Enterrar los pies en la arena o
las manos en sacos de legumbres como hacía Amelie. Que te duela la barriga de
tanto reír o las tardes en el sofá oliendo su pelo. El sonido de la primera copa
de vino, las siestas de verano o los domingos de invierno; un gol que te hace
abrazarte a un tipo que jamás había visto o pasarme la tarde leyendo.
Un trofeo levantado al cielo de
Madrid, el niño al que consigues hacer reír, la brazada de una chica preciosa
en la piscina o recordar, de repente, aquellos años de tijeras y plastilina. La
necesidad de besar a tu madre antes de irte a la cama sabiendo que el sueño si
no, no se conciliaba. Sonrojar con un piropo a una dama o recordar esa vez que,
de tanta gente que nos subimos encima, reventamos el somier de la cama. El
último abrazo a un amigo antes de que se vaya o el primer ‘te quiero’ de una
chica a la que amas.
Las noches de parque aquellos
veranos que se quedan tan lejanos y las camisetas de dibujitos con pantalones
tejanos. Las películas en el cine que sirven de pretexto para que se entrelacen
un par de manos o las fotos que, de repente, encuentras en un viejo baúl y donde sales jugando con tu hermano.
Los piques sanos, los días en vano, aquella profesora risueña que te enseñaba a
tocar el piano; mi jersey amarillo o ese otro naranja butano, el recuerdo de
esa familia que está tan lejos… al otro lado del océano.
Tus labios besándome despacio, el
‘clic’ de tu sujetador al desabrocharse, la forma con la que me mirabas antes y
el modo en que me guiñabas un ojo cuando parecía que el mundo era más
nuestro que de nadie. Tu mechón dorado aclarado por el sol de agosto, tu piel
tostada y la marca del bikini en ella; comidas con amigos o las cenas a la
luz de una vela. El sabor de una cerveza helada o el de un café recién hecho,
una mirada furtiva, un mensaje donde te dicen que te quieren, el despertar con
un beso o una larga noche de sexo. Un amanecer en la playa, una señora cantándote un bingo o que te suene el
despertador y te acuerdes que hoy no tienes que madrugar, que es domingo.
Tú sin maquillar andando con tu
vestido blanco, yo mirándote desde la lejanía embobado, el sonido de tus
tacones acompasando la partitura y mi mente imaginando cosas que me llevan a la
locura. Las uñas rojas de tus manos agarradas a mi espalda y las mías,
traviesas y emocionadas, subiéndote la falda. Decirte que te quiero y te echo
de menos, contestarme que tenemos que recuperar el tiempo, y luego, sin que nadie se entere, ponernos a ello sin
freno.
Un beso en la frente a una amiga,
un abrazo a otra que una vez lo fue, un sentido ‘lo siento’ por aquella vez que
me equivoqué. Los recuerdos más bonitos que nos sucedieron ayer y la esperanza
de que, aunque todo cambie, sigamos todos juntos… como siempre fue. Un grupo de
amigos que estuvo unido desde que alcanzo a recordar, la familia que no se
elige, la que siempre responde cuando llamas, la que te quiere de verdad.
Las fiestas en septiembre o una
nota que creías que no ibas a encontrar. Nadar desnudo, una buena película,
gritar muy alto, bailar pegados y cantar aunque se te dé mal. Amar hasta que
duela, besar todo lo que puedas, sonreír con dulzura y jamás, nunca, pase lo que pase, odiar. Beber,
comer, dormir y, si me apuran, no parar de jugar. Abrazar a todo aquel
que te lo pida y a cuantos lo puedan necesitar. Vivir, en definitiva, la vida
como si mañana se fuera a terminar. Todo eso o lo que ustedes quieran, pero
cuando llegue el fin de los finales y todos hallamos de mirar atrás, recordemos
pocos momentos malos y muchos, muchísimos que nos colmen de felicidad.