martes, 4 de junio de 2013

Mi periodismo (III)... el trabajo

Ya he comentado en las anteriores entradas que vengo haciendo sobre esta profesión, que el 99% de los que una vez fuimos tan valientes (o insensatos, según lo quieran ver ustedes) de escoger el periodismo como modo de vida, hemos tenido que alejarnos paulatinamente de él para poder sobrevivir.
Los hay que todavía siguen cobrando trescientos euros por hacer unas prácticas interminables a la espera de ese esperado contrato (con un sueldo no mucho mayor) que los ayude a establecerse definitivamente en un medio de comunicación. También hay casos de alumnos más avispados que, viendo cómo estaba el panorama, no tardaron en matricularse en otra carrera (periodismo es tan fácil que es compaginable a la perfección con casi cualquier otra licenciatura) y ahora viven de esa otra rama siempre y cuando la crisis les deja. Por último, hay otro grupo que comenzó con ilusión en los medios y un buen día se dio cuenta de que ojalá hubiera sido tan sagaz como sus compañeros de curso para poder haber huido rápidamente de un trabajo que, no nos engañemos, no da para vivir más que a unos pocos afortunados o, en su defecto, una serie de enchufados por papá o mamá. Yo fui del de ese último grupo que un buen día decidió que ya estaba bien vivir de ilusiones.

Comencé a hacer prácticas en tercero de carrera. Lo hice en ese curso porque la normativa de la licenciatura impedía a los alumnos hacerlo antes. Sí, como ya he narrado con anterioridad, la carrera no deja a los periodistas hacer prácticas en medios hasta que se llega a la mitad de ella, una auténtica estupidez. Mi primer contacto con un medio de comunicación fue en una importante radio nacional. Pasé allí ocho meses donde aprendí sin duda más que en mis cinco años en la facultad (tampoco es que fuera muy difícil por otra parte). Mi turno se dividía en mañanas, tardes o fines de semana que yo no podía elegir y donde además debía estar atento ante cualquier imprevisto en el que se me solicitase para cambiar mi horario. Eso sí era periodismo o, por lo menos, una idea clara de lo que era esa profesión.
Conocí a auténticos maestros de la radio y aprendí muchísimo en tiempo en el que, todo hay que decirlo, no cobré ni un solo céntimo de euro. El coste del transporte, las dietas o los honorarios mínimos que un becario cobraba por entonces, nunca existieron para la hornada que entró aquel año 2008.
Los seis meses de prácticas se alargaron dos más y fue a principios de junio cuando comuniqué a la empresa que abandonaba. Lo hice porque no podía permitir que mis padres siguieran pagando en los meses de verano mis costes universitarios (piso, comida, desplazamientos…) y porque esa época de vacaciones era la única en la que podía solicitar un trabajo remunerado que me permitiera sobrevivir al año siguiente.
Mi paso por allí fue magnífico en muchos sentidos pero tristemente aclarativo en otros. Supe inmediatamente que para acabar en un medio de comunicación tienes que tener suerte, padrino o las dos cosas. Coincidí con gente más que capaz que no tuvo mejor fortuna que yo mientras otros, ‘hijos, sobrinos o primos de’ ampliaban sus contratos en prácticas con la esperanza casi asegurada de que tendrán trabajo en el futuro. El enchufismo es, sin duda alguna, el gran enemigo de los periodistas más brillantes de mi generación, que ven como se quedan fuera por gente mucho menos capaz que ellos. Desolador y desmotivador como pocas cosas en la vida. Me parece una auténtica barbaridad que los Mañero, los Guillén, los Agulló, los Senovilla, de Otto, Castro y un largo etcétera se tengan que desquebrajar la cabeza buscando trabajo mientras el ‘hijo, el sobrino y el nieto de’ estén plácidamente ocupando un sitio que no se han ganado más que por el apellido. Hagan ustedes la prueba, verán como los jóvenes periodistas de la actualidad son, en un tanto por ciento muy aclarativo, o bellezones femeninas o enchufados masculinos (o una mezcla de ambas cosas)

Un breve paso por ABC y un medio online me llevó a otro periódico de ámbito local en el que trabajé dos veranos. La crisis del sector no sólo impedía albergar la esperanza de encontrar trabajo fijo allí, sino que además tenías que convivir con redactores que probablemente no terminaran el año en su puesto. De nuevo me rodee de los verdaderos periodistas, de aquellos que pueden enseñarte a escribir mejor que cualquier catedrático de universidad y con los que cada día sabías que te ibas a ir de allí a las tantas de la noche con la tranquilidad de que, aunque ibas a cobrar una minucia, habías aprendido algo que en ningún otro lado te iban a enseñar: la verdadera realidad de los medios de comunicación.

Jamás, en seis años de prácticas (unos dos años en la suma de todas las que he hecho) he cobrado más de 400 euros mensuales. Nunca he tenido sobre la mesa la posibilidad de pasar al siguiente nivel y convertirme en redactor. Ni yo, ni el 99,9% de mis contemporáneos hemos tenido ese privilegio y, los que sí lo han tenido, en otro gran porcentaje ya están en la calle. El periodismo se ha convertido en eso, en una retahíla de becarios mal pagados que entran por la puerta de tercero de carrera con una sonrisa de oreja a oreja y salen por la de la licenciatura con una cara de desánimo total. No diré que el trabajo de un becario sea exactamente igual al de un redactor, pero de lo que sí estoy seguro es de que no varía en exceso. Ya no existe la posibilidad de hacer fijos a los becarios porque a una empresa le sale más rentable tener a cinco chavales sedientos de ambición y con la ilusión por bandera que a un redactor al que tienen que pagar puntualmente lo que ganan esos cinco chiquillos.


Todavía tengo un par de amigos que van a los medios a aprender de Paco González, de De la Morena, Francino, Luis del Olmo o Edu García. Aún se levantan por la mañana pensando que la crisis pasará y el periodismo revertirá su triste decadencia. Hay algunos que emocional, familiar o económicamente se lo pueden permitir, otros abandonamos hace mucho tiempo al ver lo que había, lo lamentable que es observar cómo unos grupos mediáticos (sean los que sean) siguen viviendo a costa de una base de estudiantes que sueñan con triunfar en una profesión que les manipula y utiliza a su antojo y que basa el engaño en la ruindad más grande que existe y que no es otra que la de falsear los sueños con mentiras que nunca sucederán.
Siempre se lo digo a mis compañeros: hace tiempo que sé que del periodismo no vamos a vivir ninguno de nosotros, ojalá me equivoque y alguno logré llegar a lo alto, pero viendo el panorama, la cosa está complicada. Se necesitan muchos becarios para pagar el sueldo de un millón de euros de algún presentador radiofónico, el problema de todo esto, es que hay muchos que están dispuestos a ello. Yo una vez también lo estuve, aquella vez que creí que del periodismo todavía se podía vivir dignamente.