Termino los Tudor y pronto os comentaré mis impresiones al respecto. De momento os dejo una frase que da que pensar, que quita las ganas de estarse quieto en el mismo lugar y te asoma a un mundo que poco a poco se va acabando, aunque a veces no nos demos cuenta de ello.
Recopilación de todo lo que veo, escribo, escucho, hago, siento y quiero... o simplemente me invento.
viernes, 28 de junio de 2013
miércoles, 26 de junio de 2013
La tormenta y la calma
De una canción de Creedence Clearwater Revival os dejo una versión más moderna del gran Rod Stewart
"La calma precede a la tormenta así como la tormenta
precede a la calma, la vida no es más que guarecerse
de la primera y salir a disfrutar de la segunda,
sea cual sea el orden de la frase"
Reflexión de una mañana veraniega de sol y calor, de bendita calma
viernes, 21 de junio de 2013
La televisión, reflejo de la sociedad
Llevo ya un par de meses colaborando para la revista DSS Magazine. Al ser un medio de pago online, muchos de vosotros quizás no la conozcáis aunque os dejo el enlace AQUÍ por si os interesa adquirir un ejemplar (desde luego, merece la pena). Este mes escribo varias cosas allí y, además, tengo el honor de abrir la 'Sala de reflexión' con un escrito sobre la televisión y la sociedad que os dejo para que leáis.
“España va mal se mire por donde
se la mire”. Con esta frase cerraba su discurso un conocido mío en una de las
muchas conversaciones que mis amigos y yo tenemos, cerveza en mano, frente a la
barra de nuestro bar preferido. Como tantos y tantos españoles de a pie
intentamos, con más pena que gloria por supuesto, solucionar los problemas de
nuestra nación desde la tranquilidad que otorga estar sentado al cobijo de un
anonimato que ofrece la posibilidad de opinar sobre todo, dar una impresión de
que sabes del tema y después olvidarte de los resultados si las cosas no fueron
como tú pensaste que lo serían. Es muy español criticar y opinar sin tener
idea, nosotros somos así y probablemente de ahí nazca nuestra grandeza o
nuestra pequeñez, según como ustedes lo quieran ver.
Aquella frase perduró en mi
memoria desde entonces. La verdad es que el chico llevaba razón, España va mal
en muchos aspectos: sanidad, educación, política, corrupción, cultura, paro,
economía, moralidad e incluso en el deporte, donde la edad de oro de nuestra
generación está salpicada por unos escándalos de dopaje que parece todavía
están por derramar toda la mezquindad posible sobre personajes que parecían
limpios. Ya veremos qué pasa.
lunes, 17 de junio de 2013
miércoles, 12 de junio de 2013
España y la generación abandonada
Y ahí estaba yo, casi con dos licenciaturas sobre las
espaldas y a punto de sacar a la luz mi segunda novela, soplando las velas de
mi vigésimo sexto cumpleaños, en paro y sin un duro. Sin darme cuenta, mi vida
sobrepasaba ya el primer cuarto del rosco como si hubiera conseguido los
quesitos de historia y espectáculos en una partida de Trivial. Todo era dicha y
alegría a mi alrededor junto con comentarios sin mala fe sobre lo viejo que me
estaba haciendo. Mis seres queridos, exentos de toda malicia, me recordaban la
triste realidad, la funesta y cruenta veracidad de los hechos: me hacía mayor.
En la cena, un informativo radiofónico volvía a poner
al descubierto que la política de este país había perdido el norte para
centrarse únicamente en el punto cardinal de sus intereses más perversos. De un
lado y de otro llueven las falsedades, las falacias y las desvergonzadas
maldades del gobierno y de la oposición, cortados ambos por el mismo patrón: el
de la desfachatez más absoluta.
Nos llaman la generación perdida y creo firmemente que
lo estamos. Nos hicieron creer que éramos la hornada de jóvenes más preparados
en la historia de este bendito país, de esta España nuestra ahora en manos de
los más déspotas tiranos. Somos la envidia de nuestros predecesores, la
plasmación del éxito de los héroes de la transición, el orgullo de un estado
que tocó techo y ahora se desploma en las profundidades del oscuro mar de la
crisis agarrado al peso de los duros rostros de nuestros gobernantes. ¿La generación
perdida? Más bien la generación abandonada.
jueves, 6 de junio de 2013
Mi periodismo (IV)... el futuro
Cierro hoy este breve repaso a lo
que ha sido mi experiencia en el mundo del periodismo, con una visión personal
de lo que creo que es el futuro de esta profesión. Quisiera no tener que
concluir esta serie de post con una imagen tan negra de lo que pienso que se
avecina pero, por desgracia, no me queda más remedio.
La crisis actual está consiguiendo que el paro en el sector de los medios de comunicación tome cotas hasta hace unos años impensables. La irrupción de internet y la disminución de publicidad en los medios hace que sea insalvable la desaparición o las restructuraciones de casi todos ellos. El futuro laboral es negro y el de los contenidos no es mucho mejor, es más, me atrevería a predecir que será, de aquí en adelante y como ya se va notando, mucho peor.
La triste realidad es que el periodismo dejó de buscar contenidos de calidad para centrarse en que crezca la cantidad. El sino de la televisión, la radio o la casi al borde de la muerte prensa escrita, se ha convertido en vender cada día más cueste lo que cueste. Necesitan sobrevivir a la espantada que sus anunciantes han hecho y el vender más ejemplares que su competencia es la única manera de volver a atraerlos (ningún periódico sobrevive únicamente con lo que cuesta, es decir, no hay autofinanciación posible). La cantidad predomina y, en un país con un índice de telebasura tan abrupto como España, la única manera de llegar a más gente es esparciendo estiércol en vez de noticias. El amarillismo se apodera de todos y cada uno de los medios que tienen que recurrir a personajes que nunca simbolizaron el verdadero sentir de esta profesión para llegar un párrafo más lejos que el rival. La crispación, la guerra de guerrillas y el ahondamiento en la chabacanería se han apoderado de casi todos los frentes del periodismo: ya es inmensamente patente en la prensa rosa, casi absolutamente también en la deportiva, muy abultado en la nacional y está siendo introducido poco a poco en la económica, cultural o internacional.
Lo chabacano vende y hay que vender para sobrevivir. Aquí nace el principal problema del mundo informativo actual.
La crisis actual está consiguiendo que el paro en el sector de los medios de comunicación tome cotas hasta hace unos años impensables. La irrupción de internet y la disminución de publicidad en los medios hace que sea insalvable la desaparición o las restructuraciones de casi todos ellos. El futuro laboral es negro y el de los contenidos no es mucho mejor, es más, me atrevería a predecir que será, de aquí en adelante y como ya se va notando, mucho peor.
La triste realidad es que el periodismo dejó de buscar contenidos de calidad para centrarse en que crezca la cantidad. El sino de la televisión, la radio o la casi al borde de la muerte prensa escrita, se ha convertido en vender cada día más cueste lo que cueste. Necesitan sobrevivir a la espantada que sus anunciantes han hecho y el vender más ejemplares que su competencia es la única manera de volver a atraerlos (ningún periódico sobrevive únicamente con lo que cuesta, es decir, no hay autofinanciación posible). La cantidad predomina y, en un país con un índice de telebasura tan abrupto como España, la única manera de llegar a más gente es esparciendo estiércol en vez de noticias. El amarillismo se apodera de todos y cada uno de los medios que tienen que recurrir a personajes que nunca simbolizaron el verdadero sentir de esta profesión para llegar un párrafo más lejos que el rival. La crispación, la guerra de guerrillas y el ahondamiento en la chabacanería se han apoderado de casi todos los frentes del periodismo: ya es inmensamente patente en la prensa rosa, casi absolutamente también en la deportiva, muy abultado en la nacional y está siendo introducido poco a poco en la económica, cultural o internacional.
Lo chabacano vende y hay que vender para sobrevivir. Aquí nace el principal problema del mundo informativo actual.
martes, 4 de junio de 2013
Mi periodismo (III)... el trabajo
Ya he comentado en las anteriores
entradas que vengo haciendo sobre esta profesión, que el 99% de los que una vez
fuimos tan valientes (o insensatos, según lo quieran ver ustedes) de escoger el
periodismo como modo de vida, hemos tenido que alejarnos paulatinamente de él
para poder sobrevivir.
Los hay que todavía siguen cobrando trescientos euros por hacer unas prácticas interminables a la espera de ese esperado contrato (con un sueldo no mucho mayor) que los ayude a establecerse definitivamente en un medio de comunicación. También hay casos de alumnos más avispados que, viendo cómo estaba el panorama, no tardaron en matricularse en otra carrera (periodismo es tan fácil que es compaginable a la perfección con casi cualquier otra licenciatura) y ahora viven de esa otra rama siempre y cuando la crisis les deja. Por último, hay otro grupo que comenzó con ilusión en los medios y un buen día se dio cuenta de que ojalá hubiera sido tan sagaz como sus compañeros de curso para poder haber huido rápidamente de un trabajo que, no nos engañemos, no da para vivir más que a unos pocos afortunados o, en su defecto, una serie de enchufados por papá o mamá. Yo fui del de ese último grupo que un buen día decidió que ya estaba bien vivir de ilusiones.
Comencé a hacer prácticas en tercero de carrera. Lo hice en ese curso porque la normativa de la licenciatura impedía a los alumnos hacerlo antes. Sí, como ya he narrado con anterioridad, la carrera no deja a los periodistas hacer prácticas en medios hasta que se llega a la mitad de ella, una auténtica estupidez. Mi primer contacto con un medio de comunicación fue en una importante radio nacional. Pasé allí ocho meses donde aprendí sin duda más que en mis cinco años en la facultad (tampoco es que fuera muy difícil por otra parte). Mi turno se dividía en mañanas, tardes o fines de semana que yo no podía elegir y donde además debía estar atento ante cualquier imprevisto en el que se me solicitase para cambiar mi horario. Eso sí era periodismo o, por lo menos, una idea clara de lo que era esa profesión.
Conocí a auténticos maestros de la radio y aprendí muchísimo en tiempo en el que, todo hay que decirlo, no cobré ni un solo céntimo de euro. El coste del transporte, las dietas o los honorarios mínimos que un becario cobraba por entonces, nunca existieron para la hornada que entró aquel año 2008.
Los seis meses de prácticas se alargaron dos más y fue a principios de junio cuando comuniqué a la empresa que abandonaba. Lo hice porque no podía permitir que mis padres siguieran pagando en los meses de verano mis costes universitarios (piso, comida, desplazamientos…) y porque esa época de vacaciones era la única en la que podía solicitar un trabajo remunerado que me permitiera sobrevivir al año siguiente.
Mi paso por allí fue magnífico en muchos sentidos pero tristemente aclarativo en otros. Supe inmediatamente que para acabar en un medio de comunicación tienes que tener suerte, padrino o las dos cosas. Coincidí con gente más que capaz que no tuvo mejor fortuna que yo mientras otros, ‘hijos, sobrinos o primos de’ ampliaban sus contratos en prácticas con la esperanza casi asegurada de que tendrán trabajo en el futuro. El enchufismo es, sin duda alguna, el gran enemigo de los periodistas más brillantes de mi generación, que ven como se quedan fuera por gente mucho menos capaz que ellos. Desolador y desmotivador como pocas cosas en la vida. Me parece una auténtica barbaridad que los Mañero, los Guillén, los Agulló, los Senovilla, de Otto, Castro y un largo etcétera se tengan que desquebrajar la cabeza buscando trabajo mientras el ‘hijo, el sobrino y el nieto de’ estén plácidamente ocupando un sitio que no se han ganado más que por el apellido. Hagan ustedes la prueba, verán como los jóvenes periodistas de la actualidad son, en un tanto por ciento muy aclarativo, o bellezones femeninas o enchufados masculinos (o una mezcla de ambas cosas)
Los hay que todavía siguen cobrando trescientos euros por hacer unas prácticas interminables a la espera de ese esperado contrato (con un sueldo no mucho mayor) que los ayude a establecerse definitivamente en un medio de comunicación. También hay casos de alumnos más avispados que, viendo cómo estaba el panorama, no tardaron en matricularse en otra carrera (periodismo es tan fácil que es compaginable a la perfección con casi cualquier otra licenciatura) y ahora viven de esa otra rama siempre y cuando la crisis les deja. Por último, hay otro grupo que comenzó con ilusión en los medios y un buen día se dio cuenta de que ojalá hubiera sido tan sagaz como sus compañeros de curso para poder haber huido rápidamente de un trabajo que, no nos engañemos, no da para vivir más que a unos pocos afortunados o, en su defecto, una serie de enchufados por papá o mamá. Yo fui del de ese último grupo que un buen día decidió que ya estaba bien vivir de ilusiones.
Comencé a hacer prácticas en tercero de carrera. Lo hice en ese curso porque la normativa de la licenciatura impedía a los alumnos hacerlo antes. Sí, como ya he narrado con anterioridad, la carrera no deja a los periodistas hacer prácticas en medios hasta que se llega a la mitad de ella, una auténtica estupidez. Mi primer contacto con un medio de comunicación fue en una importante radio nacional. Pasé allí ocho meses donde aprendí sin duda más que en mis cinco años en la facultad (tampoco es que fuera muy difícil por otra parte). Mi turno se dividía en mañanas, tardes o fines de semana que yo no podía elegir y donde además debía estar atento ante cualquier imprevisto en el que se me solicitase para cambiar mi horario. Eso sí era periodismo o, por lo menos, una idea clara de lo que era esa profesión.
Conocí a auténticos maestros de la radio y aprendí muchísimo en tiempo en el que, todo hay que decirlo, no cobré ni un solo céntimo de euro. El coste del transporte, las dietas o los honorarios mínimos que un becario cobraba por entonces, nunca existieron para la hornada que entró aquel año 2008.
Los seis meses de prácticas se alargaron dos más y fue a principios de junio cuando comuniqué a la empresa que abandonaba. Lo hice porque no podía permitir que mis padres siguieran pagando en los meses de verano mis costes universitarios (piso, comida, desplazamientos…) y porque esa época de vacaciones era la única en la que podía solicitar un trabajo remunerado que me permitiera sobrevivir al año siguiente.
Mi paso por allí fue magnífico en muchos sentidos pero tristemente aclarativo en otros. Supe inmediatamente que para acabar en un medio de comunicación tienes que tener suerte, padrino o las dos cosas. Coincidí con gente más que capaz que no tuvo mejor fortuna que yo mientras otros, ‘hijos, sobrinos o primos de’ ampliaban sus contratos en prácticas con la esperanza casi asegurada de que tendrán trabajo en el futuro. El enchufismo es, sin duda alguna, el gran enemigo de los periodistas más brillantes de mi generación, que ven como se quedan fuera por gente mucho menos capaz que ellos. Desolador y desmotivador como pocas cosas en la vida. Me parece una auténtica barbaridad que los Mañero, los Guillén, los Agulló, los Senovilla, de Otto, Castro y un largo etcétera se tengan que desquebrajar la cabeza buscando trabajo mientras el ‘hijo, el sobrino y el nieto de’ estén plácidamente ocupando un sitio que no se han ganado más que por el apellido. Hagan ustedes la prueba, verán como los jóvenes periodistas de la actualidad son, en un tanto por ciento muy aclarativo, o bellezones femeninas o enchufados masculinos (o una mezcla de ambas cosas)
lunes, 3 de junio de 2013
Mi periodismo (II)... La filosofía
Siempre pongo mi primer día en la facultad como ejemplo de lo
que yo creí que era el periodismo. Es, probablemente,
el recuerdo más bonito que queda sobre lo que yo entendí como un sueño y
posteriormente se convirtió en el despertar de una triste realidad.
En aquella primera jornada en la UCM uno de los profesores encargados de abrir el discurso inicial a un centenar de estudiantes que comenzaba su andadura universitaria, nos avisó con tiempo de lo que venía: “Habéis elegido probablemente la profesión más bonita del mundo, eso sí, tengo el deber de avisaros: si queréis haceros ricos, tener vacaciones o trabajar poco y en un horario definido, habéis elegido mal”. Aquel catedrático anónimo consiguió mantener la atención de todos nosotros con un discurso embriagador, motivador como pocos. “El periodista” –continuó – “tiene el deber de, además de decir siempre la verdad, no venderse a intereses empresariales y, sobre todo, no publicar nada que no haya sido confirmado. No debe prevalecer la primicia sobre la realidad. No caigáis en ese fallo y sed siempre prudentes”. Uno recuerda ahora esas palabras, mira el panorama actual y claro, se echa a reír.
En aquella primera jornada en la UCM uno de los profesores encargados de abrir el discurso inicial a un centenar de estudiantes que comenzaba su andadura universitaria, nos avisó con tiempo de lo que venía: “Habéis elegido probablemente la profesión más bonita del mundo, eso sí, tengo el deber de avisaros: si queréis haceros ricos, tener vacaciones o trabajar poco y en un horario definido, habéis elegido mal”. Aquel catedrático anónimo consiguió mantener la atención de todos nosotros con un discurso embriagador, motivador como pocos. “El periodista” –continuó – “tiene el deber de, además de decir siempre la verdad, no venderse a intereses empresariales y, sobre todo, no publicar nada que no haya sido confirmado. No debe prevalecer la primicia sobre la realidad. No caigáis en ese fallo y sed siempre prudentes”. Uno recuerda ahora esas palabras, mira el panorama actual y claro, se echa a reír.
Bajamos a la cafetería, aquel
lugar que coparía horas y horas de debate y charlas con los primeros compañeros
que habíamos conocido y que se convirtieron, en muchos casos, en amigos que
durarán eternamente. Se empapaba el optimismo en todo nosotros, creo que fuimos
la última generación (siempre hay excepciones) que mayoritariamente había
llegado voluntariamente a ‘pasar hambre’, a descartar una vida de acomodo
económico más que por seguir el paso de aquellos mitos mediáticos que nos
narraban goles, contaban historias o trasmitían cualquier escena de un mundo
que no habíamos visto pero del que estábamos dispuestos a ser parte.
La licenciatura académica más rápida
de la historia. Duró un día, después vino la realidad.
A la mañana siguiente uno va despertando
de un sueño efímero y realmente inexistente. Poco a poco ve lo que de verdad es
el periodismo y en lo que se ha convertido en los últimos diez años. No fuimos
siquiera la última generación decente, nosotros fuimos parte del fracaso y
ni nos dimos cuenta de que ya habíamos llegado tarde, de que el noventa por
ciento ni siquiera trabajaría en esto más que por alguna práctica mal pagada.
Ya no había lugar para nosotros en esta profesión.
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