Había llegado la hora. Después de años de búsqueda, el aventurero Peter Mcgonagal se encontraba a punto de descubrir el secreto mejor guardado de los últimos mil años, la Pulsera mágica. Contaba la leyenda que siglos atrás, un brujo había escondido en una caja de madera un amuleto capaz de dar superpoderes a su portador. Corría el año 3011 y Peter Mcgonagal estaba a punto de grabar su nombre a fuego entre los mayores descubridores de la historia. Tras años de búsqueda y miles de peligros solventados con valor, templanza y sangre fría; se encontraba frente aquel cofre de madera donde, a buen seguro, se encontraba la famosa pulsera.
Durante siglos, miles de personas habían buscado esa reliquia por todos los rincones del planeta tierra pero nadie había podido encontrarla. Solo Peter había sido capaz de resolver los cientos de acertijos que conducían a ella. Una joya ancestral que, según narraba la leyenda, era capaz de aportar a su portador habilidades dignas de magos, de súper hombres, casi se podría decir, de dioses.
Mcgonagal estaba expectante, su hombría y su virilidad no le hacían ponerse nerviosos pero si alguna vez su aspecto varonil pudo parecerse en algo a un hombre inquieto, fue en ese instante. Por fin iba a encontrar lo que durante años había estado buscando, la tenía delante, estaba completamente seguro. Cientos de años perdida y era él quien la encontraba, quien se beneficiaría de sus poderes mágicos. Por fin haría realidad el sueño de su vida, por lo que había peleado tantos y tantos años.
Lentamente y deleitándose con el momento, abrió el cofre y comenzó a estremecerse con el cosquilleo del triunfo, con el sabor dulce de la victoria. Por fin era suya, ahí estaba... la famosa pulsera mágica
Durante siglos, miles de personas habían buscado esa reliquia por todos los rincones del planeta tierra pero nadie había podido encontrarla. Solo Peter había sido capaz de resolver los cientos de acertijos que conducían a ella. Una joya ancestral que, según narraba la leyenda, era capaz de aportar a su portador habilidades dignas de magos, de súper hombres, casi se podría decir, de dioses.
Mcgonagal estaba expectante, su hombría y su virilidad no le hacían ponerse nerviosos pero si alguna vez su aspecto varonil pudo parecerse en algo a un hombre inquieto, fue en ese instante. Por fin iba a encontrar lo que durante años había estado buscando, la tenía delante, estaba completamente seguro. Cientos de años perdida y era él quien la encontraba, quien se beneficiaría de sus poderes mágicos. Por fin haría realidad el sueño de su vida, por lo que había peleado tantos y tantos años.
Lentamente y deleitándose con el momento, abrió el cofre y comenzó a estremecerse con el cosquilleo del triunfo, con el sabor dulce de la victoria. Por fin era suya, ahí estaba... la famosa pulsera mágica