lunes, 28 de julio de 2014

Agosto

Agosto se deja ya ver por el horizonte. Si entrecierras los ojos e inspiras bien hondo, te darás cuenta de que ya alcanzas a sentir el aroma de un mes distinto, de una época diferente, de un mundo que sólo podrás exprimir una vez cada trescientos sesenta y cinco días. 
Porque agosto es un mes especial, eso es una realidad incontestable. Todavía colea el calor de un verano que, sin embargo, empieza a caérsenos de entre los dedos como un puñado de arena. El calor domina los días y parece escabullirse por las noches. Esa tremenda contradicción veraniega de pantalón corto y sudadera empieza a hacerse más y más patente entre los jóvenes enamorados que bajan a hurtadillas al parque a comenzar a sentir unos labios ajenos besando los suyos. O al revés.
Porque agosto es el mes de los besos, eso lo sabe todo el mundo. Es el mes donde se consolidan los amores de verano, donde los mensajitos de texto y las miradas en la piscina ya quedaron atrás y ahora se queda con ella para tomar un helado e intentar meterle mano por debajo de la blusa en los bancos del parque, mientras el sonido del agua de la fuente acompaña como si de un violinista romano en un café de la Fontana di Trevi se tratase. Por lo menos antes era así… ahora vete tú a saber.


Agosto llega como lo hacen las grandes estrellas de cine, sabiendo que con él se empieza la verdadera fiesta pero también, irremediablemente, está más cerca su final. Comienzan las verbenas y los bailes de plaza de pueblo, las playas se masifican y los atascos desde Madrid parecen no tener final. Las faldas siguen ondeando al viento como banderas de países por explorar (Nota: el verdadero verano se termina cuando la última mujer guarda su falda más blanca en el baúl, ni equinoccios ni polladas similares) y las terrazas fluyen como el agua de un río, dejando atrás cualquier atisbo de crisis económica que pueda haber existido, exista o existirá. “Ya llegará septiembre” nos decimos cuando nuestra conciencia empieza a llamarnos la atención por la asiduidad con que sacamos la cartera a pasear. Y efectivamente, ya queda menos también para eso.

miércoles, 23 de julio de 2014

Un año sin ti

Parece mentira que haya pasado ya un año desde que te marchaste, desde que aquel terrible accidente se te llevó junto a setenta y ocho almas más a un cielo que, si existe, a buen seguro pocos lo merecían más que tú. Un año ya desde que en aquella terraza de verano me enteré de que te nos habías ido... cómo pasa el tiempo.
Es un hecho que jamás te conocí y que nunca interactué contigo más que por medio centenar de tuits en ese fabuloso medio que a tanta gente me ha unido. Aun así, sentí tu partida como si te conociese desde siempre, como si nos hubiéramos emborrachado cientos de noches o como si hubiésemos visto mil partidos juntos. Y la sigo sintiendo, por muy raro que siga pareciéndome.

Hoy es un día melancólico y triste para toda la familia tuitera y, por supuesto, para todos aquellos allegados a ti que ahora estarán recordándote con congoja y, seguro, también con un amago de sonrisa añorando esos grandes momentos que nos hiciste vivir a todos. A mí personalmente me encanta pensar que el hombre que nos dejó hace trescientos sesenta y cinco días sigue estando entre nosotros con cada retuit que alguien rebusca en ese maravilloso baúl de los recuerdos que era tu cuenta personal de Twitter. Te volvemos a traer aquí con cada frase célebre que marcaste para la posteridad comandada por ese 'Hala Madrid... hijos de puta' que ya se ha convertido en una seña de madridismo incondicional, de genialidad absoluta, de amor por unos colores y, por supuesto, de una admiración eterna hacia ese gran aficionado del Real Madrid que parece que se marchó pero nunca se termina de ir. Pocos pueden decir, desde el anonimato de las redes sociales, que se han hecho un icono del madridismo. Tú, querido Juanan, lo has conseguido con creces.

El año de la décima fue el de tu partida y todos sabemos con seguridad manifiesta que tú has sido uno de los principales causantes de la consecución de la misma. Estuviste presente en la camiseta de ese capitán sin brazalete en el césped de Mestalla y levantaste con sus brazos esa puñetera Copa de Europa que tantísimo se resistía. Fuiste uno de los privilegiados que vio el partido desde el cielo y el único que también saltó al césped a pasear con la orejona en el pecho de Arbeloa. Hasta en eso has sido grande.


Cuando se cumple un año de la tragedia, sigues más vivo que nunca en nuestros corazones. Te convertiste como tantos otros en una parte prioritaria de nuestra familia cibernética y, no te quepa duda, que lo sigues siendo. Tu recuerdo es el legado más importante que nos has dejado, nuestro deber es hacer que no te termines de marchar nunca, que sigas presente en unas vidas que, por lo menos en mi caso, tocaste apenas de refilón pero marcaste profundamente. Siempre te consideré un amigo y, por supuesto, siempre lo seguirás siendo allá donde estés.

Hoy quise recordar a Juan Antonio Palomino en el día que se cumple un año de su fallecimiento, pero gracias al cielo, vosotros os encargáis de que jamás se me olvide que, en una ocasión, tuve el inmenso honor de conocer de una grandísima persona, un enorme tuitero y un madridista de corazón que me hizo sentir que las redes sociales pueden unir tanto como una tarde de cervezas en un bar.

Te llevamos presente, amigo. Siempre contigo, eternamente a tu lado.
#LiveForever

domingo, 20 de julio de 2014

Todo se reduce a eso

Jamás ninguna máquina, tecnología conocida o por inventar, móvil, cámara, robot o instrumento podrá superar el poder del cariño humano. Nunca.


jueves, 3 de julio de 2014

Me inventé tu nombre

Como en aquella canción de Quique González, me he inventado tu nombre.
Lo hice cansado de no poder llamarte cada noche en sueños, enervado al ver cómo seguías tu camino sin pararte frente a mí. Tuve que ponerte un sustantivo al hartarme de los calificativos. Los ‘guapa’, ‘bonita’ o ‘preciosa’ se hacían demasiado repetitivos y los posesivos como ‘mi vida’, ‘mi amor’ o ‘mi cielo’ parecían querer encerrarte entre unos brazos que nunca buscaron otra cosa aún a sabiendas de que jamás lo conseguirían. Me inventé tu nombre para hacer que la cruel realidad se transformase, dentro de mi subconsciente, en la más maravillosoa de las ensoñaciones

Todo comenzó con aquel taconear en una calle cualquiera un día tiempo atrás. Siguió el siguiente y el siguiente. Tu melena contoneándose al son de tus caderas mientras tus zapatos marcaban el ritmo de una melodía que ya hubiese firmado para sí cualquier compositor de prestigio. Un día tras otro, camino de ida y de vuelta.
Mi oficina entera plantada en la ventana con la puntualidad de un reloj suizo a las nueve de la mañana y, de nuevo, a las dos de la tarde. No faltaba nadie, ni un solo hombre o mujer. Había peleas por coger el mejor sitio y comentarios que variaban de lo cómico a lo burdo, de lo erótico a lo chabacano los minutos de antes y los minutos de después.
Hasta que te veíamos llegar, entonces sólo se escuchaba el silencio.
Tu taconeo parecía retumbar por encima de los bocinazos de una ciudad que se callaba, como todos nosotros, para presenciar ese espectáculo. El metrónomo era tu zapato, la partitura tu caminar, los oyentes, media docena de adormecidos oficinistas deseosos de comenzar a pecar. Y el resto, eso... silencio.
No se oía nada más que la respiración entrecortada de algún enamorado que, al igual que yo, empezaba a fabular historias de pasión junto a ti, junto a esa señorita sin nombre conocido que todos deseábamos desnudar en alguna habitación que sirviera de campo de batalla para una lucha vigorosa y tremendamente placentera. Todos comenzábamos a narrar un cuento donde la desnudez fuera el único vestuario de dos actores ansiosos por comerse de una punta a la otra sin descanso alguno.


Me inventé tu nombre por la necesidad apremiante de gritarlo ante el mundo o de susurrárselo a la noche cuando mi cama, vacía de ti, llora amarga y solitaria. Tuve que concebirlo para aferrarme a él como lo haría a tus piernas si tuviera el valor de invitarte a cenar y después engañarte para atraerte a mi cuerpo. Ideé ese sustantivo para agarrarme a él con toda la fuerza del mundo y decirte cada día que me tienes enamorado de la cabeza a los pies. Me ingenié la forma de hacerte mía aún a sabiendas de que jamás lo serás y para eso recurrí a mi imaginación, mi más leal compañera, que fue tan generosa como siempre y me obsequió con ese nombre que ahora repito muy bajito cada vez que te veo pasar. Con ese nombre nuestra historia empezó y, no te quepa duda, con ese nombre te haré mía por el resto de mis días. Es lo único que tengo de ti y, seguramente, no necesite nada más.