jueves, 17 de noviembre de 2016

Sentidos

El sonido de las primeras gotas de vino chocando contra el cristal de la copa, el ronroneo de la turbina del avión que te duerme y te arropa, chasquear de los labios de mi boca con tu boca o los gemidos de pasión aquella noche en que, con las yemas de mis dedos, te conseguí volver completamente loca. Los acordes de una guitarra española o la melodía de un saxofón, el rugido de un tigre o el chirriar de los muelles del colchón, la risa de una rubia en esa residencia de estudiantes, la melodía melancólica de la música de antes, el silencio de una habitación que guarece a dos amantes o el crujir del cuero de tus pantalones, esos que te quedan como un guante.

El olor de un automóvil a estrenar, el de la gasolina o el de la espuma del mar; el de una habitación vieja o el de la chica que me amó un día y se fue para no volver jamás. El de un jersey recién lavado, el del champú en tu pelo todavía mojado, el que desprende un hombre con el corazón destrozado, el de la pizza salida del horno o el del pan recién horneado, el que uno no echa de menos hasta que lo ha perdido o bien ese otro que no extraña hasta que se lo han robado. 

La visión de tus piernas morenas andando por la acera, la de tus labios rojos o el contonear de tus caderas. La hebilla de tu sujetador desabrochándose mientras mi corazón se acelera, la del amanecer o la del atardecer, siempre que sea a tu vera. El mar azul desgarrándose contra el sol que se esconde y la imagen del primer ‘te quiero’ al que un ‘yo también’ responde. El color blanco ondeando sobre un estadio, las luces de la ciudad desde el extrarradio o las fotos junto a ti, esas en las que todo el mundo me dice que son en las que más felicidad irradio.


El gusto vistiendo que siempre tuviste y el de tu cuello, que aún queda en mi lengua desde el día en que te fuiste. El del café recién molido, el de los bombones, la comida de mamá o el amargor de no haberme ido contigo. El del whisky impregnando mi garganta, pero el del bueno, el que no se toma ni con CocaCola ni con Fanta. El de un domingo de película guarecidos bajo una manta, el de tu boca besándome despacio, ese que tanto me gusta, ese que tanto me encanta. El del chocolate con leche, el asado argentino, el de la cerveza bien fría o el de una buena botella de vino. El de los abrazos que se fueron y el del que dijo que vendría más tarde, y al final nunca vino.

El tacto de tu piel desnuda, el de tu boca cuando la mía besa olvidándose de las palabras, volviéndose muda. El de la seda o el algodón, el apretar tu cintura hacia mi pantalón. Sentir la suavidad de tus manos, el ardor de cuerpo, notar cómo se pasan las horas y, sin embargo, todavía nos queda mucho tiempo. El del césped recién regado, el de la arena y el hormigón armado, el de las esperanzas del futuro y los recuerdos del pasado, el de tantas veces que memoricé tu anatomía y, a pesar de todo este tiempo, todavía no se me ha olvidado. El del saber que vagas por ahí en otros brazos, en otras camas, en otras vidas y sentir que aquí, donde yo estoy, la mía se queda sola, acongojada, triste, mustia y completamente desangelada.