miércoles, 25 de enero de 2023

Treinta y seis

Treinta y seis velas abarrotan un pastel que parece no tener hueco para albergar ni una sola más. “Pronto” – piensa él – “habrá que empezar a tirar de números para que la tarta no parezca un tiroteo”

Treinta y seis años de ilusiones y sueños, de miles de horas despegado del mundo, vislumbrando realidades paralelas, amores imposibles, lugares inhabitados y triunfos que lograr. Instantes reales y también oníricos que se vuelven tangibles; lágrimas de pena y también de felicidad.

Más cerca de los cuarenta que de los treinta, pero con la tranquilidad casi absoluta de que eso lo comencé a asimilar en el momento en que soplé la trigésimo quinta. Así que, un año después, es menos doloroso tenerlo tan claro.


Treinta y seis millones de palabras escritas, dedicadas a la vida y al amor que, cada vez lo tengo más claro, no deja de ser lo mismo. También a la cerveza y a los amigos, a ciudades que se postraron frente a mí, puestas de sol, vestidos ceñidos y besos que no volverán. A mujeres que robaron por un segundo mi corazón y a quien se lo llevó un buen día para nunca regresarlo. A esa otra en la que piensas cuando visualizas en tu mente a la madre llamada a curar las heridas de los hijos que no tienes y que no estarán nunca tan heridos como lo estás tú. Treinta y seis años de amar tanto la vida que uno siente pena de que cada vez nos quede menos por aquí. Pena de eso, que no de la muerte, porque cuando la de oscuro tenga a bien venir a buscarme, partiré con tantos paisajes en la retina como pocos podrán presumir. Con abrazos cálidos y labios húmedos, noches eternas y estrelladas y amaneceres frente a diosas de otro planeta. Y sí, también con la certeza plena que frente a mí desfiló la mejor panda de amigos de la que jamás fue testigo este planeta.

Treinta y seis años temeroso de Dios y agradecido, a la vez, por tanto que me ha dado. Sangre blanca por las venas, muchas Copas de Europa y noches sin dormir. Música y cine, libros por castigo, naturaleza, aire puro y el mundo a mis pies. Siestas de edredón, migas y gin tónic y haber comprendido que los momentos se exprimen y que el “ya lo haré mañana” nunca llega. Orgulloso de las franjas rojigualdas que visten mi bandera, de decir lo que pienso aunque moleste, de mi gente, de mi tierra y de todo lo que soy… porque todo lo que soy y lo que dicen de mí, para bien o para mal, se lo debo a ellos.

Treinta y seis años bañados en tinta y tinto, añorando vestidos amarillos que no quisieron colgarse en el armario de casa pero sabiendo que son eternos allá donde sólo podrán perfeccionarse: en lo más profundo de mi ser. Treinta y seis años de palabras y hechos, de sueños cumplidos, de piropos y besos, de corazones partidos y un amor tan grande que no cabe en el pecho. No pediré mucho más, lo que sí pido, si me lo tienen a bien, es vivir lo que me quede con la misma intensidad con que lo se ha hecho en el trayecto hasta este punto y final.

martes, 10 de enero de 2023

Tic tac

Tic tac

A lo lejos, quien aporrea con melancolía las teclas de este ordenador, puede vislumbrar la trigésimo sexta vela en una tarta, crepitando en una habitación oscura y solitaria, a la espera de armarse del suficiente valor para insuflar aire y apagarla junto al resto de sus compañeras mientras pide el mismo deseo que lleva años sin cumplirse.

Tic tac

Tiende a formarse también en su cabeza la imagen de un enorme reloj de arena que, poco a poco, deja caer sus granos a un recipiente inferior cada vez más lleno. Es recurrente y, extrañamente, cada vez rebosa más, como si su mente le fuese alertando sin él darse cuenta, que el tiempo pasa y no vuelve. El depósito va colmando y él, haciendo cuentas, entiende que quizá haya pasado ya el ecuador de una vida que transcurre tan deprisa que parece que comenzó ayer.

Tic tac

Lo decía Jonathan Rhys-Meyers en aquella escena de los Tudor y hoy, vagando de nuevo en pensamientos y memorias, viene a recordárselo él a ustedes: cada segundo cuenta. Probablemente se lo tomen a slogan publicitario o a mensaje de película de domingo tarde, pero no hay nada más cierto, nada más real ni verídico que asimilar que nos queda un segundo menos que hace un segundo y ahora, casi sin quererlo, otro menos que hace dos. La triste realidad de quien comienza a ser consciente de que las arrugas de su cara irán acrecentándose y las canas que peina su barba sólo tendrán a multiplicarse. 

Tic tac


No hace mucho, como el señor mayor que está a punto de ser, se lo comentaba entre copas a un grupo de chavales de esos con granos en la cara, vitalidad incesante, sonrisa tímida y mucho por vivir. “Si te llama un amigo para tomar una cerveza, ve”, “Si te invita una chica a su casa, ve”, “Si tu padre te pide comas con él, ve” porque llegará un día en que ya no hagas planes con tus amigos, las chicas dejen de fijarse en ti y tu padre se haya marchado a un lugar donde sólo podrás recordarlo con rezos. Ellos lo miraban obnubilados, como lo hacía él cuando tenía su edad con los pelmazos que me repetían lo mismo que ahora les narra. Y ahí, en sus caras, veía realmente el ciclo de la vida en todo su esplendor y comprendía que los viejos que ya no están tenían tanta razón como la tiene él ahora. Y esos chicos también lo entenderán algún día.

Tic tac

Porque nada importa más que las pequeñas cosas: las mañanas de frío rompiendo en tu cara mientras comienzas la subida a una montaña o los abrazos de la ronda cuando llegas al bar donde te esperan los tuyos. El primer beso o el momento de certeza manifiesta en que sabes que no querrás otros de una boca diferente. Acostarte tarde leyendo o el sonido de la primera copa de vino que nunca suena igual que las demás. Un gol en el campo, que siempre son mejores que en la tele; el sabor del perfume en el cuello de una bonita mujer, el olor a primavera o quedarse tumbado contando estrellas en la oscuridad de un cielo de verano. Despertar en el calor del edredón, bañarse en las aguas del mar de noche, el amargor de un sorbo de whisky que siempre tiende a evocar un pasado mejor y atrae al final de tus lagrimales la gota de pena más azul que nadie puede imaginar cuando has consumido media botella y recuerdas lo que te prometiste no volver a recordar.

Tic tac

Algunos minutos perdidos leyéndome y otros que perdí yo escribiéndole a ustedes. Esos, los de tinta y pluma, los disfruté como casi siempre que vago en el océano infinito de palabras queriendo abrirme de una manera que, quizá, de otra forma no sé hacer. Si alguna vez me echan en faltan recurran a estas letras para recordarme porque aquí está todo lo que soy. Y si en alguna ocasión quisieran consejo tan sólo quédense con éste: lo único que vale la pena, lo que de verdad cala y por lo que hay luchar, es por exprimir el tiempo de ese reloj de arena que no para de desgranar. Vive, coño, vive… de la manera que quieras y te hinche el corazón, pero no consientas que las manecillas se detengan un día sin haber tenido tantos momentos intensos que seas incapaz de recordarlos todos.

Tic tac