miércoles, 4 de noviembre de 2015

Piropos en verso

"Es que hace mucho tiempo que no me dices nada bonito" – dijo apoyándose sobre la encimera de la cocina mirando al infinito, sabiendo que decía la verdad y que no cometía por ello ningún delito.

Él se acercó despacio, la cogió de las manos, le levantó la mirada y con la firme intención de hacerle ver que estaba, por supuesto, equivocada; le contestó con voz tierna, dulce y delicada:

"Tú haces que mis lunes parezcan viernes por la tarde, que le encuentre sentido a una tarde lluviosa de invierno, que viva en un sueño eterno, que sólo piense en ti, que no sepa cuando estoy despierto y cuando estoy durmiendo, que todo este mundo parezca más decente, menos moderno; que tenga, cada mañana, todas las ganas  de vivir. 

Tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Así, tal y como suena, sin adornos y sin mentiras: eres mi viaje sólo de ida, mi casa, mi hogar, mi guarida; la mujer que me ama, me quiere y me cuida; la chica más lista, guapa, buena y divertida. Eres una joya que no merezco, que me es absolutamente inmerecida. El premio gordo de la lotería, un bote del Euromillón o de la Primitiva; mi mujer, mi amiga, mi confidente, mi musa, mi diosa… mi diva.

Me gustan tus ojos, me encantan tus manos, adoro cómo tu pelo cae sobre los hombros y también cómo me frunces el ceño cuando estás enfadada. Suspiro por tu boca y no hay nada que no hiciera por tus besos... Nada de nada. Me enamora tu voz, me excitan tus piernas, me enloquece tu ombligo y me trastorna el modo con el que dices mi nombre cuando me llamas. Me pierde tu piel, me encuentro en tu espalda y de poco puedo presumir más que de que digas que me amas.


Quizá las reiteración de palabras durante todo este tiempo haya servido para que, poco a poco, su significante adormezca tus oídos, es parte de la rutina. Pero no olvides, por favor, que el significado no ha cambiado, sigue presente y no se me olvida. Ese “te quiero tanto como el primer día” grábalo a fuego porque jamás se termina. Y ese otro “te amo más que a ninguna otra mujer que haya existido en este universo”, tenlo presente, es más que un verso, es más que eso: es el testimonio del que no creía y, un día cualquiera, se hizo converso.

Y te digo, por último, que si volviera a nacer acabaría de nuevo aquí, en la cocina de casa, diciéndote esto otra vez. ¿Por qué? Porque no cambiaría nada, ni una ficha en este tablero de ajedrez, ni una de mis cagadas, ni una sola idiotez. Volvería a hacer lo mismo, del derecho y del revés, para tener la certeza absoluta de que paso contigo mi infancia, mi juventud y mi vejez. Nadie en este terco planeta puede presumir de ser, como tú, a la única que no miento cuando digo: te quiero menos que mañana, pero mucho más que ayer". 

domingo, 25 de octubre de 2015

Domingo

Sólo hay algo más triste que la mañana de un lunes: el anochecer de un domingo.

La gente siempre recurre al retemblar del despertador del primer día de la semana para volcar sobre él su mal humor, para injuriar durante toda la mañana recordando lo bien que se estaba en la terraza del bar, en el comedor de aquel restaurante o, simplemente, bajo las sábanas de la habitación. Sin embargo, ese instante es sólo la culminación de horas y horas del lamento mudo en el día de antes, de un pensamiento que te acompaña durante toda la jornada del domingo y que, aunque no lo escuches, no para de susurrarte al oído ese "disfruta, que esto se acaba" que tantísimo dolor produce.

El domingo es el día nacional de la resaca, de los partidos de fútbol y del sofá. Es el día en que más horas se duerme, el día en que se hacen juramentos vanos sobre qué cosas no volveremos a hacer o el momento en que más paellas, cocidos o lentejas se comen en todas las casas de este país. Uno intenta disimular el amargor del whisky en la lengua de alguna boca engañada la noche anterior. Se bebe tanta agua por hora que cualquier médico de cabecera podría llegar a tildarlo de peligroso. Se ama mucho, ya sea física o metafísicamente, y se sueña más con lo que se ama de lo que normalmente se suele hacer. La necesidad de cariño se torna apremiante y se escriben los mensajes más bonitos de la semana, los más sinceros, los más profundos, los más lujuriosos y los más románticos. Aunque después podamos arrepentirnos de ello.
El domingo nace como el último día de libertad plena y muere volviéndote a traer la desolación de la monotonía diaria. La belleza de la mañana contrasta con el desánimo que supone ver esconderse el sol tras el horizonte, ahora, una hora antes de lo acordado... Para joder más la marrana. 


Los pensamientos, envueltos en un manto de redundancia, regresan a tu cerebro recordándote ese informe inconcluso que quedó en la mesa del despacho, la bronca del jefe que está por llegar, las largas colas de coches que habrá que aguantar y la enorme cuesta de cinco días que se avecina a pocas horas vista. Las sonrisas del viernes van quedando opacadas por las caras largas y llega un instante, a eso de las diez y media de la noche, que las conversaciones se enmudecen y únicamente se consigue escuchar el sonido de la televisión, la radio o el tráfico del exterior. El languidecer de un domingo es, con creces, el momento más melancólico de la semana. 

Por eso, una vez, alguien me aconsejó que al domingo había que encararlo con calma, con templanza y con meticulosidad. Que ese día sagrado se regía por una norma clara y concisa: "no pisar la calle y disfrutar de todo lo que te hace feliz”. Que había que guarecerse bajo una manta con un par de buenas películas, una botella de agua y, si tienes mucha suerte, agarrado a la cadera de una bonita mujer. Me dijeron que a Dios había que honrarlo disfrutando de las cosas más bellas de la vida y creo fervientemente que es uno de los mejores consejos que me pudieron dar.
Mañana, lunes, volveremos a ser almas en pena desfilando hacia la rutina pero, mientras tanto, disfrutemos de un domingo más que se nos va. No perdamos de vista que este domingo nunca volverá y tampoco que, por suerte, otro distinto está a sólo seis días de camino. Quizá eso sea lo mejor que nos da la vida: la certeza de que, casi siempre, tenemos una segunda oportunidad.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Galicia

Lunes, primer día de trabajo después de muchos de vacaciones. La rutina y la monotonía del principio de un largo invierno comienzan a hacerse patentes en mí: el coche, la empresa, las carreteras atestadas de gente, los anocheceres tempranos, las horas que pasan sin cesar… pero aún resopla con dulzura un recuerdo todavía muy vivo, aún me parece recordar la brisa mañanera de una tierra que desconocía pero que me atrapó con tanta fuerza que, creo, no me dejará escapar jamás.

El Camino fue la excusa para volver a subirme a un avión. La redención y el reencuentro parecían los objetivos de una semana que estoy seguro que no olvidaré.
Bajé de aquel vuelo de Ryanair y comencé a notar que aquello era distinto. Allí, en el centro de las montañas de Santiago, el aire se hacía más limpio, más nítido y más apacible que en ningún otro lugar que recordase. Pasé la tarde recorriendo en bus todo el trayecto que, días después, volvería a hacer andando, y no podría asegurar en cuál de los dos comencé o terminé de enamorarme de esa tierra con olor a eucalipto, sabor a pan de pueblo, sonido a gaita y tacto de preciosa mujer.

Galicia es tan verde que parece que vives en una película. No había visto jamás tanta vida como en sus bosques, tanta paz como en las calles de sus aldeas, tanta armonía como en el cauce de sus ríos y tanta riqueza como en cada uno de los caminos de flechas doradas que me llevaban, paso a paso, al destino final.

En Galicia se come bien, se bebe bien, se duerme bien, se vive bien y se besa bien. De todo ello dan fe mis pies cansado, mis piernas agarrotadas y mi estomago saciado kilómetros después del inicio. De todo ello dan testimonio los miles de peregrinos que, como yo, se enamoraron alguna vez de esa tierra que parece escondida en un cuento de hadas pero que tenemos a apenas un tiro de piedra de nosotros. Qué estúpidos somos a veces los españoles, qué manera de desperdiciar nuestras riquezas en luchas fratricidas y en éxodos voluntarios. Aquí tenemos todo y parece que no nos damos cuenta de nada. El mejor país del planeta tierra está habitado por imbéciles desagradecidos que no saben valorarlo. La triste historia de una triste nación.


Desde aquí, con vuestro permiso, os aconsejo que vayáis; que os perdáis como lo hice yo por entre sus caminos pedregosos o sus calzadas adoquinadas. Que descubráis uno a uno los pueblecitos que van a apareciendo en el horizonte, la hospitalidad de una gente que te cautiva con el habla y te conquista por su amabilidad. Que bebáis buena cerveza y probéis los manjares que tienen por allá. Os recomiendo que no perdáis un minuto más, cojáis el medio de transporte que tengáis más a mano y viajéis a Galicia, sea de peregrinación, por trabajo o simple placer; pero id. Y cuando lleguéis allí dejad el móvil en la mochila, pasad de los auriculares y la televisión, usad la habitación del hotel únicamente para dormir unas pocas horas o comeros a besos, y salid a la calle cuanto antes. Allí, fuera, hay tanto por descubrir que una semana os parecerá un día y un año apenas siete. Yo me volví de allí sabiendo que me traigo mucho de ella y ella se queda mucho mío. Y algún día, Dios quiera que más pronto que tarde, volveremos a encontrarnos frente a la Catedral de Santiago y emprenderemos un nuevo viaje juntos. Qué bonita eres, Galicia querida. Gracias por todo, de corazón.

martes, 8 de septiembre de 2015

Fiesta

Allá, a lo lejos, se puede sentir ya el sabor a fiesta en Elche de la Sierra; mi zona, mi pueblo, mi sitio… mi hogar.
Se atisban a ver guirnaldas y farolillos adornando las peñas, luces coloridas en las entradas del lugar, colores chillones en las camisetas y una semana grande para disfrutar. 

El olor a cerveza por las calles, adoquines manchados de vino, alcohol y sal; noches de luces y música, días de duro, tableros y juegos de azar. Sonrisas en cada esquina, pañuelos rojos y verdes, pantalones cortos, gafas de sol, morenos que se borran y amores que nunca se van.

Se acerca la semana más esperada del año, la de las gambas y la caña, la de los encierros y las verbenas, la del calor humano y las ganas de saltar, la de la noches de dormir poco y los días de reír sin parar; la fiesta más cálida del año está ahí, si te estiras un poquito, casi la puedes palpar. 

El ambiente por esos lares, me cuentan, se comienza a engalanar: preparativos de última hora, compras, decoraciones, días tachados en el calendario de un año que ya casi se nos va. Se nota la inquietud en el ambiente, el deseo de que comience ya, de pinchar el primer barril de cerveza o descorchar la primera botella de champagne. 

Comienza una semana de esas que, por un motivo u otro, nunca consigues olvidar.
“¿Te acuerdas aquellas fiestas en que…?” es una frase que se repite una vez más, porque creo que por eso son precisamente tan grandes: porque siempre ocurre algo digno de mencionar, algún suceso que siempre recuerdas, que se te queda grabado a fuego y donde nadie te lo puede borrar. Una tarde llorando de la risa o una noche haciéndolo de tristeza frente a cualquier bar, el primer beso con esa chica que tanto te gustaba o la discusión con que la dejaste marchar. Unos días que son tan intensos que todo puede pasar, sea para bien… o sea para mal.

Se vienen los paseos de local en local, los bailes intempestivos y en cualquier lugar, la necesidad apremiante de encontrar unos labios que besar. Sudaderas, chaparrones y noches sin descansar; sabor a arroces, gazpachos, paellas y fideuás. Litros de café y whisky corriendo por tus venas, camas aguardando a dos amantes que todavía no saben que se van a encontrar. 

Siete largos días donde todo puede pasar, ciento sesenta y ocho horas que quieres exprimir, más de diez mil minutos para disfrutar y un porrón más segundos para secundar el sentimiento que más importancia cobra en ese espacio de tiempo: la amistad.

Los días grandes de mi pueblo están por comenzar. En apenas un suspiro nos veremos por las calles, te saludaré y me saludarás; brindaremos por los que nos encontramos y por los que se fueron para no volver jamás. Y, cuando queramos darnos cuenta, todo quedará atrás. Así que no caigas en el error de dejar las horas pasar. Exprime todo lo que puedas a la gente que tienes y con la que coincidirás. Sonríe, bebe, come y ama hasta reventar, no dejes que se te vayan los días porque estas, las fiestas de 2015, ya no van a regresar jamás. Rodéate de quien te quiere y a esos, los que de verdad lo hacen durante los otros 358 días, no los dejes escapar.

lunes, 17 de agosto de 2015

Antónimos

Perderme sin rumbo bajo tu falda,
Encontrarte al despertar a mi lado,
Hacerme el dueño de toda tu espalda,
Esclavizarme a tu lengua y tu pelo dorado.

Bajar lentamente por tu ombligo,
Hacerte subir al mismísimo cielo,
Acallar con mis manos tus gemidos,
Gritarle al universo que te quiero.

Amar cada una de tus manías,
Odiar al mundo si te me alejas,
Comprar un ramo de tus caricias,
Venderte mi alma a tocateja.

Humedecer con mis labios tu boca,
Secar de tu cuerpo el sudor de la noche,
Amarrarte tan fuerte que te vuelvas loca,
Dejar que te vayas sin ningún reproche.

Crear con tus ojos una religión entera,
Destruir a cualquiera que te haga sufrir,
Sentir con mi pecho que tu corazón se acelera,
Saberme vacío si no estás aquí.

Decir un ‘te amo’ cuando estás dormida,
Callarme las ganas que tengo de ti,
Porque sin ti, cariño, me falta la vida
Porque sin ti, mi amor, no puedo vivir.

miércoles, 12 de agosto de 2015

Microcuento (VIII)

Que me apaguen el mundo, que me quiten la luz; que apenas entre un rayo por la persiana de mi habitación mientras te desnudo poco a poco, mientras la ropa va cayendo al suelo frío y mi boca se enreda en tu cuello erizándote la piel, volviendo a sentirte conmigo, aquí, a mi lado, olvidándonos del mañana para regresar al ayer, centrándonos en lo querido y olvidándonos de lo odiado, saber que aunque nos fuimos nunca nos hemos olvidado.

Que me quiten los días, que se lleven el sol y las tardes de calor con mar y sonrisa. Que me roben todo y me dejen a oscuras leyendo tu piel en braille, aprendiendo el idioma de tus besos y sintiendo tus manos perdiéndose en mi espalda. Que se lleven la música y el cine, el mar y el balón de cuero, la luna y la playa; que se lo lleven todo, que si te dejan a ti no me hace falta nada.

Que me roben el olor del rocío de la mañana si me queda el tuyo perdiéndose en mis fosas nasales. Que se lleven el sabor de los manjares o el tacto del vino en mi lengua si a ésta le concenden libertad  para explorar toda tu anatomía y hacer que te aferres a la almohada con la pasión de una adolescente, sintiendo tu boca mordiendo la mía, saber que nos faltan noches y nos sobran los días.

Que el cuento no termine nunca, que se lleven el castillo y el dragón, las perdices y el caballero andante, pero que, por favor, no se lleven a la Princesa Prometida, a esa dejádmela aquí, para que la devore con la pasión del animal más fiero, para que te repita que sí, que te quiero, y consiga gritar al mundo que si no te tengo, me muero.

domingo, 2 de agosto de 2015

Imagina

Imagina tu blusa cayendo sobre los azulejos de mi cuarto y las gotas de sudor rompiendo contra el suelo mientras los gemidos resuenan en el aire despertando a los vecinos. Imagina mis dedos surcando tu piel desnuda, acariciando tu cuello, explorando tu espalda, palpando tus piernas, apretando tu pecho, rozando tu boca y sintiendo el calor de tu piel mientras te voy volviendo cada vez más loca. 

Imagina mi lengua luchando con la tuya, imagina tus muslos entrelazados a mi espalda, imagina mis ojos clavados en tus pupilas contraídas, convenciéndote sin palabras de que no quiero que te vayas, de que no habrá otro lugar donde puedas estar mejor; jugando a que el tiempo no pasa, a que el reloj está roto, a que no hay mundo más allá de ese colchón que cruje bajo nuestros cuerpos, que grita de placer, que chirría de gozo, que pide más amor, que nos ruega más pasión, que se nos insta sin pudor a perder cualquier atisbo de razón.


Imagina mis manos levando las tuyas hacia el cielo y amarrándolas al cabecero. Imagina cómo me pierdo en tu cuello inhalando el perfume apresado en él, mordiéndote la curva que lo enlaza con el hombro, notando cómo luchas por no desfallecer. Imagina que te abrazo tan fuerte que crees que te voy a romper, imagina que te beso con premura una y otra vez, imagina que te amo hasta un nuevo amanecer e imagina, querida mía, que ese sueño que te narro casi está por suceder. 

Imagina que la leyenda cobra vida, imagina que el cuento se torna realidad, imagina que los besos que creímos inventados, de repente, se vuelven de verdad. Imagina que la función comienza y que tú y yo la vamos a interpretar, imagina que el escenario es esa cama que te digo, esperándonos para echar a volar. Imagina que las letras se convierten en hechos, que las frases cobran sentido, que el texto que parecía imposible en un momento parece que ha sucedido. E imagina, mi vida, que un día, cuando menos te lo esperes, todo esto que te digo…nos habrá ocurrido.

lunes, 6 de julio de 2015

Budapest

El encanto de Budapest reside en un factor con el que pocas ciudades cuentan: el contraste.

Uno llega a la capital húngara y se topa de lleno con toda una escala de grises que suben desde el pavimento hasta las azoteas de unos edificios tan altos como apagados. Todavía colean por allí los últimos retazos de ese comunismo tan felizmente desterrado del viejo continente como extrañamente añorado por unos pocos. Las construcciones se antojan iguales, las avenidas se ensanchan y el centro de la ciudad se mueve entre el militarismo de la antigua URSS y la tristeza arquitectónica de una ciudad que por momentos parece anclada en la Guerra fría.

Sin embargo, todo cambia cuando el río aparece frente a ti.


Tenía dudas de por qué me decían que Budapest dependía tanto del Danubio hasta que lo tuve delante. Ese río es media ciudad… o quizá más aún. No lo es sólo por la unión de la verticalidad de Buda y la horizontalidad de Pest, es la franja que embellece todo el cuadro, el trazado de color sobre un fondo oscuro, la pincelada de pasión sobre un lienzo apagado. De día, el sol se refleja sobre sus aguas y hace relucir todo a su alrededor; de noche, la artificialidad de millones de luces la hacen tan bonita que uno consigue enamorarse de ella a pesar de que creyó que sus destinos nunca llegarían a unirse. La ‘Perla del Danubio’ es el mejor calificativo que se le puede asignar a Budapest, su belleza nace, vive y muere por y para él.

El puente de las cadenas fue nuestro hogar durante la mayor parte del tiempo. La cerveza corría por nuestro cuerpo como lo hacía el caudal bajo él. Compartimos junto al monumento y el majestuoso castillo de Buda muchas risas, nuevas amistades y viejas anécdotas que nunca se llegan a marchar del todo. El parlamento impresiona, cierto; pero si tuviera que elegir lo más magnífico de toda la ciudad me quedaría con la instantánea que uno puede grabar a fuego en su memoria para el resto de su vida si sube hasta el mirador de la Ciudadela. Allí te haces el rey de Hungría por un momento y crees tenerla a tus pies. Apenas dura un instante, pero tu mente te hace creer durante ese segundo que todo lo que alcanzas a otear te pertenece por derecho divino.

La noche se hace tan corta que cuando quieres darte cuenta el sol ya está calentando sobre tu cabeza. Las mujeres son bonitas, la comida es copiosa, la cerveza suave y quizá echas en falta alguna sonrisa perdida…pero merece la pena, merece mucho la pena perderse por sus calles tanto de noche como de día, al amanecer y al atardecer, despacio pero sin prisa. Budapest se quedó atrás pero yo me llevo su recuerdo, que es algo que nadie me podrá quitar jamás. Hasta siempre, linda. No te olvidaré.

jueves, 25 de junio de 2015

Prefiero

Prefiero las lágrimas de un corazón destrozado a no haber amado jamás. Prefiero domingos de resaca a noches de Sálvame Deluxe, el rosado de tus mejillas al del vino, el moreno de tu piel al del azúcar del mojito, el azul de tus ojos al del mismo mar y como diría Serrat: “un lunar de tu cara a la pinacoteca nacional”

Prefiero una guerra entre sábanas a un tratado de paz, una tarde sin ropa a un desfile de moda y prefiero mil noches sin dormir a cerrar los ojos sin que hayan pasado las once. Prefiero tu sonrisa cada mañana a que me aseguren que viviré mil años, porque pocos milenios duraría yo sin ti, pocos siglos, pocas décadas, pocos días si no te tengo aquí.

Prefiero pelearme contigo a hacer el amor con cualquier otra. Prefiero cogerte de la mano a amarrar una fortuna, verte dormir desnuda a la maja vestida de Goya. Prefiero sonrojarte con un piropo a tener el poder de la bilocación, de la transportación, de la precognición o de cualquier otra cosa con esa terminación que no me permita tumbarte cuando me plazca sobre un colchón.

Prefiero decirte: "me gustas más que levantarme tarde" a hacerlo. Prefiero ayudarte a levantarte a no verte caer, aunque no viva para otra cosa que no sea poner mis brazos para sujetarte si así ocurre. Prefiero el tacto de tu piel al del césped recién regado, el rosáceo de tus labios al de un campo entero de flores, el dorado de tu cabello al de un lingote de oro o la cara que se te queda cuando me preguntas: “¿qué te gusta más de mí?” Y yo te contesto: “todo”

Prefiero que pasen las horas si eso significa que estás aquí, prefiero una vejez contigo a vivir siempre joven sin ti. Prefiero pasar hambre, siempre que pueda comer de tu cuerpo; pasar sed, si tengo tu boca beber y tener frío si es en tu pecho donde me cobijo. Prefiero tus pupilas al espejo donde verme, tu cuello y tu espalda a mi disposición para perderme y cada amanecer de mi vida para decirte: "gracias, amor, por estar ahí para quererme"

viernes, 12 de junio de 2015

Y nada más

Tu sonrisa por la mañana, temprano,
Tu piel tostada por el sol del verano,
Tu blusa ondeando junto al mar,
Tu mano enlazada con mi mano…
…Y nada más.

Tus piernas amarradas a mi espalda,
Mis dedos subiendo bajo tu falda,
Nuestras bocas comiéndose a la par,
Perderme en esos ojos esmeralda…
…Y nada más.

Que seas el despertar de todos mis días,
El cobijo de las noches más frías,
El lugar donde siempre regresar.
Saber que tus caricias serán mías…
…Y nada más.

Tu pelo dorado, el color de mi bandera,
Tu piel ardiendo, de la mía compañera,
Tu lengua, tus dedos y ese bonito lunar,
La curva de tus labios y tus caderas…
...Y nada más

domingo, 7 de junio de 2015

El momento que lo cambió todo

El jolgorio y la dicha se palpaban en el ambiente como siempre que se reunían todos al calor de la música y el alcohol. Él estaba apoyado en la encimera con un vaso de wisky en la mano y una sonrisa en la boca. La gente bailaba o charlaba, o hacía ambas cosas a la vez. La noche se ennegrecía más y más mientras el olor a verano comenzaba a empapar las fosas de nasales de un pueblo que se preparaba para su fiesta más grande. Todo seguía tan maravillosamente normal, tan placenteramente inamovible que, por un instante, el chico pensó que el tiempo no pasaba por ellos. Qué equivocado estaba.
Una de sus amigas se fue directa hacia los mandos del equipo de música y bajó el volumen de los altavoces. “Chicos, alguien os tiene que decir algo”. dijo en voz alta. Una punzada de terror atravesó el corazón del muchacho mientras los quince o veinte del grupo guardaron silencio sepulcral ante un momento que, sin todavía saberlo, cambiaría sus vidas para siempre.


“¡No!” gritó él cuando su amiga comenzó una frase con “os tengo que informar que el año que viene…”. “¡¡¡No!!!” volvió a exclamar otra vez con la esperanza vana de poder acallar ese mensaje inconcluso que lo cambiaba todo, que los llevaba a una madurez a la que no quería llegar jamás. Pero no puedo hacerlo. Al final, la chica que había vivido junto a él desde que su memoria alcanzaba a recordar terminó el anuncio con ese previsible “me caso” que tanto pavor le daba a él y que ponía punto y final a la época más maravillosa de sus vidas.


Así era, se casaba. La primera boda en un grupo de amigos de toda la vida, el momento más esperado por todos desde siempre. Pasaron por su cabeza miles de recuerdos en los que todos habían apostado quién sería el primero o en qué año sucedería. Y ahora estaba pasando de verdad.

Se alegró tremendamente por ella, ténganlo ustedes bien claro. Una mujer maravillosa que encontraba a alguien que la merecía, cosa que no era para nada sencillo. Sin embargo, aquel síndrome de Peter Pan que lo atenazaba se acentuaba con cada abrazo que ella recibía, con cada felicitación que le daban, con la mirada que él no podía quitarle pensando qué rápido pasa el tiempo y qué mayores se estaban haciendo.

La noche pasó como lo hicieron tantas antes y tantas otras lo harán después. A todos nos pareció que esa fiesta era especial, pero ninguno quiso o pudo comprender que ese instante fue el último de una época increíble; que ahí, en ese local que tantos momentos ha presenciado, terminaba nuestra infancia y comenzaba a tomar forma una etapa nueva que traerá cambios profundos. Ese fue el final de las noches en el parque, los besos a escondidas, los pantalones de campana, los botellones en descampados y los sms; el momento en que nos hicimos formalmente adultos. Apenas duró un segundo, pero permaneció toda la vida.


Y desde la más profunda melancolía el chico imploró al cielo tres cosas: que su amiga irradiase siempre la felicidad que desprendía esa noche, que la etapa que se abría fuera la mitad de feliz que la que se cerraba y, sobre todo, que cualquier momento que haya de venir lo viva junto a ese grupo de amigos que siempre estuvo ahí y sin el que no podría levanarse cada mañana.

miércoles, 3 de junio de 2015

La noche más mágica

Creo que es deber de cualquier elcheño dar a conocer las cosas buenas que tiene su pueblo. Yo, llevado por ese sentimiento de semi patriotismo rural que llevo escondido en lo más dentro de mí, me he animado a hacerlo de la única forma que, más o menos, creo que podría contribuir a la causa. Os dejo una pequeña carta que me han publicado en La Tribuna de Albacete (mañana la tendréis en el periódico también, por si queréis comprarlo) animando a todo el mundo a no perderse el próximo sábado la que sin duda es la tradición más bonita que tiene Elche de la Sierra: las Alfombras de Serrín.



La cosa comienza así:

La noche más mágica 

"Así, tal y como reza el título de este texto que comienzo a escribir a pocos días de que comience una de las fiestas más bonitas de cuantas se reparten por el territorio nacional, podría definir lo que se vivirá el próximo sábado en las calles de Elche de la Sierra: pura magia.
A los que ya conozcan la tradición de las Alfombras de Serrín no hará falta convencerlos de nada, puesto que no recuerdo a nadie que, habiendo vivido en sus propias carnes la belleza del proceso de fabricación de las mismas, no haya quedado absolutamente maravillado por el mismo. A los que no lo han disfrutado, sólo me queda animarles a hacerlo prometiéndoles, sin miedo a equivocarme, que la experiencia merecerá la pena, que gozarán y se asombrarán con una de las tradiciones más bonitas, afanosas y delicadas de cuantas se conocen a lo largo y ancho de la geografía española"

Si quieres leer el resto, pincha AQUÍ 

lunes, 18 de mayo de 2015

Seiscientos mil

"Con los kilómetros que lleva mi coche podría ir a la luna, hacer escala, y sólo me faltaría menos de una cuarta parte para poder volver a la tierra". No, no es una fanfarronada de una noche de copas, es la pura verdad.


Cuarenta y siete vueltas al mundo son demasiadas. Muchas, muchísimas. Tantos kilómetros a las espaldas, tantos buenos momentos, tantas grandísimas experiencias que sería difícil resumirlas en una entrada.
En alguna ocasión temimos por su vida, pero siempre ha sobrevivido, siempre ha estado ahí siendo mi aliado más fiel, soportanto temeridades con buena cara y sin dar problemas. Lo llegaron a llamar 'El coche invencible', per más tarde ese apelativo se quedó corto y pasó a ser conocido como 'El coche inmortal'. Ahora, el día que bate todos los récords, parece que incluso ese adjetivo no le hace justicia.
Para mí simboliza los mejores años de mi vida, el amigo que me llegó con dieciocho años y que hoy, diez después, todavía me sigue acompañando todos los días. Ojalá esté junto a mí mucho tiempo más, ojalá jamás se vaya, ojalá le demos la vuelta a ese cuenta kilómetros y, sobre todo, ojalá vivamos en esta próxima década la mitad de los grandísimos momentos que hemos vivido los dos en la anterior.

martes, 12 de mayo de 2015

El primer beso

Tantos años ansiando besar esa boca que no le importó esperar un segundo más para deleitarse con el instante en que, por fin, se hacía realidad.

Sintió que el tiempo se ralentizaba mientras ella, sonrojada, cerraba los ojos a la espera de recibirlo. Él la miró en secreto, volviendo a rememorar ese instante antes del primer beso que no vuelve a repetirse nunca más, que sólo pasa una vez en la vida y que, después, se evapora como el rocío en una mañana de verano.

La besó con tanto mimo que le pareció cursi, forzado o incluso feo. Había tantos recuerdos presentes en ese instante que, por un momento, la presión pareció demasiado... y quizá lo fue.
El contacto inicial entre sus labios le supo a gloria bendita: demasiadas noches soñando con esa boca, demasiados días rezando a cualquier ente superior que pudiera escucharlo que se la concediese aunque sólo fuera un segundo. Había anhelado tanto sentirla, rozarla, morderla y desgastarla que ahora no podía pensar en nada más que un millón de años haciéndolo sin parar. Pero no hubo tanto tiempo... al menos por el momento.

Ella se marchó por primera vez después de media vida esperando que llegase, quizá por eso a él no le pareció tan terrible dejar que se fuera: "si se va es porque ha venido, y si ha venido hoy quizá vuelva mañana" se autoimpuso aún con su sabor presente en la comisura superior de una boca enmudecida y extasiada. 
Comenzó a andar todavía con el recuerdo de sus ojos perdiéndose en los suyos, de aquella nuca al aire que quería devorar, de ese cuerpo del que no podía pensar en otra cosa que tener desnudo entre sus manos. Anduvo por las calles obnubilado por una mujer que llevaba demasiados lustros en su cabeza y ahora, gracias al cielo, había tenido tan cerca que creyó que la podría hacer suya para siempre.
Eso le hizo pensar y darse cuenta de que cuando creía que no había instante mejor que el previo al primer beso, comenzó a entender que podía ser que estuviera equivocado y que, después de todo, el resto de los que le quedaban por dar pudieran igualar o incluso superar al inicial. Eso sólo lo sabrían con práctica... y cuanto antes empezasen a practicar mucho mejor.