Taconea como si las calles fuesen maderas de un tablao flamenco, avisando con el sonido de la aguja en el suelo que va a pasar,
que se aparte el mundo, que ella tiene prioridad. Se echa el pelo atrás con una
o las dos manos, dependiendo de su grado de enfado, de su ansiedad, de si tiene
ganas de besarte o de matarte. Se ríe como si no le importase nada, achinando
los ojos y, casi siempre, derramando alguna lágrima de felicidad. Y uno, claro, se enamora de ella al instante y para siempre... para toda la eternidad.
Ella es lo mejor que hay en el
mundo, objetivamente hablando. No se han hecho estudios ni encuestas al
respecto porque no hace falta, es una verdad tan palpable que la mera duda
ya parece un insulto, una bobada sin sentido, una tremenda falta de respeto hacia el universo.
Se le aclara el pelo en verano y se le oscurece la piel. Cuando su falda ondea al viento dejando ver sus
piernas, el mundo se vuelve un lugar mejor. Pasa, de la noche a la mañana, de ser
una chica castaña clara a la rubia más despampanante del hemisferio norte. Toma
café solo, bebe cerveza en primavera y vino en otoño, como toda persona de
bien.
Ella es la prueba de que todo
merece la pena, porque en sí misma ya es una razón más que suficiente para
levantarte un día más, para andar pendiente por la calle por si, por obra y
gracia del destino, te la cruzas en algún lugar. Hace tanto tiempo que la
conozco y, sin embargo, no se me acaba de olvidar jamás.
Es del Madrid, como no podía ser
de otra forma. La camiseta blanca le sienta como a Gilda el guante o a Audrey
el Moon River en aquel balcón. Se enerva cuando no marcamos y disfruta como un
niño cuando canta ‘gol’. Es una preciosidad con el diez a la espalda, cuando lleva el siete se me hace una bendición.
Duerme con los ojos entreabiertos
y respirando muy muy flojo. A veces, en las horas más intempestivas de la
noche, he tenido que pegar mi oreja a su boca para ver si respiraba o no. Se
acurruca en mi pecho y, a traición, busca el calor de mi pies para calentar los
dos cubitos de hielo en los que se convierten los suyos. No se duerme si no le
doy un beso y, extrañamente y desde hace poco, yo tampoco lo consigo si no se
lo doy. Hasta ese punto me ha enganchado, imagínense ustedes lo que es esa mujer.
Ella hace buena la frase: “prefiero
discutir contigo a hacer el amor con cualquier otra” que Dermot Mulroney
popularizó y Maxi Iglesias le robó años después. La verdad es que hace buena todas las frases,
todos los textos, todos los libros, películas o canciones. Ella hace bueno un
día lluvioso de otoño o el primer lunes después de haber perdido un clásico.
Ella es así, lo mismo te cambia de un día de mierda por uno de caricias en el
sofá que te hace, al día siguiente y durante el resto de los que te queden, el
hombre más feliz sobre la faz de la tierra. Así es ella, así como se lo cuento: bonita, lista, buena, sencilla, brutalmente bella. Ella es así... perfecta.