Recuerdo que no todo fue bonito, pero incluso lo más horrible, fue más bonito que todo lo que vino después de ti.
El sabor de tu lengua guerreando con la mía, el roce de tus dedos en mi piel, el primer ‘te quiero’ y todos los que llegaron después. Pasear de la mano por aquel paseo marítimo desierto, el vino robado del restaurante que nos tomamos más tarde en la playa, los baños de agua caliente mientras te besaba los tobillos y te decía que, aunque pasasen mil millones de años, jamás volvería a querer igual. Y ya ves que no mentía.
El mechón castaño que caía por tu cara ocultando levemente el color aceitunado de tus ojos, el rosáceo de tus mejillas cuando las sonrojaba con un piropo, el carmín de tus labios en el cuello de mis camisas, el colorete en las sábanas o el rímel corrido cuando llorabas después de una discusión.
Aquella Copa de Europa que vivimos con la misma intensidad que si nos hubiesen dicho que el mundo terminaba esa noche. El suelo adoquinado de la Ciudad Eterna bajo nuestros pies y esa foto en la reina de las fuentes que yo te tomé y que aún sigue siendo una de las mejores cosas que he hecho. Tus bolsos de colores y tus zapatos de Zara, lo bien que quedaba tu cepillo de dientes al lado del mío, el sonido de tu risa, que es la cosa más maravillosa que he escuchado en mi vida. Mis manos apretando tu cuerpo, atrayéndolo hacia mí temeroso de que algún día, tal y como sucedió, se fuera para no regresar. Tus vaqueros ajustados, tu miedo al futuro incierto, las quejas y los malos humores, los celos y todo lo demás. Te he hecho tan perfecta con el paso de los años que todo lo malo que tenías ha dejado de serlo para convertirse en recuerdos que no quiero borrar de mi mente jamás.
Los domingos de no querer levantarnos de la cama, las miradas furtivas, el sexo en los cuartos de baño, la curva maravillosa de tus caderas y cómo las yemas de mis dedos no se cansaban de surcarlas una y otra vez. El sabor de tus pechos en mi boca y la extraordinaria sensación de sentir cómo gemías con la pasión de un volcán en erupción cuando te besaba como si mañana no fuese amanecer. Aquel pueblo de la Mancha, la luz entrando a cuentagotas por la persiana, el mar a lo lejos, las palabras bonitas y los días de hacernos tanto daño que los dos llegábamos a casa maldiciéndonos por haber odiado tanto a quien queríamos más que a nadie. Porque, tú lo sabes bien, nos quisimos con tanta fuerza que el resto del mundo jamás podrá entender y tan profundo como nunca volveremos a querer.
Odiar el catorce de febrero pero celebrarlo sin que nadie se enterase, las fiestas hawaianas donde me regalaste una segunda familia, los planes de futuro y un presente que debió llegar más tarde, porque el amor no es complicado (que también) porque haya que encontrar a la persona perfecta para ti, sino porque, además, la tienes que encontrar en el momento idóneo. Y el nuestro, querida mía, no era aquel. Tristemente para los dos. Y, quizá, por eso te marchaste y por eso yo siga aquí, aporreando una vez más las teclas de un ordenador cansado de escuchar mis penas y aburrido de que vuelva a recordarle, una y otra vez, que cuando uno ha amado con toda la fuerza que podía albergar su corazón, ya sólo puede esperar a que pasen los días y relamerse de unos recuerdos que probablemente no fueron tan perfectos como recuerdo, pero que son lo único que quiero recordar.