Hoy se cumplen cuarenta años de la muerte de Pablo Neruda. Con diecinueve, el poeta escribía esta delicia llamada 'Veinte Poemas de amor y una Canción desesperada' que os adjunto. Además, os dejo el más celebre de todos ellos, el número veinte, enmarcado en el típico montaje horrendo de Youtube pero también, en la voz de una amante anónimo de la poesía que invita a escucharlo una y otra vez.
Recopilación de todo lo que veo, escribo, escucho, hago, siento y quiero... o simplemente me invento.
lunes, 23 de septiembre de 2013
miércoles, 18 de septiembre de 2013
El rey del mundo
El folio en blanco copaba la
pantalla del ordenador mientras él, acostado boca abajo en la cama del
dormitorio, comenzaba a desquebrajarse la cabeza pensando sobre qué escribiría
esta vez. Se le acababan las ideas. Notaba que, de un tiempo a esta parte, la
quietud de una vida vacía de aventuras lo había apartado de los grandes temas
sobre los que pronunciarse y eso, para cualquier escritor en particular y
cualquier persona en el aspecto más amplio y general del propio concepto, era
algo tremendamente pesadumbroso.
Recordaba con nostalgia aquellos
tiempos en los que la vida le prometía un futuro lleno de esperanzas y sueños
por cumplir y se entristecía pensando que, como tantas y tantas veces le habían
recordado los más viejos del lugar, la vida no siempre cumple sus promesas. El
tiempo iba pasando y los días transcurrían como una fila de hormigas
recolectando comida, sin descanso ni atisbo de detenerse. Comenzaba a pensar
cuántos lugares le quedaban por visitar y cuánta gente por conocer; todo lo que
aún no había visto, ni oído, ni olido ni amado y, poco a poco, la realidad se
iba apoderando de un alma que una vez, en un tiempo no muy lejano, fue
totalmente soñadora y extremadamente libre.
Maldecía y despotricaba contra
todos aquellos entes, físicos o simbólicos, que lo habían privado de sus sueño
y de sus más hondas fantasías. Calumniaba y criticaba a aquellos hombres gordos
y metidos con calzador en trajes pagados con el sudor de gente como él que le
habían arrebatado una vida distinta que jamás tendría y que nunca llegaría si
quiera a degustar. Sin embargo, no podía dejar de cabilar que también él tenía mucha culpa de la quietud
intelectual y sensitiva que se había apoderado de su existencia
transformándola en una monotonía de la que jamás pensó que se sentiría tan
plácidamente disgustado.
Recordó aquella obra cinéfila de Milos Forman, donde un joven Tom Hulce en el papel de Mozart, perdonaba al mundo la mediocridad de su existencia a la vez que aquel Salieri, llevado a la perfección por Fahrid Murray Abraham, enloquecía de envidia hacia un genio que se llevaba los méritos que él siempre soñó. “A mí nadie me ha dado la oportunidad” se repetía desquebrajando su cerebro y su alma en un lamento mudo que era, si eso es posible, más estruendoso que el grito de rabia más fuerte de que se tuvo constancia.
Recordó aquella obra cinéfila de Milos Forman, donde un joven Tom Hulce en el papel de Mozart, perdonaba al mundo la mediocridad de su existencia a la vez que aquel Salieri, llevado a la perfección por Fahrid Murray Abraham, enloquecía de envidia hacia un genio que se llevaba los méritos que él siempre soñó. “A mí nadie me ha dado la oportunidad” se repetía desquebrajando su cerebro y su alma en un lamento mudo que era, si eso es posible, más estruendoso que el grito de rabia más fuerte de que se tuvo constancia.
Y fue por eso por lo que quizás
nuestro protagonista encendió el ordenador aquella mañana de hace unos cuantos
años para plasmar en papel cibernético las notas de una música armoniosa como
pocas, probablemente el sonido que más calma le producía a ese chico vacío de
esperanza y sediento de justicia. Era aquel teclear lo que más feliz le hacía y
que su audiencia fuera tan sensiblemente minoritaria no era un escollo para
que, durante esos minutos que dedicaba a escribir, se sintiese el hombre más
poderoso del mundo. En sus dedos estaba el poder de cambiar, inventar o
destruir cualquier cosa que no le fuese grata… aunque cualquiera de esos
procesos anteriormente descritos se desvaneciese como un sueño al cerrar
la tapa del monitor.
martes, 3 de septiembre de 2013
Tic, tac
Tic, tac... hace el reloj.
Os lo habrán dicho diez millones de veces los más sabios del lugar: "No pierdas el tiempo, disfruta cada segundo". Desde que Horacio acuñara ese 'Carpe diem' que los más románticos se apropiaron siglos después, todos los ancianos de la historia de este mundo en que nos ha tocado vivir lo han ido trasmitiendo a los más jóvenes. Ellos, que han visto cómo las arrugas pobablan la que una vez fue una piel tersa y firme, han sido los encargados de avisarnos de que la inmortalidad es el único sueño que el ser humano no puede conseguir, que el tiempo es el más voraz de los depredadores, que nunca se detiene y que ninguna presa puede esconderse eternamente de él. Ellos, que una vez vivieron en la despreocupación absoluta de una infancia y posterior juventud que parecía eterna, son los que nos repiten en tantas ocasiones la importancia de aprovechar cada maldito minuto de esta, nuestra única existencia corpórea; para que después, cuando las canas comiencen a reinar en lo más alto de la cabellera, no debamos echar la vista atrás y pensar que debimos hacer esto o aquello, lo otro o lo de más allá.
Os lo habrán dicho diez millones de veces los más sabios del lugar: "No pierdas el tiempo, disfruta cada segundo". Desde que Horacio acuñara ese 'Carpe diem' que los más románticos se apropiaron siglos después, todos los ancianos de la historia de este mundo en que nos ha tocado vivir lo han ido trasmitiendo a los más jóvenes. Ellos, que han visto cómo las arrugas pobablan la que una vez fue una piel tersa y firme, han sido los encargados de avisarnos de que la inmortalidad es el único sueño que el ser humano no puede conseguir, que el tiempo es el más voraz de los depredadores, que nunca se detiene y que ninguna presa puede esconderse eternamente de él. Ellos, que una vez vivieron en la despreocupación absoluta de una infancia y posterior juventud que parecía eterna, son los que nos repiten en tantas ocasiones la importancia de aprovechar cada maldito minuto de esta, nuestra única existencia corpórea; para que después, cuando las canas comiencen a reinar en lo más alto de la cabellera, no debamos echar la vista atrás y pensar que debimos hacer esto o aquello, lo otro o lo de más allá.
El tiempo pasa y no se detiene a esperar a nadie. Los días van quedando atrás y de ti depende que los recuerdos se aglutinen en tu mente en forma de aventuras, sonrisas, caricias o besos. No habrá mejor vejez que la que te permita saber que hiciste todo lo que quisiste cuando quisiste y como lo deseaste. Que cada noche de amor de las que no has tenido no te suponga el día de mañana un quebradero de cabeza, que cada sonrisa que robaste o te robaron no se quede dibujada en el tintero de una expresión mustia y triste, que cada caricia que tu piel pudo obtener no suponga una fantasía sin cumplir o una noche en vela al calor de una botella de whisky escuchando tus penas. Que ninguna boca que ansiaste besar se quede sin saberlo o las gotas de sudor de tu cuerpo junto a ella en una noche de pasión febril quede sin salir por los poros de tu piel.
Sal y respira, despierta del letargo de la monotonía y cómete un mundo que por derecho te pertenece. Que nadie te diga que no es posible, que nada te impida ser feliz y disfrutar cada instante como si fuera el último. Disfruta de una vida que pasa sin que te des cuenta y que se va consumiendo como una hoja de papel en llamas. La arena va partiendo de tu reloj hacia el infinito y tú sigues aquí, leyendo un texto que te roba minutos de un tiempo dedicado a vivir. Olvídate de todo esto, deja de devorar las letras de una historia ajena y comienza a escribir la tuya propia. Y recuerda... 'tic, tac', el reloj no se para. Nunca.
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