martes, 31 de marzo de 2015

El vestido azul

Entró al bar acaparando todas las miradas, como siempre había ocurrido desde que él podía recordar. Taconeaba firme, decidida y con la vista fija en la mesa donde la esperaban, como queriendo evadirse de los ojos de los curiosos, de los pensamientos libidinosos a los que ya estaba más que acostumbrada y que parecía que no terminaban de agradarla del todo.

Llevaba un vestido azul que se ceñía a su cuerpo de una manera tal que era imposible apartar los ojos de una silueta que se contoneaba con una distinción nata, con esa mezcla de naturalidad y sensualidad sólo al alcance de unas pocas. La tela se estrechaba desde la cima de la rodilla y casi se podía atisbar el tacto de su piel, o al menos eso desearon las dos docenas de hombres que la devoraron con la mirada en aquel restaurante. Incluido él, por supuesto.

Se sentó en una mesa lejana pero sus ojos no pararon de mirarla en todo momento, desgranando cada detalle de ese espectáculo que acababa de transformar una noche más en el principio de todas sus noches, de todos sus días, de cualquier relato que pudiera empezar después.

Sus ojos irradiaban elegancia y brillaban bajo los focos con una magnificencia que dejaba pocas dudas al espectador de la naturaleza señorial de lo que él recordaba como una chica que, de repente, se hizo mujer en algún lugar lejano y sin que se diese cuenta. Sus labios se humedecían de vez en cuando en el vino de una copa que no se terminaba de vaciar jamás. Sus manos, frágiles como las de una niña, se entrelazaban nerviosas de un lado al otro sin saber dónde parar. Su cuerpo se mecía pausando el tiempo, como si de un diapasón se tratase, hacia adelante y hacia atrás, acompañando el ritmo del tintineo de cubiertos o de las risotadas de un grupo de amigos que volvía a reencontrarse una vez más. Sobre ella se escribía la partitura de la velada, cada nota sonaba a su alrededor, cada compás empezaba y terminaba en su vestido azul. 

El chico estuvo tentado de pedir un bolígrafo al camarero para inmortalizar sobre papel todos los detalles de la escena, pero pronto cambió de opinión. Comprendió que no era necesario, que la trascendencia de aquel instante quedaría manchada por la tinta y que las palabras, aunque fueran conducidas por la inspiración colosal del momento, no podrían compararse a lo que su mente, días después, magnificaría para su deleite personal. Así que prefirió no perder el tiempo entre versos,  palabras o figuras retóricas y siguió allí exprimiendo cada detalle de una postal que, más pronto que tarde, debía llegar a su fin.

Y, finalmente, ella se marchó. 

No sin antes volver a acaparar los piropos mudos que un ejército de hombres parecieron querer gritar pero que, al final, quedaron en el tintero para jamás ver la luz. Él, por su parte, siguió bebiendo durante toda la noche sin dejar escapar la imagen de ese vestido azul que entró en tropel en su vida y se negó a volver a salir. Porque siempre le quedaría eso: la encomiable tarea de encontrar las palabras adecuadas para dejar constancia que, de vez en cuando, aparece de entre la nada una mujer que te deja sin aliento, que te eriza la piel, que es capaz de hacer que una inspiración que parecía dilapidada vuelva a resurgir como la lava de un volcán. Y para eso, queridos amigos, para que una noche más se convirtiera en el principio de todas las noches, sólo hizo falta un sonrisa preciosa, unos ojos que te atrapan y un cuerpo de locura encerrado bajo llave en las entrañas de un bonito vestido azul.

martes, 24 de marzo de 2015

Mirando al cielo

Supongo que muchos de vosotros conoceréis la celebérrima canción de Huecco "Mirando al cielo". Un tema muy bonito (o por lo menos que a mí me gusta mucho) que habré escuchado cerca de los veinticinco millones de veces y que sigo sin cansarme de oír. Si alguien todavía no sabe de qué le estoy hablando AQUÍ se lo dejo
Pero a pesar de haber escuchado una y otra vez la misma canción, el otro día le encontré una parte que había pasado inadvertida antes para mí. Es un trozo rapeado y que, quizá por estar ya al final de la propia canción, no le había dado mucha importancia anteriormente. Sin emabergo, escuchándola de nuevo y prestando atención a lo que dice, me parece sin duda alguna lo mejor de toda la composición:

"Lejos, extremadamente lejos de tus besos,
intentando en vano cazar las estrellas con los dedos;
echándote de menos: tu carita de melocotón, tu boca, tu pelo...
Mirando al cielo, implorando un tiempo muerto al dueño del universo,
pa´ que escuche mis versos
y me mande de regreso directo a la tierra del fuego,
a tu cama en llamas, con besos de queroseno.
Y me enveneno aquí sin ti,
extraño tu presencia que es parte de mi esencia
duele más tu ausencia que las balas del infierno"

lunes, 23 de marzo de 2015

Con el corazón roto

La Universidad de Whichita (Kansas, EEUU) concluyó hace más de una década que el día más triste del año es el tercer lunes de enero. El Blue Monday, como así lo llaman, no es más que otro estudio social basado en conceptos abstractos y mediciones subjetivas propias de las siempre sobrevaloradísimas ciencias sociales y que, a efectos prácticos, no tiene validez ninguna sobre la población española, ya que todo el mundo sabe que el día más triste del año en este país es el lunes después de haber perdido el clásico. De toda la vida de Dios.

Hoy, 23 de marzo, es ese día. El frío de una primavera que parecía asentada se vuelve a instaurar en las calles de un país mustio, lúgubre, nubloso e impregnado por una lluvia intermitente y maliciosa que nos recuerda que ayer el Madrid perdió en el Camp Nou. Lunes, para más inri, el peor día de la semana, la peor semana del año, el peor año desde que ganamos la décima. Todo mal, muy mal.
Y de entre todas las almas apesadumbradas que hoy vagamos sin un rumbo por las calles de cualquier ciudad, pueblo o aldea de este planeta que se levanta afligido, hay una que a mí me llama especialmente la atención: la de Cristiano Ronaldo.

No es casualidad que la crisis del Madrid vaya de la mano de la de CR7, por supuesto. El mejor jugador del mundo, emblema del mejor equipo de la historia, ha sido, es y será fundamental para la consecución de las metas del club de mis amores y, con él ausente, todo se hace más cuesta arriba.

Cristiano está fuera, por desgracia para todos nosotros. Desde que las campanadas del 2015 anunciaban la venida del nuevo año se le ve apenado, taciturno, indiferente y tremendamente solo. ¿La culpa? Del amor, de quién si no.

No creo que Irina Shayk tuviese constancia del daño que le hacía a más de doscientos millones de madridistas el día que decidió marcharse de su lado. Ahí, en el momento en que le rompía el corazón al pilar donde se sustentaba el mejor Madrid, nos destrozaba, sin saberlo, el alma a todos nosotros. Porque desde entonces Cristo dejó de ser Cristo y empezó a ser el enamorado en pena que todos hemos sido en alguna ocasión, el ser desilusionado con la vida que se levanta cada mañana con cara de pocos amigos y el recuerdo de un amor que parecía inapagable y, de repente, se esfumó como el humo de una cerilla recién apagada.

Ayer Cristiano no fue el peor, ni mucho menos. Marcó un gol y estuvo presente y combativo en la mayor parte del encuentro, pero se nota que no es el mismo. Se nota demasiado. Sus piernas parecen no correr con la potencia que lo hacían hace dos meses, sus números han descendido hasta tal punto que su máximo rival deportivo ha recortado una distancia goleadora que parecía insalvable. Su mirada se pierde en el basto infinito de los estadios, como si buscase en la grada la sonrisa cómplice de una bella rusa que lo volviese a aupar a la gloria. Pero no la encuentra, él se pierde y con él se van nuestras ilusiones.

Si había algo que podía hacer tambalear al mejor jugador de la historia reciente del Real Madrid no podía ser otra cosa que eso, el amor. Esa ruptura ha sido como el puñal de Vellido Dolfos a las puertas de Zamora, como las treinta monedas de plata de Iscariote o el beso de Pepe a Mourinho. Imposible de perdonar. 

El amor, no hay nada que te haga oscilar más en la curva de la felicidad que ese sentimiento. Cómo lo he maldecido durante toda la mañana.

Hoy, el lunes más triste del año, el madridismo se tambalea y las recriminaciones sobrevuelan las barras de los bares, las oficinas y las tertulias deportivas. Desde la portería hasta el banquillo pasando por la defensa o la delantera, todos son culpables. Pero yo, desde el prisma de un romanticismo que me impide ver las cosas con la objetividad que debería, me niego a acusar a Cristiano de los males del Madrid aunque probablemente sea la parte más culpable de esta crisis. Pero es que uno, que tantas veces lloró por amor, no puede más que compadecerse de un hombre con el corazón roto que intenta correr y no puede, que intenta reír y sólo llora, que intenta marcar pero no lo consigue y que se intenta levantar pero su corazón no le deja. Porque cuando ese músculo que bombea sangre está roto, todo cuesta mucho más, incluso si te llamas Cristiano Ronaldo.

domingo, 22 de marzo de 2015

Fue

Fue rozar sus labios y comprender que el mundo jamás volvería a saberme igual.
Fue tocar su piel y saber que mis manos no volverían a surcar otro cuerpo.
Fue vislumbrar la silueta de su cadera desnuda y jurar que nunca escribiría sobre otra.
Fue escuchar el palpitar de su corazón acelerado y engrandecerme como un gigante henchido de orgullo.


Fue desabrochar la hebilla de aquel sujetador y percibir que mis dedos comenzaban a temblar.
Fue oler el perfume de su cuello y omitir para el resto de mis días cualquier otra fragancia.
Fue divisar que la temperatura de su cuerpo se acrecentaba y concluir que ya no tenía escapatoria.
Fue sentir su lengua enlazarse con la mía y tensar cada músculo de mi anatomía.
Fue advertir su respiración entrecortada y suplicar al cielo para que no se fuera jamás de mi lado.
Fue notar que mi mente se aclaraba y darme cuenta de que el primer ‘te quiero’ estaba por caer.
Fue besar esa boca que enloquece y entender que, inevitablemente, estaba condenado a pasar el resto de mi vida encerrado entre sus brazos, anclado a su pecho, enclaustrado en su cama y apresado a sus besos.

lunes, 9 de marzo de 2015

A mí dame...

A mí dame mil noches sin dormir y quédate tú con los madrugones. Dame risas entre amigos y, para ti, las forzadas en reuniones de alto standing. A mí dame besos y abrazos, caricias en camas ajenas y te regalo todo el dinero del mundo. Dame botellas de vino, dame partidos de fútbol, dame olor a hierba mojada, sol y cerveza, momentos de locura y de perder la cabeza.

A mí dame una falda blanca y unas gafas grandes de sol. Dame labios sin pintar y pieles libres de maquillajes, dame un desfile de Victoria´s Secret y quédate para ti París, Cibeles, Milán y Gaudí. A mí dame sonrisas puras y sonrojos por piropos y métete donde te quepa el frío del invierno, la vergüenza del fracaso, las camas vacías y los sábados de descanso.

A mí dame una vida corta pero intensa, la certeza de que dentro de unos años mi memoria no recordará todas las locuras que hice porque fueron tantas que muchas las ha tenido que omitir. Prométeme que siempre habrá una mujer que recuerde mis besos y sienta mi piel desnuda aunque haya pasado tanto tiempo que ni se acuerde cómo besaba ella, ni cómo tiritaba la suya.

A mí dame medio millón de lunas llenas y otro medio de estrellas brillando sin cesar, dame una botella de buen whisky, una mirada lasciva, una falda que levantar, un mar susurrando al fondo, un avión sobrevolando la noche en algún lejano lugar o una nueva copa vestida de blanco que algún capitán se atreva, frente al cielo de Madrid, a levantar.

A mí dame cada uno de los deseos de mi lista y podré decir que no pasé por este mundo como uno más, que viví cada instante como si fuera el último y que, cuando me llamaron a filas, me fui con la sonrisa de quien ha saboreado el momento, de quien lo ha exprimido todo, de quien quiso más de lo que su corazón podía albergar y de quien será recordado por lo único que todos deberíamos: por haber disfrutado de la vida con toda la intensidad.

miércoles, 4 de marzo de 2015

En mi estadio NO

Supongamos que usted tiene trabajo un fin de semana cualquiera y un amigo le pide las llaves del piso de la playa. Usted, a sabiendas que no lo va a utilizar, queda dubitativo en primera instancia y, cuanto menos, intentará exponer alguna excusa para pensar cinco minutos y a solas sobre si es buena idea o no. Probablemente, si el amigo es íntimo, usted acabará cediendo aunque no por ello dejará de avisar desde el rellano de su puerta y mientras él se marcha escaleras abajo con las llaves en la mano que, por favor, tenga mucho cuidado. Si, tal y como decíamos, el amigo es de fiar, a buen seguro le dejará todo ordenado cuando termine su retiro y le devolverá las llaves en el periodo establecido, con un agradecimiento eterno, efusivo y profundo. Usted, cuando vuelva a ese apartamento, verá que la confianza depositada en él ha sido devuelta en forma de cuidadoso decoro y ningún destrozo material, se alegrará ver que su amigo ha demostrado con hechos que es digno de confianza y la historia terminará con un final feliz.

Supongamos ahora que un amigo íntimo viene a pedirle su piso en la playa para un compañero de trabajo que usted no conoce. Usted, estupefacto, sonreirá en primera instancia pensando que todo es una broma de mal gusto. Cuando finalmente se dé cuenta de que no es así, le preguntará si se ha fumando alguna mierda rara y le recordará lo valioso que es ese piso para usted y que, por supuesto, si ya le costaría trabajo dejárselo a él, ni habiéndose bebido tres botellas de orujo se lo dejaría a un desconocido. Su amigo, avergonzado, le pediría perdón por la impertinencia y, tras unos días de estar molesto con él, usted accederá a perdonarlo sin dejar de salir, eso sí, del asombro que le produjo semejante ida de olla.

Pongámonos ahora en un tercer caso: Imagine que se encuentra por la calle con un chico que siempre que lo ve por la calle se mete con usted, que lo insulta y lo vilipendia sin motivo aparente. Un energúmeno al que tuvo que denunciar una vez por apedrearle el coche y que no sólo lo molesta a usted, si no que en reiteradas ocasiones se ha metido con su esposa y sus hijos. Imagine que ese tipo lo para por la calle y, de repente, le pide que le deje las llaves de su piso en la playa. Cuesta trabajo pensar cuán lejos no lo mandaría, pasando por diferentes tipos de excrementos de animal, después de que se atreviese a  pedirle semejante favor con el historial semi delictivo y totalmente irrespetuoso que ha tenido con usted y con su familia. Por supuesto, se negaría y, casi con total seguridad, la cosa acabaría con la policía de por medio.

Por último, póngase en la tesitura de que no es uno, sino setenta mil individuos como el último los que le piden, ya no su casa de la playa, sino su vivienda habitual, para irse de juerga un sábado cualquiera. Imagine que esos setenta mil personajes tienen intención manifiesta de destrozarle el hogar de punta a punta, respetando únicamente el trozo que el 'segurata' de la comunidad de vecinos les prohíba. Imagine también que, además, pretenden corear, con cientos de cámaras de televisión grabando y retransmitiendo para el mundo entero, cánticos en contra suya, de su familia y de su país. Piense que utilizarán su casa para fines propagandísticos y que, aprovechando su hospitalidad, intentarán desprestigiarlo frente a todos sus vecinos, amigos, compañeros de trabajo o simplemente conocidos. Por último, véase usted llegando el lunes por la mañana y encontrando su salón, su cocina, sus baños y su comedor totalmente destrozados y, cuando tenga intención de reclamarles el pago de los daños, ya no sólo no conseguirá un céntimo de sus carteras sino que, probablemente, se encuentre con una risa burlona y algún "ahora te jodes" por detrás.


Ahora, con calma, piense si usted, querido amigo, dejaría el estadio Santiago Bernabéu para que se disputase en él una final de Copa del Rey (o de España) entre los dos equipos que más odian al Santiago Bernabéu, al Real Madrid, al rey y a España. Yo, desde luego, lo tengo claro: si quieren un campo donde demostrar su mala educación y su falta de respeto, que se busquen otro. En el mío esa escoria no entra, en el mío esa gentuza no demuestra que lo es y, en definitiva, en mi estadio, esa panda de energúmenos no juega. Ojalá el presidente de mi club piense como yo.


PD: Ahora que me vengan a decirme que no todos son así y que no es justo que paguen todos por uno, que yo les remitiré al vídeo que he enlazado.