miércoles, 4 de junio de 2014

El calor


Las sábanas apenas lograban tapar los tobillos y el edredón hacía tiempo que se había guardado en el altillo del armario de la habitación. El sudor se hacía una constante en los cuerpos y las persianas sólo dejaban entrever gotas intermitentes de una luz solar que parecía quitar la respiración, que volvía a abrasar a dos amantes que, para nada, necesitaban de un tercer ente que los hiciera entrar en calor.
 
Se bastaban ellos solitos.

Sus manos descendían entre la fina capa de sudor y se perdían en los más recónditos y secretos recovecos. Peleaban con sus bocas como si de dos tigres en combate se tratasen: sin tregua, sin pudor, sin atisbo de piedad o descanso alguno. Las uñas de ella se clavaban en la piel de él y ni siquiera los gritos de dolor intenso lograban que se detuviesen, más bien todo lo contrario. Se miraban con celo y con recelo, con pasión y sin compasión, con una lujuria tal que únicamente con eso, con la mirada, volvían a encender sus cuerpos una y otra vez, sin amnistía o sospecha de cese en tan frenética y enardecida batalla. 

Siguieron así durante unos minutos, unas horas o unos días, nunca lo llegaron a saber con certeza. Entre embestidas y gemidos de fogosidad, entre exhalaciones y mordiscos, caricias faltas de decoro y una ausencia absoluta de clemencia por el rival. Prosiguieron su acuartelamiento hasta que ambos cayeron rendidos sobre unas sábanas totalmente empapadas de sudor, que los recibieron frías y pegajosas. Los cuerpos desnudos de los amantes permanecieron inmóviles y recostados, casi ahogados por un ejercicio físico tan placentero como agotador. “Podría acostumbrarme a este deporte” dijo con sorna él. Ella rio, lo miró de reojo y, a toda velocidad, volvió a subirse encima suyo para, de nuevo, comenzar un ritual que por un momento pareció concluido. “Hoy vas a tener agujetas” respondieron sus labios ardientes. Y no hizo falta nada más para que el juego volviera a dar comienzo.

lunes, 26 de mayo de 2014

El gol de Ramos en la boda de la hermana de Iván

Todo lo que tenía que escribir sobre La Décima lo hice hace mucho tiempo en mi blog de Soy Madridista. Todo lo que había que hacer para ganarla queda resumido en este vídeo de los 41 goles que se han marcado para llegar hasta aquí. Hoy sólo hay que disfrutar (o seguir haciéndolo, mejor dicho) de la alegría que todos nosotros vivimos en ese minuto 93 con el gol de Ramos. En esta ocasión os dejo el emotivo vídeo de la boda de mi gran amigo Iván que lo vivió, junto con el resto de sus seres queridos, de esta manera.


martes, 20 de mayo de 2014

Para ti

Para ti cada uno del resto de los segundos que me quedan en esta vida... y mucho más.

Para ti mis noches en vela y las que pasaremos sin dormir entre sábanas y sudor. Para ti mis tardes de cerveza y mis mañanas de café. Para ti un décima copa o un disgusto mayúsculo; una sonrisa o una lágrima, un chin chin por todo lo alto o un trago de amargo licor. Para ti, mi vida, cada minuto de ésta; cada día de sol y cada noche estrellada sobre nuestras cabezas. Para ti mis mejores versos y mis peores resacas, una película de Scorsese o una canción de Bruce. Para ti las palabras de Sabina desgarradas en su voz, o un escrito barato alentado por tu olor.


Para ti mi lengua bajando por tu cuerpo, húmeda como una toalla que quedó olvidada en la cuerda de tender la ropa antes de un temporal. Para ti mis manos, perdiéndose en cada recoveco de tu cuerpo. Para ti mi boca, naciendo en la tuya y muriendo en cruenta batalla centimetros más al sur, entre gemidos de placer y delirios de grandeza. Para ti mi cuerpo y para el mí el tuyo, desnudos ambos, sedientos de pasión. Que lo tuyo sea mío y lo mío de los dos.

Para ti un llanto de deseperación y una risa acompañada de un beso. Para ti todo lo que tengo, absolutamente todo. Te lo entrego hoy, para ti; para que hagas con ello lo que te plazca, para que juegues con ello como quieras, para que no quede duda de que hace tiempo que dejé de ser yo para ser un apéndice tuyo, un complemento circunstancial sin modo, ni tiempo ni forma más que la que tú quieras darle. Para ti todo, para mí nada. El peor trato posible para mí, pero el único que me muero por rubricar. Yo pongo la pluma, tú pon las ganas; yo pongo las noches y tú las mañanas.

lunes, 12 de mayo de 2014

El final

Nueve horas se necesitaron para darme cuenta de que todo había acabado, nueve. Fue recorriendo la vieja y maltrecha Polonia, sus campos verdes y amarillos, cuando comprendí que la vuelta a casa era ya un hecho y el sueño de recorrer el este del continente tendría que esperar.


Llegué a Breslavia de noche, como vengo acostumbrando durante los últimos días, y me dio tiempo únicamente a ir al hotel donde pasaría mis últimas horas fuera de casa. Allí, acompañado tan solo por una mujer barbuda que resultó ser el/la nuevo/a ganador/a de Eurovisión, me asomaba por la ventana de la habitación para intentar captar el último suspiro a una tierra en la que, aunque había pasado casi toda la jornada, no me había dado casi tiempo a ver. Una curiosa paradoja que quizá ustedes no logren entender demasiado, aunque tampoco es demasiado importante.

Praga-Breslavia era la última parada de un viaje de más de cinco mil kilómetros que se iniciaba hace hoy justo diecisiete días y que terminaba con un avión de Ryanair despegando de los últimos resquicios del crudo invierno del norte para morir en el calor intempestivo de Alicante. Un cambio de país, de clima, de idioma, cultura y hasta de música, que me decía que ya, por fin, volvía a mi España querida.



Regresaba a este país que tanto quiero y tanto odio, que tan mal nos ha tratado pero que, a la vez, no podemos dejar atrás. Volvía a la España de la crisis y la corrupción, de la pandereta y la flamenca encima del televisor, de Gran Hermano y Belén Esteban, de Paquirrín y Jorge Javier, de Mariano y Alfredín, del ladrillo y la desvergüenza. 

Pero también quince días fuera dan para recordar aquellos tiempos no tan lejanos en que no éramos tan malos y, además, incluso sirven para rememorar las miles de cosas buenas que seguimos teniendo y que, aunque quedan en muchas ocasiones empañadas por la sinvergonzonería de unos pocos, nos han hecho ser tan queridos como envidiados en el resto del continente. Porque pocas cosas cambio por un plato de caracoles a la sombra de una terraza de bar, cerveza en mano; muy poquitas. Los días de calor y mar, las noches de cubatas y risas, los prados del norte o el acento del sur. Uno tiene que recorrer media Europa para olvidarse de nacionalismos o radicalismos políticos y extrañar que anochezca a las diez de la noche y el aperitivo de la una y media. Y esa, seguramente, sea la lección más valiosa que aprendí en estos pocos días de kilómetros, mochila, sol y aventura: que quiero a mi país más de lo que pensaba y que, aunque siego pensando que la crítica es buena para mejorar y que hay pocas naciones más criticables que España, sí he vuelto a comprender, lejos de ella, que las demás pueden ser, en efecto, muy bonitas para un par de días, pero ella, mi España añorada, es la más hermosa de todas por eso mismo, porque siempre será mía. 

Volví a casa y me fui directo a comerme una paella con un tercio bien fresquito de Estrella Levante. Y entonces, después de tanto tiempo deseando irme de aquí, le pedí al cielo que no me dejara marchar nunca más y, si alguna vez tenía que hacerlo, que su sabor, su tacto, su olor y la vista de su atardecer de verano, se quedase conmigo para siempre. Al final, querida mía, resultaste ser tan imprescindible para mí que tuve que volver de rodillas a pedirte que me dieras otra oportunidad.

domingo, 11 de mayo de 2014

Praga

Si a Madrid había llegado en tren, a Paris tras un largo viaje en coche y a Bruselas entre sueños, Praga la sobrevolé por primera vez una preciosa mañana de mayo.


Había dormido en el aeropuerto de Bruselas la noche anterior y arrastraba un cansancio patente en todo mi cuerpo. Aún así, intenté sacar fuerzas de flaqueza y aguantar la embestida de un Morfeo que se aferraba a mis párpados como el barniz a la madera. Dejé la mochila y salí a explorar lo que la capital checa tenía que ofrecerme que, según me decían, era mucho y muy variado. Con la meta de todo este viaje ya apareciendo en el horizonte, me atrevo a afirmar que mientras que si Madrid me tenía ganado, Barcelona comenzó a hacerlo y Paris me atrapó desde el inicio, Praga me enamoró desde el primer segundo.


Al contrario que Bruselas, Praga desprende color por los cuatro costados. Sus calles están llenas de vida, de pasión, de ganar de vivir y de un amor por la vida en el más amplio sentido de la palabra que me resulta difícil comparar con otras ciudades que haya conocido. 
Sus calzadas, al igual que en Bruselas, también se adoquinan en tonos grisáceos, pero en esta ocasión es el contraste con las aceras, las puertas y ventanas, el verde de sus parques y el abanico de tonalidades de sus fachadas lo que producen desde el ojo del espectador una sensación distinta, que te atrapa desde el primer segundo en que pones el pie en la calle. Como un mosquito eclipsado por la radiante luz de una bombilla, yo no pude resistirme a ir directo hasta el centro de una señora milenaria que se llevó todo lo quiso de mí.

De Praga no me quedo con el reloj del ayuntamiento, ni con la catedral o la gran plaza, ni siquiera con el puente de Carlos. De Praga me quedo con Praga, con toda ella, con cada rincón y avenida, con cada casa y edificio, con cada vaso de cerveza y cada bar y, sobre todas las cosas, me quedo con el Moldava.

Es sabido por todo hombre que cuando una mujer es bonita de verdad, no la encontrarás nunca más hermosa que recién levantada. Eso sí, una falda ajustada, un tacón o una blusa sugerente pueden hacerla, si cabe, mucho más bella. El Moldava es eso para Praga: su maquillaje, su kit de belleza, su tocador o un vestido de Chanel. Jamás verán más preciosa a la ciudad que cuando el sol se esconde y las bombillas de las farolas reflejan la belleza de la ciudad en las aguas del río que la baña.
Así permanecí yo. Horas y horas en el que puede haber sido el lugar de la tierra que más me haya gustado en toda mi vida, bebiendo un delicioso licor anacarado y hundiendo mis ojos en el agua turbia de un río que se ralentiza a su paso por la ciudad, como si quisiera exprimir cada segundo junto a ella, como si no desease otra cosa más que seguir agarrado a su magia. 

Y con el discernir de la corriente por los catorce puentes de la ciudad, la noche me cogió por sorpresa y la tuve que abandonar. Me costó, Dios es testigo de ello, pero de nuevo partía, esta vez en tren, a despertar de un sueño que se antojaba eterno y ha resultado tan breve como precioso. De todas las amantes que tuve en estos días, fue Praga la que más me costó dejar. Lo hice con los ojos vidriosos, dándome la vuelta cada pocos pasos para que mi mente captase cada uno de los recovecos de su rostro y la guardase bien adentro, donde nunca se me pudiera olvidar. Si la promesa de un pronto regreso surgió con todas y cada una de las anteriores, con Praga fue distinto, porque sobraron las palabras y las promesas vanas, ambos supimos que volveríamos a vernos y que, seguro, sería más pronto que tarde.


jueves, 8 de mayo de 2014

Bruselas

Un coche me esperaba al amanecer en la plaza de la Nation de Paris, para llevarme a los brazos de la siguiente ciudad de mi itinerario. Estaba tan cansado que me dormí casi de inmediato en el asiento trasero de una furgoneta que ronroneaba francés por los cuatro costados.

Me despertaron ya en la Gard du Midi. Bruselas fue la primera que no saboreé desde la entrada, que no exprimí desde la lejanía como había hecho con las tres anteriores y debió ser por eso por lo que se puso tan celosa que, casi sin quererlo, consiguió que nuestra relación no pudiera pasar más allá de unas cuantos piropos baratos y un apretón de manos final.



Aún tenía en la mente a Paris cuando ella comenzó a hablarme de la Grand Place y del Manneken pis. Yo, con todo el decoro que pude, le aseguré que un niño echando agua por el pito lo iba a tener difícil contra toda una catedral de Notre Dame al atardecer, y creo que se molestó por ello.



Paseamos por el centro. De vez en cuando me intentaba encandilar con leyendas medievales, con la catedral de San Miguel, la propia Grand Place o incluso con algo de chocolate; pero mi mente estaba demasiado lejos de allí y, por más que lo intenté, mi visita a Bruselas no fue tan especial como yo habría querido.

La Grand Place, bien es cierto, impresiona sobremanera. Decía Jean Cocteau que era "el teatro más bonito del mundo" y no soy nadie para llevarle la contraria. Sus suelos adoquinados te transportan a otra época y sus calles engalanan una ciudad que parece disfrutar del pasado, de su esencia, aunque sea tan tristemente gris.


Bélgica es un país raro: tienen una bandera tricolor pero es una monarquía, son potencia mundial en cerveza pero te ponen un cuarto de litro de San Miguel por cinco euros y tienen el porcentaje más bajo de McDonald's por habitante del mundo. 'Gris' y 'raro' son dos adjetivos tan poco agradables a la vista del lector como acertados para describir a Bruselas.


Me cuentan los entendidos que cuando el sol resplandece con fuerza la cosa cambia, pero yo creo que no es así. El dorado del astro no puede cambiar la tonalidad de las fachadas o del empedrado por mucho que quiera, no puede añadir color a una ciudad que tiene un déficit enorme de él y no puede darle vitalidad a algo que parece querer cernirse al sombrío papel de ciudad norteña que acepta sin tapujos ni complejos. Sólo alguna casa grafiteada con las aventuras de Tintín y la luz artificial de la plaza mayor da un toque distinto a la ciudad más política de Europa. Pero al final, por mucho que se quiera, sigue viéndose gris... quizá como la misma política.


Pero si merece la pena venir, si hay un motivo especial por el que uno tiene que dedicarle una tarde a Bruselas es por la Petit Rue de Rouché, pocas calles más bonitas he visto en mi vida.

Se trata de una pequeña callejuela de poco más de dos metros de ancho donde se reparten restaurantes a izquierda y derecha. Los tenderetes de éstos apenas dejan pasar la luz del sol y el rojo o el beis resultante alegran al espectador durante los menos de cincuenta metros que mide. De las pocas notas coloridas de una ciudad opaca. Lo más hermoso que vi, sin duda alguna.


Bruselas me recibió decaída y mustia y así me despide mientras escribo estas líneas. Se esforzó, he de reconocerlo, porque me enamorase de ella como lo había hecho de las anteriores. Pero en el amor, en ocasiones, ni el más hercúleo trabajo es capaz de hacer cambiar los designios del corazón.

Le dije adiós con un beso en la mejilla y ella me respondió con una tenue lluvia en forma de lágrimas que me acompañó de vuelta al aeropuerto. "Lo siento, querida, espero que encuentres a otro que te quiera como yo no pude. Te lo mereces" le dije antes de partir. Y me marché lejos, muy lejos de allí.


Paris

Mi affaire con Paris fue tan breve como intenso, tan real como incompleto, tan bonito como desdichadamente corto.


Tras doce horas de viaje a lomos de un Ford Fiesta que luchaba a cada kilómetro por no desfallecer, llegamos a la ciudad del amor con la intención precisamente de eso, de enamorarnos perdidamente de ella. Apenas conseguimos entrar cuando el conductor y su acompañante consideraron oportuno, dadas las horas intempestivas que se nos habían echado encima, abandonarme a mi suerte en medio de la noche. Ya saben ustedes que no vivimos precisamente en los tiempos de la fraternidad entre seres humanos. 

Aún me pregunto cómo conseguir llegar con vida al hostal donde me alojaba (en otra ocasion menos poética intentaremos indagar en el porqué de los nombres pseudosexuales de los hostales de mala muerte y sus condiciones higiénicas) pero el caso es que, de nuevo milagrósamente, sobreviví y pude conciliar un plácido sueño en el Peace and Love hostal (no haremos comentarios al respecto).

Todavía con el miedo en el cuerpo, los primeros rayos de sol de un fabuloso y radiante día me golpearon en la cara,  apremiándome a que dejase de perder tiempo entre las sábanas y partiera, de una vez por todas, a exprimir cada segundo del único día que se me había concedido para disfrutar de una de las ciudades más bellas del planeta.

El canal de Saint Martin era lo primero que mis ojos podían ver desde la ventana del 245 de la Rue de La Fallette. De allí salí, en un único viaje en metro, hacia la otra punta de la ciudad para seguir tachando cosas de mi lista. En esta ocasión, debía contemplar una de las dos estatuas de la libertad que hay en el planeta, para ser más exactos, la primera de las dos.

De allí comencé a andar, que viene siendo la tónica dominante de este viaje al que ya se le conoce fecha de caducidad, aunque ustedes, mis queridos lectores, deberán esperar un poco más para conocerla. Anduve, como decía, zigzagueando el Sena una y otra vez, cruzándolo sin descanso mientras me maravillaba de una u otra magnificencia en forma de monumento asentada a un lado u otro del río. Con la torre Eiffel como estrella polar, caminaba entre el trafico incansable de Paris y la imagen fija sobre un monstruo de hierro que me esperaba ansioso en el lugar donde ha descansado durante tantos años.


La torre mas famosa del planeta impresiona desde la lejania, pero pasma en el tú a tú. Cuando uno tiene el placer de ponerse a sus pies puede comenzar a comprender cómo un revestimento tan horroroso es capaz de obnubilar a tantísimos millones de personas. Ahí radica la verdadera belleza del monumento, en ser capaz de enamorar a un mundo aque obvia su figura y se centra en su significado.


El tiempo era el peor enemigo en la efimera relación que la ciudad y yo íbamos a vivir. El plan trazado indicaba que nos quedaban unas pocas horas juntos antes de que me tuviera que marchar a un nuevo país. Practicamente tuve que desgranar el saco entero de maravillas que esconde Paris y dejar únicamente cuatro o cinco semillas que, eso sí, me hicieran despedirme de ella con un dulce sabor de boca. Decidí por tanto que lo mejor era visitar brevemente el Arco del triunfo y caminar más tarde por los Eliseos hasta el Louvre. Lo  hice pausadamente y en ello se me fue gran parte de la tarde, pero es que cuando uno está en Paris, cualquier escaparate encandila; cualquier parque enamora, cualquier callejón embelesa y cualquier esquina fascina hasta la extenuación.


A la Gioconda le dije adiós desde la entrada del Louvre. Ni las horas ni el momento fueron propicios para un encuentro que se lleva aplazando ya demasiado tiempo. Paseé por las Tullerias y contemplé los jardines con una calma que habría sacado de quicio a más de uno. Finalmente encontré a Notre Dame en pleno apogeo, cuando el sol ya comenzaba a esconderse por el firmamento y la luz la hace verse más hermosa que nunca.

Y al final la noche me cogió en un bar de Montmartre donde me esperaba una rubia espumosa para que me aprovechase de ella a la luz de la luna de Paris, seguramente una de las más radiantes del mundo.


Finalmente la mañana llegó, como lo viene haciendo cada día desde ni se sabe cuanto tiempo. Me quedaron tantas cosas por ver que tuve que jurarle que volvería pronto, que en mi siguiente visita pasaríamos más rato juntos y nos desnudariamos mucho más a fondo los dos. Se lo juré con el sabor de su café y el olor de sus calles aún presente y hoy, ya en una ciudad distinta, tengo por seguro que cumpliré mi promesa.



domingo, 4 de mayo de 2014

Barcelona

A Barcelona llegué tras un viaje de seis horas, una rueda pinchada y un conductor que aunaba trazos de Paquirrín y Jon Cobra. El sol se había puesto y la brisa marina que puebla cada rincón de la ciudad se alió con el sudor de seiscientos kilómetros aguantando sandeces, para que la primera impresión de los que iban a ser mis caseros durante los siguientes días fuera de más pena que otra cosa.



Me fui directo a la cama, sólo dejando tiempo para un saludo cortés y una mirada de "os prometo que por lo mañana no soy así", que dejó indiferente al recepcionista, el cual, seguramente, estará acostumbrado a ver insurrectos mucho peores que yo. De eso no me cabe duda.

Volví al mundo de los vivos con el estridente sonido de mi despertador y me alcé presto y veloz para aprovechar cada uno de los segundos que me dejaban experimentar con una ciudad tan desconocida como sorprendente, tan absolutamente distinta a lo que había visto, sentido y vivido que, en primera instancia, me convencí de que nuestra relación iba a ser totalmente imposible. Pero de nuevo, me volví a equivocar.

Comencé a andar por sus calles mientras el viento húmedo que la mece volvía a despeinarme una y otra vez. Sin ser yo para nada coqueto, me resistía sin embargo a dejar que eso fuera la constante de mi viaje allí, aunque pronto me dejé llevar por la cortesía del huésped y me evadí completamente de cualquier aspecto físico de mi visita. Todo, absolutamente cualquier momento de esos dos días, debían trasladar lo corpóreo y llegar al punto más espiritual posible.


Al ser un viaje en solitario, mis pensamientos, sentimientos, vicisitudes, ilusiones y quebraderos de cabeza son los únicos aliados en mis días y en mis noches. Con ellos comencé a conocerla y a pasear junto a ella por sus larguísimas avenidas. Lo primero que hicimos fue ir a La Sagrada familia, que me pareció fantásticamente inacabada, "Probablemente ahí radica su magia, espero que siga así eternamente", le susurré al oído. Nos fuimos después a la otra punta y la propia Barcelona se encargó de guiarme en lo que me pareció en primera instancia una labor complicada pero que ahora, la noche antes de marcharme, puedo asegurar que no, que no existe nada más facil que caminar por la ciudad Condal y llegar a cualquier punto que se quiera. Sólo es necesario seguir recto y al final, tarde o temprano, se llega.

Me adentré en el modernismo de Gaudí, siendo yo, probablemente, la persona que más ha despotricado contra él. Ví la Pedrera, que se levantaba apenas cincuenta metros del hostal donde me hospedé. No estuvo mal encontrarme con ella, aunque fuera un leve atisbo de tiempo. La torre Agbar me siguió pareciendo el mismo edificio vacío de significado y lleno de significante, y a sus pies me recosté al sol de la ciudad durante no sé ni cuanto tiempo. En eso sí me tiene ganado Barcelona, las siestas en sus parques son gloria bendita.


Obvié el Parque Güell por razones de tiempo, el Camp Nou por otras de sentido común, el Tibidabo por lejanía (aunque aún sigo recriminándomelo) y los museos de toda índole por mi reticencia constante a una cultura que se me presenta como la de un país cuando tengo por cierto que no lo es. Pero conocí otra cosa mucho mejor: el Mediterráneo.


Lo había visto en innumerables ocasiones, desde Almería hasta Valencia, pero en ninguna, absolutamente en ninguna, lo vi tan bonito como en Barcelona. Su inmensidad abruma al visitante y el puerto, la playa o el paseo marítimo lo enamora por completo. Podría pasar diez años entre jarras de cerveza en cada uno de sus bares, en cada terraza, en cada metro cuadrado de arena. Estuve la mayor parte de la tarde paseando con un viento semihuracando azotándome la cara, como queriendo apartarme de aquella maravilla que había descubierto casi por equivocación. Pero no lo consiguió, ni mucho menos.

Más tarde, cuando llegué al final del mar, ascendí por las Ramblas, como cientos de miles de personas que, en manada, subíamos hasta Plaza Cataluña deteniéndonos para ver algún puestecillo de poca monta y mucho carisma. Me burlé de buena gana de Canaletas y recordé cuando alguien, una vez hace algún tiempo, me la comparó con mi diosa, con mi Cibeles del alma. "Normal que vayan de culo, debe ser vergonzoso venir a celebrar títulos aquí", tuiteé con malicia. Pido perdón (con la boca chiquitita, eso sí) a quien se haya podido sentir ofendido.

Y me fui, porque aunque aún sigo preso de sus encantos mientras mis dedos trabajan solos en este texto que les escribo, mi mente ya piensa en la siguiente parada de mi viaje. Un sitio nuevo, una ciudad distinta, un país diferente... Todo eso lo comenzaré a vivir en poco menos de doce horas. Pero aún me queda una noche con ella, con esta amante de acento meloso y que me ha desesperado tantas veces a lo largo de mi vida que pensaba que no me podría caer bien, pero ha hecho algo mucho mejor que eso: me ha encandilado para siempre, como me dijeron que haría. Llevaban razón Barna querida, eres muy especial.

jueves, 1 de mayo de 2014

Madrid

De Madrid se ha hablado mucho pero no se ha dicho todo, ni mucho menos.


Volvía una vez más a la que ya es mi casa por derecho propio, a mi ciudad fetiche, a la cuna de una inspiración que tocó techo en aquellos maravillosos años en los que tuve el inmenso placer de vivir aquí. Siempre lo tuve claro: cualquier viaje que se precie tiene que comenzar en Madrid... y así ha sido.

El sol ya reinaba en el cielo azul de la capital. No se vió rastro alguno de nubarrones o borrascas, de gotas de agua, rayos o centellas. El calor fue la constante en las calles y las terrazas volvieron a llenarse una vez más de gentes que se refugiaban en ellas para evadirse de una realidad triste y mustia, todo lo contrario a lo que representa esta preciosa ciudad.

Regresé al centro, a degustarme con cada tapa, con cada caña bien tirada y con el aroma a hogar que mi mente consigue refrescarme en cada ocasión que la visito.


El fútbol reinó durante todos los días en los que me alojé aquí, pero eso no es nada nuevo, porque pocas ciudades más futboleras hay que esta. Y así les va, campeones de Europa este año.
Las sonrisas y las anécdotas volvieron a copar las conversaciones con amigos que hace tiempo que transpasaron las fronteras de lo que significa ese vocablo para entrar de lleno en mi familia, en mi círculo más cercano. Porque la familia te viene impuesta, pero ellos son un regalo del cielo.

Anduve por Sol, la calle Mayor, Ópera, Gran Vía y Cibeles, lugares que he visitado tantas veces que tengo ya grabado a fuego en mi alma, pero que todavía me siguen cautivando, enamorando como el primer día.
Hice un trato con la diosa: "Te veo pronto, preciosa" le gritaba desde la distancia aún con el sabor a champagne en la lengua. Ojalá pueda venir de Lisboa el 25 de mayo a besarla personalmente, ojalá le regalen una décima Copa de Europa que sabrá a gloria bendita. Ojalá.

Más tarde pasé por la sierra, a ese trozo infravaloradísimo de la Comunidad que te evade del estrés de la ciudad y te transporta a un mundo tan bonito como inexplorado, tan alejado de la realidad de la urbe como cercano en el espacio. Al final de la tarde, el Escorial se erigía frente a mí por primera vez, y la grandeza de una España arcaica y grandiosa nos llevó a darnos cuenta de lo que grandes que fuimos y lo poquita cosa que somos.


Finalmente llegó el adiós que, en mi caso, siempre es un 'hasta luego'. Porque Madrid me tiene atrapado desde el primer momento, enamorado hasta el tuétano de todo lo que es y significa. Me enamoró un domingo de septiembre de hace muchos años, cuando llegué, mochila en mano, para quedarme unos años en sus esquinas y en sus plazas. Mañana partiré con una bolsa aún mayor hacia otra gran desconocida, pero Madrid, lejos de ponerse celosa, me esperará de nuevo a que vuelva a sus brazos. Y puede estar segura de que lo haré, porque ya no puedo vivir sin ella.


lunes, 28 de abril de 2014

El viaje

Comenzó hace años en algún recóndito rincón de mi mente y se hará realidad, Dios mediante, mañana en una estación de trenes de una ciudad de la Mancha. La duración y el itinerario, sólo el destino la conocen; nadie más... ni siquiera yo. Pero era algo que había que hacer, de eso no me cabe duda.


Rememorar aquella vieja sensación relegada a un ostracismo que tristemente venía siendo habitual en los últimos tiempos, la de encontrar nuevas sensaciones, sabores, imágenes e incluso unos olores de los que mi nariz hace tiempo que me priva pero mi mente sigue degustando en lo más hondo de mi ser. Volver a sentirme libre y extraño, feliz entre cultura y paisajes de postal que se erijan frente a mis ojos en un atardecer primaveral y no en un trozo de cartón llegado desde la oficina de correos.

Un viaje por el viejo continente que comienzo mañana. A pie, en coche, tren, avión o motocicleta, eso ya se verá. Unos días de andar y pasear por calles que nunca transité aunque siempre lo habría deseado, una experiencia inolvidable esperemos que en el buen sentido, aunque no descarten que haya que volver con una mano delante y otra detrás. Pero eso, lejos de lo que pueda parecer, puede ser hasta bueno que, en la época que corre, hay que conformarse con poco.

Os dejo por aquí y por allí, por Twitter y por las cervecerías que suelo frecuentar, para recorrer otras distintas, para hacer máxima esa frase, tan triste como cierta de "si no lo hago ahora, no lo haré jamás" y os insto, siempre que lo deseéis, a leerme por estos lares y descubrir junto a mí todas las aventuras que me vayan sucediendo que, espero, serán muchas y muy variadas.



Me voy, pero os llevo conmigo. A todos y cada uno de los que me animasteis a emprender este viaje y a todos los que mi tildasteis de loco o algo peor por hacerlo. Todos sois igual de importantes, absolutamente todos.

Nos leemos y nos escribimos allá donde estéis y por donde los acontecimientos quieran que yo me mueva. Y que sea lo que tenga que ser. 

El mundo llama, no le hagamos esperar.


lunes, 21 de abril de 2014

100 Cosas que tengo que hacer antes de morirme (nº 32)

Hacía tiempo que no conseguía hacer alguna cosa de mi lista de las 100 Cosas que tengo que hacer antes de morirme, pero gracias a Iván de Otto he podido tachar la número 32... ¡Y de qué manera!

Un partido increíble, una tarde inolvidable... una Copa para enmarcar






Ver un Madrid - Barça ya está hecho, y seguramente no pudo haber una manera mejor de realizarla.

lunes, 7 de abril de 2014

Bonfire Heart



People like us, we don’t need that much
Just someone that starts
Starts the spark in our bonfire hearts

jueves, 3 de abril de 2014

Microcuento (V)

Romeo volvía a exhalar su último suspiro de amor sobre el pecho desnudo de Julieta antes de caer rendido entre sus brazos. Ella, como toda mujer después del acto amatorio, comenzó a darle vueltas a la cabeza mientras él, también como la mayoría de los hombres, intentaba conciliar ese plácido sueño postcoital.

- Estoy harta de tener que esconder nuestro amor al universo - dijo en tono melancólico la joven
- Ya llegará la hora de contarlo, mi amor - respondió él.
- Siempre decís lo mismo, señor mío, y nunca llega ese momento... ya comienzo a pensar que no son más que fantasías - una lágrima cayó por su mejilla mientras su amante, observando la posibilidad de que aquella charla se extendiese más de lo debido, actuó presto y veloz.
- ¿Qué queréis, reina mía?
- Quiero contarle nuestro amor al mundo entero, amado Romeo.

 
Él se levantó y, con un gesto tierno, se dirigió a la oreja de la mujer para susurrarle al oído esta frase:

Que se entere todo el mundo que amo con locura a Julieta Capuleto

Sorprendida, la chica le preguntó: ¿por qué susurráis lo que debería ser un grito alto y claro?

Romero contestó: porque vos sois todo mi mundo, Julieta, y no hay nada más allá.

Y por fin el joven pudo conciliar el sueño.

lunes, 31 de marzo de 2014

Rocky

El genial Luis Calles ha vuelto a crear un vídeo de esos motivadores que tanbien le salen con vistas a la ida de los cuartos de final de la Champions. Lo podéis ver aquí.

Yo, por mi parte, os dejo el fragmento de la película de donde lo ha sacado, la quinta entrega de Rocky. Lo dicho:


"Si sabes lo que vales ve y consigue lo que mereces"

miércoles, 26 de marzo de 2014

Madrid

Me recibió húmeda, como la amante agradecida que siempre fue para mí. La lluvia adornó nuestro primer paseo juntos después de tanto tiempo, de tantísimos meses sin vernos. El aroma a café precedió a las cervezas, y es que bien sabe Dios que una caña no sabe igual en Madrid que en cualquier otro sitio; y acabamos como siempre, queriéndonos entre sus calles, amándonos entre las esquinas de esa ciudad maravillosa a la que volví después de una eternidad. No defraudó, ella nunca lo hace.

Se nos hizo demasiado corto. Casi sin darnos cuenta el reloj ya marcaba la hora de la despedida, de la partida a la otra punta del mundo para, de nuevo, volver a dejarla sola y lejos de mí. Ella se despidió sonriendo y me obsequió con una tarde soleada en el centro, de nuevo entre birras y luz en el asfalto. Volví a compartir momentos con grandes amigos y, de soslayo, con ese club de fútbol que ya se ha convertido en algo más que una pasión. Torné a disfrutar de la diosa, de Sol, de la Gran Vía y de una ciudad que inspira pasión, libros, cine y sonrisas como ninguna otra que haya conocido. De nuevo volvimos a reír hasta llorar, esa extraña forma que tiene la vida de darte a entender que en ese preciso momento no puedes ser más feliz. En esta ocasión, un sándwich de jamón y queso tuvo la culpa, una gilipollez como cualquier otra, como las cientos de miles que la precedieron y las miles de millones que, Dios mediante, la seguirán. En Madrid el que no sonríe es porque no sabe hacerlo o porque no le da la gana, no hay más explicación.


Y, como decía, al final me volví a marchar. Dejé atrás Atocha y la M30 sirvió de antesala para una A3 extremadamente larga cuando uno se aleja de la ciudad donde más feliz ha sido. Cientos de kilómetros de reflexión sosegada y melancolía contenida en una nueva despedida. Un ritual que se repite una y otra vez y una frase que la acompaña: “tengo que venir más a menudo a verla, pasa demasiado tiempo sin que la estreche entre mis brazos”. Esa promesa que después, por unas cosas u otras, no se cumple en la medida que uno quisiera. Pero lo que sí es cierto es que ella no cambia y que aunque las horas han seguido su curso desde ese momento en que me robó el corazón y nunca me lo ha vuelto a devolver, cuento cada día las que faltan para volverla a tener a mi lado. Ya queda menos, casi te vuelvo sentir, no te vayas muy lejos, que pronto vuelvo a ti, mi amada, mi vida, mi Madrid.


martes, 11 de marzo de 2014

11M

Diez años ya de la tragedia, quién nos los iba a decir.


Se cumple una década del atentado terrorista más grande y más brutal cometido en nuestro país. Hoy se rememora la barbarie y la crueldad en todo el mundo, no solo en España. Se recuerda, una vez más, cómo la humanidad o, mejor dicho, parte de ella; puede rebasar con creces la barrera del propio significante que imprime esa palabra para caer en la monstruosidad más absoluta. Diez años ya desde que esos trenes se llevasen por delante la vida de 192 personas inocentes a los que jamás olvidaremos, pase lo que pase y pese a quien le pese.

Josefa, Gonzalo, María Luisa, Miguel, Jorge, Neil, David, Yaroslav, Óscar o Guillermina fueron algunos de los héroes que se levantaron aquella mañana para ir a trabajar y que se vieron enfrentados a un destino que no les correspondía, a un castigo del que nunca debieron ser culpados, a una pena tremenda que, desde luego, no merecían. Tantas vidas sesgadas en Madrid aquella mañana de jueves y que nos llegaron al resto de España, tanta muerte de gente tan lejana pero que hicimos propia, como si de un familiar o un amigo se tratase. Diez años ya desde que el mundo entero derramó lágrimas de dolor e impotencia ante una puñalada que todos recibimos aunque únicamente ellos la sintieron físicamente.

Y se nos fueron sin decirnos adiós.

Nuestro deber ha sido, es y debe ser no olvidarlos jamás. Recordar cada once de marzo a esa gente anónima que tristemente se hicieron eternos por el resto de nuestra vida. No podemos caer en la vergüenza de nuestra clase política y recriminar en días como hoy ese “y tú más” que tanto daño nos está produciendo a todos. Hoy no. Que el sobrecogimiento, el recuerdo y el homenaje incesante sea la tónica de este once de marzo de 2014, ellos lo merecen como nadie.

Que no haya olvido, por supuesto. Que el perdón se lo guarden sus familias y sus amigos, ellos decidirán si son capaces de redimir a esa escoria que tuvo la cobardía de atacar al que no se podía defender. Nosotros, el resto del país; tú y yo, somos los que tenemos un deber mayor y más importante que ese, somos los que no podemos dejar que el tiempo borre sus nombres de la historia de España, que los años no se lleven sus caras ni sus recuerdos, que sus muertes no sean en balde y que recordemos siempre a los héroes que nos dejaron atrás y que con su partida iniciaron una guerra que debemos ganar, una batalla sin tregua contra los asesinos y contra la inmundicia que puebla cada rincón del planeta. Nosotros, tú y yo; debemos luchar sin tregua contra el terrorismo en cualquiera de sus facetas, contra la radicalización de las ideas y contra la violencia del cobarde. Hoy es un día para recordar a las víctimas y, ante todo, para jurarse que no consentiremos que vuelva a ocurrir. Que la ley aplaste sin dudarlo a esa basura que se esconde tras una máscara o una mochila para hacer daño y que nosotros nos mostremos implacables cuando eso suceda. Nos lo debemos a nosotros y se lo debemos a ellos.
 

martes, 4 de marzo de 2014

Microcuento (IV)

La almohada lo recibió fría como la noche y el colchón le respondió de la misma manera. El ambiente, gélido como el mismo hielo, parecía introducirse por los poros de su piel hasta lo más profundo de su tuétano. Se acurrucó en posición fetal y comenzó a exhalar vaho de su boca con la vana esperanza de calentar su cuerpo. Se tapó con el edredón hasta las cejas y se subió los calcetines hasta la pantorrilla y por encima de los pantalones del pijama. Se metió la parte de arriba por dentro también e introdujo por último las sus manos en los bolsillos de la chaqueta. Ya estaba listo para dormir, tenía todo preparado para vencer al frío aquella helada noche invernal, la batalla sería suya y se alzaría vencedor. Pero fue entonces cuando ocurrió, cuando un pinchazo de abatimiento le punzó el corazón con dureza. En efecto, se había dejado la luz encendida y le tocaba comenzar de nuevo todo el ritual. ¿Qué había hecho él para merecer aquello?


lunes, 3 de marzo de 2014

Cómo ganar un Oscar en menos de 5 minutos

Anoche se dieron los premios más importantes del cine mundial, los Oscar. De entre todas las categorías y sin ánimo de hacer un extenso resúmen de la gala o de algunas de sus curiosidades, quería dejar plasmado dos escenas que valen de por sí un galardón.



La primera de ella le valió a Anne Hataway el premio a mejor actriz secundaria el año pasado. Una escena de menos de cinco minutos que vale su peso en oro.



La segunda, a cargo de Lupita Nyong´o, ganadora del mismo premio en la noche de ayer. Esta vez el vídeo no refleja la escena completa, por eso os recomiendo que veáis 12 Años de Esclavitud, Oscar a la mejor película, para saborear cómo una buena obra se puede hacer enorme por la interpretación de una señorita que prácticamente debutaba en el cine.



Para finalizar dejo un artículo mío de hace unos días con los amigos de Asiento 23 para los que queráis informaros un poco más sobre las películas que han resultado victoriosas y las que no, en una especie de previa de los Oscar.

Otros momentos a tener en cuenta y que uno no debería perderse son:

Monólogo inicial de Ellen Degeneres
Discurso de Jared Letto acordándose de Ucrania y Venezuela, ganador del Oscar a mejor actor de reparto.
Matthew McConaughey gana el Oscar al mejor actor

Se me hizo corta y acabó casi a las siete de la mañana. Es lo que tienen los americanos y su cine, que son geniales.

martes, 25 de febrero de 2014

¿Cuál es tu verso?

De 'El club de los Poetas Muertos' rescato este monólogo de Robin Williams con poema de Walt Whitman incluído.


¡Oh, mi yo! ¡oh, vida! de sus preguntas que vuelven, 
Del desfile interminable de los desleales,
 de las ciudades llenas de necios, 
De mí mismo, que me reprocho siempre 
(pues, ¿quién es más necio que yo, ni más desleal?), 
De los ojos que en vano ansían la luz, de los objetos 
despreciables, de la lucha siempre renovada, 
De lo malos resultados de todo, de las multitudes 
afanosas y sórdidas que me rodean, 
De los años vacíos e inútiles de los demás, 
yo entrelazado con los demás, 
La pregunta, ¡Oh, mi yo!, la pregunta triste que vuelve
 ¿qué de bueno hay en medio de estas cosas, Oh, mi yo, Oh, vida ? 

Respuesta 
Que estás aquí - que existe la vida y la identidad, 
Que prosigue el poderoso drama, 
y que puedes contribuir con un verso.

viernes, 21 de febrero de 2014

Cuerdas


Estaba deambulando una vez más por la inmensidad del ciberespacio cuando he encontrado un corto de animación que, según me cuentan, se alzó victorioso en la pasada gala de los Goya. Sin ser yo muy fan del cine y las producciones nacionales, me he animado a verlo. Cuerdas, que así se llama la obra, es una mágica historia de apenas diez minutos que ensalza la amistad y el amor sobre cualquier otra cosa. Una muy emotiva recreación digna de verse. El cuento está escrito y dirigido por Pedro Solís y protagonizado por Nicolás, un chico con parálisis cerebral, y María, su amiga. Si el corto merece la pena verse únicamente por la belleza del mismo, se acrecienta esa sensación al conocer la historia que encierra.

Uno empieza a hacerse una idea de todo lo que se esconde detrás de Cuerdas cuando la animación acaba y el propio director se despide de la audiencia agradeciendo a tres personas en especial todo lo que le han aportado:

"A mi hija Alejandra: Gracias por inspirarme esta historia.
A mi hijo Nicolás: Ojalá nunca me hubieses inspirado esta historia.
A Lola: Por todo lo que no has llorado delante de mi.""

...Y es en ese momento cuando se te hiela el corazón...

Porque en ocasiones la ficción no es tan dura como lo es la realidad. Porque, en efecto, el director narra la historia de su propio hijo, Nicolás, que en la vida real sufre esa parálisis cerebral que lo mantiene pegado a una silla de ruedas sin movilidad alguna. Uno indaga en la existencia de esa familia y se le encoge el alma, se le eriza la piel y al final no puede más que dar gracias de corazón por lo que tiene y, sobre todo y ante todo, enorgullecerse de que haya personas en el mundo como Pedro Solís, su esposa y su familia.

Aquí podéis escuchar una entrevista en la COPE al director.

Ojalá en el mundo hubiera más Marías y más Alejandras, ojalá todos fuéramos tan valientes y excepcionales como Pedro y Lola. Ojalá la vida se respetase como lo hacen ellos y nos quisiéramos la mitad, únicamente la mitad, de lo que esa familia se ama. Ojalá aprendiéramos un poquito más de toda esa gente y menos de la estupidez humana que reina en la sociedad actual. Ojalá pudiera decirles a todos ellos lo orgulloso que me han hecho sentir esta mañana sin ni siquiera conocerles y, por último, ojalá pudiera mandarles todo mi agradecimiento y mi más sincera enhorabuena; porque si algo creo firmemente es que el fin último de cualquier persona es precisamente eso, ser una buena persona, y sabe Dios que esa familia no puede ser más grande. De corazón y desde la distancia, gracias por un cortometraje tan bonito y sobre todo por ser ejemplo para el resto de la humanidad.


PD: Como veréis no he enlazado el corto en esta entrada, el porqué es muy sencillo y lo entenderéis con esta frase del propio director: "Llevo toda la tarde acordándome de los familiares de los señores de Youtube, llevamos 3 días denunciando y no hay manera de quitar el vídeo de la red. Estoy orgulloso de que tanta gente lo haya visto pero si me iba a comprar una silla nueva para mi hijo ya no podré hacerlo".

jueves, 20 de febrero de 2014

La proposición con pósits

Susana llegaba a casa después de un duro y larguísimo día en la oficina. Se había calado hasta los huesos desde la salida de la boca del metro por culpa de una oportuna nube que parecía haber descargado toda la lluvia sobre ella. "Pero bueno, ya se acabó por hoy", pensó.
Sacó el manojo de llaves del bolso en la puerta del portal y la abrió. Allí se encontró con su vecino Norberto, un uruguayo pesadísimo que detestaba y que comenzó a contarle su vida desde la misma entrada hasta el quinto piso donde vivía. Se despidió cortésmente y con una sonrisa forzada avanzó los últimos metros del pasillo hasta su hogar. "Una ducha caliente, cena rápida y me voy a la cama" dijo en voz alta casi sin darse cuenta. Sin embargo, algo la detuvo a pocos centímetros de la puerta. Era una nota escrita sobre un papel rosa que la dejó de piedra.




"Unas pistas he dejado a mi princesa
Tras su día duro y agotador
Si quieres encontrar la sorpresa
Busca rápido en el ordenador"

Se emocionó al instante. Supo enseguida que Santi, su novio, estaba detrás de todo aquello y sonrió. "Por fin una buena noticia, ¿qué será lo que me tiene que decir?" comentó para sus adentros. Abrió la puerta de la casa y ésta le pareció vacía. Intrigada como una niña en la mañana de reyes, dejó su maletín en la entrada y se dirigó rápidamente a la sala donde se encontraba el ordenador.

"Una propuesta trascendente y definida
he de comentarte sin dilación,
una proposición seria, formal y atrevida
y que se encuentra en la habitación"

Se sonrojó. Imaginó qué podría ser aquello tan importante que su novio le tenía que decir y no pudo caer más que en una cosa. Un escalofrío de felicidad recorrió su cuerpo y, por supuesto, siguió en busca de la tercera pista

lunes, 10 de febrero de 2014

28 días

No hace falta más que eso, veintiocho días.

Uno para conocerte, dos para camelarte, el tercero para conquistarte y el cuarto para robarte el primer beso. Lo hago despacio, sin prisa alguna y con la seguridad de que me quedan veinticuatro por delante. Llega el quinto y lo vuelvo a hacer durante veintitantas horas hasta que el sexto aparece por el horizonte haciéndome pensar: "El reloj debe estar roto, me parece que avanza más rápido de la cuenta" Y cuando me he querido dar precisamente eso, cuenta, el primer domingo ya está aquí, ha llegado sin avisar.

Pero no me entretengo demasiado a reflexionar sobre ello, ¿qué es una semana entre el infinito de un amor que no conoce final? y dedico mi octavo día a desnudarte y el noveno, el décimo y el undécimo a memorizar el mapa de tu cuerpo como si mi vida dependiese de ello, como si me fueran a abandonar en aquel terreno inhóspito y dependiese de mi memoria fotográfica la supervivencia de mi ente, tanto físico como espiritual. Doce días han pasado y no dejo que te separes de mí. Te aprieto a mi pecho mientras el segundo fin de semana entra de golpe en nuestras vidas y nosotros, ajenos al mundo, lo dedicamos a pasarlo bajo el edredón de la cama, dejando de lado a una nevada que acecha fuera de él. Nunca creí en San Valentín hasta haber visto la curva de tu espalda, tiene que haber algo superior a nosotros que pueda crear semejante espectáculo, no encuentro otra explicación.