Hace tiempo que el tacto de tu
piel desnuda no impregna las yemas de mis dedos, hace tiempo que no te lleno de
caricias ni tú me llenas de besos. Hace tiempo que dejamos de abrazarnos, que
te marchaste de mi lado, que comencé, poco a poco, a perderte. Hace tiempo que
dejé de gritarle al mundo que te quería aunque, que te quede bien claro, nunca
he dejado de quererte.
Hace tiempo que me pierdo en
otras camas, que me tocan otras manos, que me besan otros labios y que levanto
otras faldas. Hace tiempo que tu ropa no pueblo mi armario, que tu sonrisa no
luce en mi casa, que tus tacones no se escuchan en la sala, que tu cepillo se
fue de mi baño. Hace tiempo que la vida es menos vida, que el sol no calienta
por igual, que las noches se hacen más largas y que, extrañamente, me cuesta
hasta respirar. Hace tiempo que los días son una concatenación de horas,
minutos y segundos que pasan y pasan sin más.
Hace tiempo que dejaste de
jurarme amor eterno, que no bebo vino hasta que el sol por detrás de las
montañas aparece, hace tiempo que nadie me recuerda que si algo merece la pena
en esta existencia que nos acuna o que nos mece es encontrar a la persona
adecuada, tomarla como territorio conquistado, pelear por ella como el más
valeroso de los soldados y deslomarse cada día porque no se marche de tu lado.
Hace tiempo que tus manos no se
pierden en mi pelo, hace tiempo, estoy seguro, que de tu boca no sale un ‘te
quiero’, hace mucho que no te erizan la piel cuando una boca besa tu cuello y
hace tanto que yo, querida mía, dejé de sentir algo que parece que, aunque
todos me dicen que estoy vivo, yo estoy seguro que desde el momento en que te marchaste, estoy cada vez más muerto.