Durante siglos, miles de personas habían buscado esa reliquia por todos los rincones del planeta tierra pero nadie había podido encontrarla. Solo Peter había sido capaz de resolver los cientos de acertijos que conducían a ella. Una joya ancestral que, según narraba la leyenda, era capaz de aportar a su portador habilidades dignas de magos, de súper hombres, casi se podría decir, de dioses.
Mcgonagal estaba expectante, su hombría y su virilidad no le hacían ponerse nerviosos pero si alguna vez su aspecto varonil pudo parecerse en algo a un hombre inquieto, fue en ese instante. Por fin iba a encontrar lo que durante años había estado buscando, la tenía delante, estaba completamente seguro. Cientos de años perdida y era él quien la encontraba, quien se beneficiaría de sus poderes mágicos. Por fin haría realidad el sueño de su vida, por lo que había peleado tantos y tantos años.
Lentamente y deleitándose con el momento, abrió el cofre y comenzó a estremecerse con el cosquilleo del triunfo, con el sabor dulce de la victoria. Por fin era suya, ahí estaba... la famosa pulsera mágica