, saber que aunque nos fuimos nunca nos hemos olvidado.

Que me quiten los días, que se lleven el sol y las tardes de calor con mar y sonrisa. Que me roben todo y me dejen a oscuras leyendo tu piel en braille, aprendiendo el idioma de tus besos y sintiendo tus manos perdiéndose en mi espalda. Que se lleven la música y el cine, el mar y el balón de cuero, la luna y la playa; que se lo lleven todo, que si te dejan a ti no me hace falta nada.

Que me roben el olor del rocío de la mañana si me queda el tuyo perdiéndose en mis fosas nasales. Que se lleven el sabor de los manjares o el tacto del vino en mi lengua si a ésta le concenden libertad  para explorar toda tu anatomía y hacer que te aferres a la almohada con la pasión de una adolescente, sintiendo tu boca mordiendo la mía, saber que nos faltan noches y nos sobran los días.

Que el cuento no termine nunca, que se lleven el castillo y el dragón, las perdices y el caballero andante, pero que, por favor, no se lleven a la Princesa Prometida, a esa dejádmela aquí, para que la devore con la pasión del animal más fiero, para que te repita que sí, que te quiero, y consiga gritar al mundo que si no te tengo, me muero.

miércoles, 14 de enero de 2015

Microcuento (VII)

Dibujé un mapa del tesoro que comenzaba en tu ombligo, que recorría tus piernas, que escalaba tus pechos y que moría en tu boca. Una caminata de pocos centímetros y muchas paradas, de piel erizaba y susurros lascivos, de las que te vuelven loca, de las que te sacan de quicio, de las que aligeran el paso, desechan lo casto y enaltecen el vicio.

Encontré el cofre de tus besos perdidos, de tus caricias regaladas, de tus labios prohibidos, de tus ojos perdidos y mis manos atadas. Atadas a un cuerpo que no quiero que huya, que hoy es mío para siempre, que no suelto por nada, que no dejo que se marche, que no quiero que se escape, que no consiento que me deje, que no permito que se aleje.

Te encontré de norte a sur y de este a oeste, y nombré territorio adjudicado los cuatro puntos cardinales en los que en una noche de empañados cristales, con permiso y sin reparo, te hice mía para siempre. Y fue ahí, entre sábanas de franela y un colchón que no paraba de gritar, donde puse de manifiesto a los dioses conocidos que en aquel país recién explorado no habría más habitante que un muchacho obsesionado, que un joven entregado, que un niño desamparado, que un hombre enamorado. Fue allí, en la alcoba donde te vi desnuda, donde supe con toda certeza y no tuve ninguna duda, de que mi cama no volvería a quedar viuda y que en mi puzle, por fin, comenzaban a encajar las piezas. Allí, a la luz de un radiador mutilado, reconocí ante el mundo que me habían conquistado.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Microcuento (VI)

Nunca fui tan rico como cuando te tuve en mis brazos, tan ágil como cuando me deslizaba entre tus piernas, tan altivo como cuando paseábamos por la calle, tan frágil como cuando tus manos acariciaban mi espalda, como cuando besaba tus senos, como cuando mordía tu cuello, como cuando te echaba de menos.

Nunca fui tan sincero como cuando pronunciaba un ‘te quiero’, como cuando juraba que no habría otra, como cuando vivíamos en la cama o nos encontraba desnudos la mañana.
Jamás me sentí tan impaciente con la vida, tan severo con la distancia, tan ansioso con un tiempo terco, obstinado, caprichoso como un chiquillo, receloso como un amante despechado; que ralentizaba con temperamento desdeñado, las manecillas de un reloj estropeado.

Nunca fui tan holgazán como cuando nos capturaba un domingo en tu alcoba, tan meticuloso como cuando mi boca bajaba por tu vientre, tan poderoso como cuando tus gemidos inundaban el ambiente, tan talentoso como cuando actuamos en aquel drama. 

Nunca fui mejor persona que cuando compartimos días y noches, cuando vivimos dos vidas en una, obviábamos los reproches y nos prometíamos la luna.
Sin duda alguna puedo concluir, sin miedo a que me digan que mentí, que nunca hubo un periodo más feliz, que el tiempo, cada segundo, que te tuve junto a mí.

jueves, 3 de abril de 2014

Microcuento (V)

Romeo volvía a exhalar su último suspiro de amor sobre el pecho desnudo de Julieta antes de caer rendido entre sus brazos. Ella, como toda mujer después del acto amatorio, comenzó a darle vueltas a la cabeza mientras él, también como la mayoría de los hombres, intentaba conciliar ese plácido sueño postcoital.

- Estoy harta de tener que esconder nuestro amor al universo - dijo en tono melancólico la joven
- Ya llegará la hora de contarlo, mi amor - respondió él.
- Siempre decís lo mismo, señor mío, y nunca llega ese momento... ya comienzo a pensar que no son más que fantasías - una lágrima cayó por su mejilla mientras su amante, observando la posibilidad de que aquella charla se extendiese más de lo debido, actuó presto y veloz.
- ¿Qué queréis, reina mía?
- Quiero contarle nuestro amor al mundo entero, amado Romeo.

 
Él se levantó y, con un gesto tierno, se dirigió a la oreja de la mujer para susurrarle al oído esta frase:

Que se entere todo el mundo que amo con locura a Julieta Capuleto

Sorprendida, la chica le preguntó: ¿por qué susurráis lo que debería ser un grito alto y claro?

Romero contestó: porque vos sois todo mi mundo, Julieta, y no hay nada más allá.

Y por fin el joven pudo conciliar el sueño.

martes, 4 de marzo de 2014

Microcuento (IV)

La almohada lo recibió fría como la noche y el colchón le respondió de la misma manera. El ambiente, gélido como el mismo hielo, parecía introducirse por los poros de su piel hasta lo más profundo de su tuétano. Se acurrucó en posición fetal y comenzó a exhalar vaho de su boca con la vana esperanza de calentar su cuerpo. Se tapó con el edredón hasta las cejas y se subió los calcetines hasta la pantorrilla y por encima de los pantalones del pijama. Se metió la parte de arriba por dentro también e introdujo por último las sus manos en los bolsillos de la chaqueta. Ya estaba listo para dormir, tenía todo preparado para vencer al frío aquella helada noche invernal, la batalla sería suya y se alzaría vencedor. Pero fue entonces cuando ocurrió, cuando un pinchazo de abatimiento le punzó el corazón con dureza. En efecto, se había dejado la luz encendida y le tocaba comenzar de nuevo todo el ritual. ¿Qué había hecho él para merecer aquello?


miércoles, 11 de diciembre de 2013

Once del doce del trece

Un día cualquiera, dos ojos abiertos, tres besos que van de mi boca a la tuya antes de que te consiga despertar. Cuatro caricias con mis cinco sentidos aguardando el poder disfrutar de esos seis minutos que tardas en volver al mundo de los vivos cada uno de los siete días de la semana. Sea lunes o martes, sábado o domingo.
Ocho grados en la calle y los nueve planetas del sistema solar alineados para que hoy, a las diez de la mañana, caiga en la cuenta de que estamos a once del doce del trece, un día muy especial. Ni catorce de febrero ni quince de agosto, un nuevo amanecer que nada tiene que envidiar a los demás y que se despierta con frío en el aire y cielo nublado. Dieciséis onzas de mi acuario para tu libra, diecisiete números primos repletos de pasión; la película que comienza sólo está autorizada para mayores de dieciocho años y alguno con diecinueve debería taparse los ojos en más de una escena. Luego dicen que no aviso.
Veinte los tuyos, veintiuno los míos, veintidós los patitos del estanque que hoy no visitaremos, ni mañana, Dios mediante, tampoco. El veintitrés me lo salto y me voy al veinticuatro que son las horas del día que está por empezar. Que siga el reloj contando minutos, el calendario pasando los días, los mayas vacilando con promesas que nunca cumplieron y el mundo no pare de rotar. Yo me quedo aquí perdiendo la cuenta de los millones de besos que me quedan por dar. Y sí, todos y cada uno de ellos, no te quepa duda que son para ti.

martes, 22 de octubre de 2013

Microcuento (III)

No quiero más verbo que el besarte, con eso puedo comenzar a escribir. Seguiría con tu nombre, que es el único sustantivo que conozco. Te aseguro, por otro lado, que no hay nada más determinante que tu belleza y que estoy determinado a hacerte mía, a robarte morfemas inconexos y lexemas lujuriosos. Palabra de honor.

Hablaría más tarde de adjetivos, y ahí podría estar días, semanas, meses y años. Te diría: bonita, guapa, preciosa, bella, linda, hermosa y mil y uno más, porque si algo me sobran son eso, palabras. Mis artículos son pocos, de hecho; sólo tengo dos: 'la' (quiero) y 'una' (vida contigo) y estoy seguro de que con esos me sobra y me basta. Mi conjunción es un 'sino', que no es otro que pasar cada día de mi existencia junto a ti. Ni 'pero', ni 'sin embargo', 'no obstante' 'excepto' o 'a pesar de'; no me vengan ustedes con tonterías. ¿Un adverbio? ahora. ¿Quieres otro? vale, 'aquí'. Con mi interjección favorita cierro: 'puf' qué bonita te tengo en mi mente, qué preciosa que estás. Y añado, por último, el único pronombre que surca mi cabeza cada día y a cada hora: tú... sólo tú.
Poco más que decirte, creo que me ahorraré la preposición y te adjunto una proposición: que no se pase un segundo más sin que tu boca no muerda la mía. ¿Aceptas?

miércoles, 24 de julio de 2013

Microcuento (II)

Diálogo de 'La prueba del deseo', de William Roddinguer; donde el amor se pone a prueba y la prueba puede con el amor.
  • Ella: ¿Cuánto me quieres?
  • Él: Tanto que con un susurro de tus labios mi corazón ya hieres.
  • Ella: ¿Y si me quedase ciega también me querrías?
  • Él: Hasta el fin de nuestros días.
  • Ella: ¿Y si fuera sorda y ciega lo que me depara el destino?
  • Él: Junto a ti estaría mi camino.
  • Ella: ¿Y si una enfermedad en la cama me postrase?
  • Él: No habría nadie que de ella me levantase.
  • Ella: ¿Y si en un terrible accidente mi cerebro dejara de responder?
  • Él: Con tu cuerpo y mi mente seríamos un único ser.
  • Ella: ¿Y si te dijera que me he enamorado del Barça como el viento de los trigos?
  • Él: Te dejaría en el momento, pero podríamos seguir siendo amigos.

jueves, 2 de mayo de 2013

Microcuento (I)

-Que fuerte tia, estábamos en la cama y de repente me lo soltó.
-¿El qué? - contestó su amiga.
-Pues eso, ¿qué va a ser? - replicó ella.
-¡¿De verdad?!.
- Sí - asintió - que me quería, que se había enamorado de mi.
-¿Y que le dijiste? - preguntó otra de ellas.
-Fue patétitco tia, me quedé sin palabras y sólo le pude contestar con un mísero 'gracias'.
-¡¿Gracias?!, ¿y qué te dijo después?.
-Me contestó: "no, gracias a ti por hacerme el hombre más feliz del mundo y por llenar una vida que hasta el primero de tus besos estaba más vacía que la sala de trofeos del Atleti".
-...
-...
-¿Y?.
-Pues desde ese momento creo que empecé a enamorarme de él.
-¡¡¡Pero si tú eres del Atleti!!!.
-No, ya no... ahora sólo soy de él.