lunes, 17 de abril de 2017

Ojalá volviésemos a ser desconocidos

El otro día contemplé cómo Will Smith mandaba, en una película cuyo nombre no importa demasiado para el caso que nos atañe, una nota en donde le decía a una preciosa mujer una frase que, en su momento, me pareció la más bonita de las que he escuchado en los últimos tiempos: “ojala volviésemos a ser desconocidos”, y que, más tarde, me sirvió para escribir estas líneas con las que obsequio a quien tenga a bien hacerlas suyas. 

Comencé a darle vueltas en una noche de viernes de esas en las que ya no me pierdo en bares ni me ahogo en vasos de alcohol y, como decía, me llegó bien dentro. “Ojalá volviésemos a ser desconocidos”, le decía a su esposa, “ojalá volver a revivir ese primer beso que no se olvida” – pensé yo – “esa primera caricia o el primer ‘te quiero’. Volver a sentir mariposas surcando nuestros estómagos o volver a ver florecer la pasión que un día pudo competir con las llamas del mismísimo infierno”.

Me maravilló aquella breve oración y todo lo que conllevaba. Se me antojó tan romántica que quise hacerle un homenaje escrito en este blog que hace tiempo que pasa demasiado desapercibido en mi día a día. Ya no escribo como antes, ni bebo como antes, ni salgo como antes y casi ni beso como antes. Y creo que todo está íntimamente relacionado entre sí aunque ese, queridos amigos, será un tema que abordaremos más adelante. Hoy estamos con otra cosa.

Volver a repetir cada segundo, volver a conocernos en los pasillos de algún triste edificio o volver a pasear bajo las estrellas una noche calurosa de junio. Volverme a enamorar de tus ojos verdes, a nadar pensando en ti, a notar el rubor de tus mejillas o el tacto de tu piel desnuda. Volver a perderme debajo de tu falda o a encontrarme en los lunares de tu pecho; volver, en definitiva, a enamorarme de ti una y otra vez como aquella primera que parece que fue ayer. ¿Ojalá volviésemos a ser desconocidos? Pues la verdad es que no.


Porque luego de varias horas comprendí que Will no había estado jamás tan equivocado y que el amor, el verdadero amor, no vive ni se alimenta de primeros momentos, porque quedarse con la primera vez significa desprestigiar a las que vienen más tarde… y no hay nada más triste que eso. Querer es mucho más que esa primera vez, es todas las que veces que vienen luego, las bonitas y las desagradables, las que te hartan y las que nunca te dejan de alegrar, las que deseas que no se vayan y las que hacía tanto tiempo que no experimentabas que creíste que no volverías a probar. Uno ama de verdad cuando esas mariposas del estómago se fueron tan lejos que sabes perfectamente que ya no volverán pero tú sigues necesitando que esos ojos que te miraron una vez como nunca nadie te volverá a mirar, lo sigan haciendo todos los días de tu vida y, si Dios quiere, muchos, muchísimos más.

Así que cuando encuentres a esa persona que te completa, que te hace ser tan tú como nunca pudiste imaginar, no le digas lo que Will Smith le dijo al amor de su vida ni tampoco te engañe LoveStory, porque al igual que el amor es decir ‘lo siento’ incluso a veces cuando llevas la razón, ese mismo amor en el que creo tanto que me deja sin respiración no se basa únicamente en la primera ocasión que un día se produjo, sino en todos los momentos de esfuerzo y sacrificio que vendrán más tarde. Nada cuesta más que el amor verdadero, hay que cuidarlo y mimarlo, trabajarlo y dejarse la vida por él. Por eso, porque nada es más laborioso que él, no hay nada más valioso en toda esta vida o, por decirlo de otra manera: “lo que merece la pena cuesta y, si no cuesta, no merece la pena”.