Cuando creces empiezas a pensar
y, sobre todo, empiezas a comprender. Comprendes la preocupación de tus
progenitores, el toque de queda, el “lávate los dientes” y todo lo demás.
Empiezas a entender lo que es quitarte tú para dar al que tienes al lado porque
has comprendido que si todavía sigue a tu lado es que realmente merece la pena.
Te das cuenta de que todo aquello que decían era verdad y que, aunque vas teniendo
una idea de lo que va siendo la vida, todavía no tienes puta idea de lo que realmente
es. Empiezas a valorar más un domingo comiendo guarrerías en la cama que un
sábado por la noche bebiendo alcohol en una discoteca. Te jode perder tiempo
viendo una mala película y ya ni prestas atención a los comentarios de gente
que hace tanto tiempo que dejó de merecer la pena que, por supuesto, no merece
la pena hacerle el caso que no merece.
Crecer es cambiar la noche por el
día, el garrafón por un buen vino tinto e imaginarte con una chica por el resto
de los amaneceres que te queden por aquí. Crecer es intentar por todos los
medios que el Madrid no te joda un fin de semana si pierde aunque, muchas
veces, no puedas conseguirlo. Crecer es abrirte el corazón de par en par aún a
riesgo de que vengan a apuñalártelo sin piedad. Es aprovechar más el tiempo,
degustar más las cosas buenas, inspirar más hondo y más frecuentemente de lo
que lo hacías antes porque ya empiezas a darte cuenta de lo afortunado que eres
por el simple hecho de estar aquí, en esta maravillosa vida, respirando aire
puro. Crecer es dejar de creer que eres fundamental para la existencia del
universo y comenzar a asimilar que no eres más que un peón descabezado en la caja
de un tablero de ajedrez que no te necesita para jugar la partida. Disfrutar de
las vivencias y recordarlas en cada reunión, añorar a los que ya se fueron y
empezar a ir a más entierros que bodas. Verte cambiando pañales o suplicarle a
los cielos que aparezca de la nada la mujer que esté dispuesta a morir por ti,
a matar por ti, a quitarse todo para que a ti no te falte de nada y a
entregarte su corazón, su vida y su alma por el mero hecho de que esté tan
enamorada que no le importe lo que tú hagas con ellos.
Crecer es el trabajo que todos
hemos venido a hacer en esta vida, nuestra tarea final, nuestro sino o razón de
ser. Crecer física, mental y, sobre todo, espiritualmente. Dejar de ser los
imbéciles que engañaban a su madre con la pasta de dientes para aportar a esta
obra de teatro llamada vida el mejor papel que podamos hacer, aunque no nos
dejen más que levantar el telón y permanecer calladitos entre bambalinas.
Crecer, queridos míos, es lo más increíble que nos puede ocurrir y de eso no
te das cuenta hasta que ya has crecido lo suficiente como para entender que,
por muchas cagadas que vayas cometiendo día a día, por muchas que hayan venido
y otras que estén por llegar, nada merece más la pena que cagarla una y otra vez, porque es señal
inequívoca de que todavía te queda mucho por hacer aquí... aunque sea seguir cagándola hasta el día del juicio final.