No recordaba la fecha de su
cumpleaños. La había olvidado por completo. Llevaba tanto tiempo sin saber de
ella que no podía poner en orden sus pensamientos y en su cabeza los momentos, los
números y las fechas bailaban como lo hacen las muñecas hawaianas en el
salpicadero de un coche. ¿Era en octubre o en noviembre? ¿finales de septiembre
o quizá antes de Navidad?
Dudó durante muchos años, casi
media década para ser exactos, sobre ese día que venía a su mente en cada otoño
y que, al final, tan sólo era una simple excusa para escribirle, para preguntarle qué era de su vida,
cómo estaba, si era feliz o cualquier otra cosa que sirviera para entablar
conversación. Porque no había nada que le apeteciese más en el mundo que charlar con ella.
Pero los años pasaban y aquella
fecha seguía sin venirle a la mente. Acotaba y buscaba pistas que le
permitiesen concretar lo que, a todas luces, era uno de los mayores enigmas de
su vida y que, con cualquier otra mujer habría sido fácil de dilucidar… pero es
que ella, como todo el mundo sabe, no era como las demás. Habría bastado con
inspeccionar un poco en las redes sociales o preguntarle a algún amigo en común
para dar con la solución del problema, pero a veces los problemas no tienen
soluciones fáciles y, en ocasiones, directamente no tienen solución. Así que
esperó paciente que la providencia le ayudase y así pasaron los días, los meses
y los años sin encontrar respuesta alguna.
Ella, por su parte, seguía igual
que siempre… o incluso un poquito mejor. A veces la espiaba a escondidas desde
el balcón de su casa y la veía caminar sonriente por las calles de Madrid. Otras,
la imaginaba llegando al hogar, quitándose los zapatos y deambulando semi desnuda
por los pasillos con unas braguitas de encaje y una camiseta del Madrid. Su
imaginación se la presentaba en el sofá, leyendo algún libro mientras su pelo castaño se clareaba bajo los rayos de la lámpara del salón. Incluso, en ocasiones, en los
sueños más profundos, ella levantaba la cabeza y le sonreía, lo llamaba por su
nombre y, mientras dejaba el libro en la mesita, le pedía con la mano para que
se acercase a besarla. Y entonces él entendía por qué disfrutaba tanto durmiendo:
por la sencilla razón de que, en ocasiones, los sueños son mucho más
placenteros que la cruda realidad.
Pero volvamos a la historia
inicial, esa que habla de fechas, de otoño y de sueños que no se cumplirán; de
octubre y de cómo ese mes que nadie resalta en el calendario le trajo a ese
chico más felicidad que cualquier otro en toda su vida. Porque nadie tiene a
octubre como su mes favorito pero él comenzó a creer un día treinta que bien
podría ser el suyo, porque entre copas de vino, goles de blanco, césped mojado
y sudor en la frente, una voz lejana pareció querer recordarle que un seis de
octubre nació una de las mujeres más maravillosas que el mundo le había
presentado. “Un seis de octubre” - pensó él tras haberse asegurado de que,
efectivamente, esa era la fecha que tanto buscaba – “demasiado tarde para
felicitarla este año… menos mal que tengo el resto de mi vida para
compensar”
Y con ese pensamiento abrazó a
una cama que llevaba vacía demasiado tiempo aunque, curiosamente, parecía no
estarlo jamás. Y se fundió en un sueño plácido como hacía tiempo que no tenía y
todo fue un poquito mejor que ayer por el mero hecho de recordar una efeméride que
llevaba tiempo buscando y que, de repente, le llegó sin querer queriendo o, quizá, queriendo sin querer.