Mi escrito de hoy no versa sobre doña Letizia
o Leonor aunque muchos puedan pensarlo así leyendo el título que lo encabeza. La princesa de la que hablo en esta ocasión no
cumple los cánones habituales, no tiene corona o cetro y tampoco corre por sus
venas sangre azul. Ella ha sido elegida en el cargo por la población de éste,
nuestro querido país, y llevada en volandas hasta su trono de oro y
mediocridad, de rubíes y piedras preciosas, de marfil y un tufillo a pueblo bananero
que echar para atrás. La princesa de mi cuento tiene nombres y apellidos y me
ha venido hoy a la memoria a raíz de esta noticia que pueden ustedes leer en los medios más importantes del país. En efecto, Belén Esteban me ha suscitado
este relato en el que trataré de poner en evidencia una vez más todo lo que ya
he dicho hasta la saciedad pero que, sin embargo, no deja de sorprenderme con
cada nuevo amanecer.
Colas en Sol para la firma de ejemplares de Belén Esteban
En ocasiones tendemos a culpar de las desgracias
al ajeno y no miramos en nuestro ojo la viga de hormigón que lo atraviesa. Eso
es algo muy español, muy nuestro. Decía Ortega y Gasset que "no se puede
hablar de decadencia española en sentido estricto, porque para decaer hay que
caer desde algún sitio" y en días como hoy, no podemos más que darle la razón.
Cuando uno se despierta con una Puerta del Sol abarrotada de efusivos fans esperando la firma de un libro de Belén Esteban, le quedan pocas fuerzas para seguir luchando. Partiendo de la base de que no puedo, por mucho que lo intento, encontrar algo más incoherente que un libro firmado por La Princesa del pueblo, me llena de pesar y resquemor ver a compatriotas míos, gente que luce el escudo de mi nación en su carné de identidad, elevando a los altares al culmen de la indecencia, al bastión de la vulgaridad, la adalid de la decadencia de un país lánguido y ramplón, triste y en coma profundo.
Cuando uno se despierta con una Puerta del Sol abarrotada de efusivos fans esperando la firma de un libro de Belén Esteban, le quedan pocas fuerzas para seguir luchando. Partiendo de la base de que no puedo, por mucho que lo intento, encontrar algo más incoherente que un libro firmado por La Princesa del pueblo, me llena de pesar y resquemor ver a compatriotas míos, gente que luce el escudo de mi nación en su carné de identidad, elevando a los altares al culmen de la indecencia, al bastión de la vulgaridad, la adalid de la decadencia de un país lánguido y ramplón, triste y en coma profundo.
Cada mañana, los bares y las cafeterías de España
vuelven a llenarse de caóticos y quejicas que encuentran en los estamentos más
altos el punto de mira donde señalizar la causa de la situación que vivimos. Políticos, banqueros,
abogados, periodistas y un largo etcétera de sabandijas pusilánimes que nos han
desangradado durante lustros y que ahora, con seis millones de parados y una
crisis como nunca antes se vio en la democracia, siguen haciéndolo ante el
lamento del español medio, ante la estúpida manía de llorar sin hacer
absolutamente nada. Pero ellos, amigos, no tienen la culpa.
No seré yo el que defienda a esa gente, probablemente
los habré criticado tanto como ustedes,
pero no son los culpables, dejémonos de engañifas. En un país que va tan mal
como el nuestro no podemos caer en la simpleza de culpar a los demás sin
mirarnos el ombligo. Una nación con catorce ediciones de Gran hermano y con una
cola que da la vuelta a la esquina para que Belén Esteban te firme su libro no
puede ir bien de ninguna de las maneras. La clase media, usted y yo, nuestros
primos y amigos, nuestros padres e hijos, son los culpables
finales de vivir en el país de la ignorancia y la ignominia, de Telecinco y
Sálvame, del odio al libro y amor a la televisión pueril y burda; la España que
está a la cola en educación y que se enorgullece de ello. Nosotros somos los
culpables, usted y yo. Y podremos caer en la tentación de refugiarnos en que
"no nos educan en el colegio y nos ponen abono en la televisión" con toda
la razón del mundo, pero eso es lo que anhelan, reinar sobre una población de incultos y atrasados, porque un país instruido no
permite que se le vapulee mientras que un país comandado por la reina de lo
burdo no puede más que acatar lo que desde arriba se le ordena.
España vive regida por una señora cuyo mérito
principal ha sido dar el braguetazo del siglo y cuyo ejército de mezquindad y
bajeza la ha catapultado a la gloria a razón de más de un millón de euros anuales. Esa
mujer de modales de trapo y educación de plastilina es nuestra tercera fuerza política y de ahí en adelante cualquier atisbo de sollozo debe desaparecer.
Vuelvo a hacer hincapié en la frase que repito en cada tertulia de café o cerveza, en cada sábado de lamento y discusión, ese "nos merecemos todo lo malo que nos pase" que ya se me atribuye casi sin yo quererlo. Y cuando digo ‘todo’, me refiero a ‘todo’, sin exclusión alguna, sin más que agachar la cabeza y saber que la culpa de que estemos gobernados por una clase política corrupta es nuestra, porque el reflejo de una sociedad se ve en su gente y si tenemos unos políticos de mierda, unos abogados de mierda, unos jueces de mierda, una educación de mierda y unos medios de comunicación de mierda, habrá que ir asimilando que sí, que por desgracia, nosotros también somos una sociedad de mierda.
Vuelvo a hacer hincapié en la frase que repito en cada tertulia de café o cerveza, en cada sábado de lamento y discusión, ese "nos merecemos todo lo malo que nos pase" que ya se me atribuye casi sin yo quererlo. Y cuando digo ‘todo’, me refiero a ‘todo’, sin exclusión alguna, sin más que agachar la cabeza y saber que la culpa de que estemos gobernados por una clase política corrupta es nuestra, porque el reflejo de una sociedad se ve en su gente y si tenemos unos políticos de mierda, unos abogados de mierda, unos jueces de mierda, una educación de mierda y unos medios de comunicación de mierda, habrá que ir asimilando que sí, que por desgracia, nosotros también somos una sociedad de mierda.