Quise hacerte reina de mis siete
mares, princesa del cuento de mi vida, dueña de mis noches, guardiana de mis
días, cobijo de mis penas, mi fortaleza, mi guarida. Quise que fueras la última
de la lista, los ojos donde se reflejasen mis pupilas; mis discusiones, mis
peleas, mis enfados y mis riñas. Quise que después de ti tan sólo hubiera
vacío, quise, con todo mi corazón, hacerme tan tuyo que dejase de ser mío.
Quise que fueras el último queso
de la partida, mis días lluviosos, mis penas y, por supuesto, también mis alegrías.
Quise surcar tu cuerpo como el buque perdido en alta mar y que los lunares de
tu pecho fueran mis estrellas, quise que la vida no nos volviese a separar
jamás y, si por casualidad lo conseguía, regresase a casa valiéndome de ellas.
Quise tu sonrisa despertándose en
mi cama y tu melena castaña clareándose a mi lado. Tus ojos vidriosos, tus pies
congelados, tu cara de buena y el sabor a vino en tus labios. Quise tenerte
desnuda y que el frío erizase tu piel, verte resoplando de gozo, de pura lujuria,
extasiada de placer. Quise que todo fuese de otro modo, distinto a como es
ahora, un poco más como fue ayer, quise que dejásemos de ser dos personas y nos convirtiésemos en un solo ser.
Quise que sólo conciliases el
sueño si mis manos te acariciaban el pelo, que cada noche nos despidiésemos,
hasta nuevo aviso, con un beso y un ‘te quiero’; que nos comiésemos enteros, que
al encerrarnos en la alcoba la ropa volase por los aires y hielo se tornase fuego. Quise que fueses mi compañera de viaje, mi mejor amiga, la
mujer con la que pasar todos y cada uno de los días que me queden de vida. Quise
meterme de lleno en un callejón sin salida, quise que me quisieras tanto como
yo te he querido desde el primer día.
Tenía pensado el nombre de los
niños y los apellidos quedaban fenomenal. Habríamos sido muy felices, lo he
soñado tantas veces que, al menos eso, ya nadie me lo puede quitar. Quise una
vida que, sin embargo, tú no quisiste siquiera empezar y un día me di cuenta de
que los sueños, aunque preciosos, son eso… sueños y nada más. Me hubiese
gustado seguir dormido, pero era hora de despertar, hubiese querido que
aquellos pensamientos que tan felices me hicieron se hicieran realidad. Sin
embargo, ahora me despido, con esta carta que te escribo con el corazón herido,
que no se si leerás algún día o, quizá, ya la hayas leído. Sólo quiero que tengas claro una cosa de todo este sinsentido: por mucho tiempo que pase, no vas a encontrar a
nadie que te quiera la mitad de lo que yo te quiero y siempre te he querido.