Llueve afuera y el agua se lleva
consigo lo que parece el último resquicio del verano. De nuevo las calles
comienzan a mojarse, las terrazas de los bares a vaciarse y el armario de mi
habitación me pide a gritos que vaya sacando ya de él toda la ropa de invierno.
Y no quiero, no quiero que se acabe esto.
Que se marchen a dormir las faldas blancas que ondeaban hasta ayer por
la orilla de la playa o la cerveza bien fría entrando por mi garganta. Que se escondan las
gafas de sol y la piel bronceada, que nos dejen los besos en la toalla y la
necesidad apremiante de desnudarte sabiendo a ciencia cierta que no tendré que
quitarte mucha ropa.
Llueve afuera y por primera vez
he tenido que ponerme una sudadera en meses. Ya anochece antes y el ventilador de
mi habitación, mi más fiel compañero durante estos últimos dos meses y medio,
parece triste y acongojado porque sabe que, más pronto que tarde, toca
despedida hasta nuevo aviso. Vienen épocas de edredones, cuellos altos y
calefactores, de cambios de hora y nieve; de constipados, gripes y melancolía;
de caricias guarecidos bajo mantas y pies helados como la mismísima Invernalia. El invierno se acerca tan
rápido que parece que mañana mismo va a llegar. Y no hay nada que me asuste más
que la llegada del invierno.
Porque se perderán las verbenas
de pueblo y los platos de caracoles, los pantalones cortos y ese vestido gris
ceñido que tanto me gusta verte puesto. Se irán los domingos de paella en el
chiringuito de la playa y el ansia por salir a la calle a todas
horas para charlar con unos y con otros de cualquier tontería una y otra vez
durante horas. Se irán los baños nocturnos en piscinas ajenas y ya no quedará
rastro alguno del sabor de un verano que cada año me enamora más y más.
Llueve afuera y el olor a migas y
vino me viene a la cabeza junto con el de tardes de fútbol y ginebra endulzada
con el sabor amargo, valga la contradicción, de un botellín de tónica. Otro año más comienza en poco más
de veinte días, los que viven cerca mío bien saben de lo que hablo. Llueve
afuera y el agua que cae del cielo sirve de telón para avisar que la función se
acaba. El público se levanta, aplaude y se va a casa... y hasta el próximo pase si
Dios quiere y vendemos las suficientes entradas.
Una vez más se acaba el espectáculo y es una menos si nos ponemos en plan melancólico. Pero antes de marcharnos a brindar por la obra que concluye, sólo quería pasar a decirles que fue un honor actuar junto a ustedes y que seguiremos ensayando a diario para que ésta, la obra de teatro de nuestras vidas, salga cada año mejor y disfrutemos todavía más representándola.
Una vez más se acaba el espectáculo y es una menos si nos ponemos en plan melancólico. Pero antes de marcharnos a brindar por la obra que concluye, sólo quería pasar a decirles que fue un honor actuar junto a ustedes y que seguiremos ensayando a diario para que ésta, la obra de teatro de nuestras vidas, salga cada año mejor y disfrutemos todavía más representándola.