
Pero no me entretengo demasiado a reflexionar sobre ello, ¿qué es una semana
entre el infinito de un amor que no conoce final? y dedico mi octavo día a
desnudarte y el noveno, el décimo y el undécimo a memorizar el mapa de tu
cuerpo como si mi vida dependiese de ello, como si me fueran a abandonar en
aquel terreno inhóspito y dependiese de mi memoria fotográfica la supervivencia
de mi ente, tanto físico como espiritual. Doce días han pasado y no dejo que te
separes de mí. Te aprieto a mi pecho mientras el segundo fin de semana entra de
golpe en nuestras vidas y nosotros, ajenos al mundo, lo dedicamos a pasarlo bajo
el edredón de la cama, dejando de lado a una nevada que acecha fuera de él. Nunca creí en San Valentín hasta haber visto la curva de tu espalda, tiene que haber algo superior a nosotros que pueda crear semejante espectáculo, no encuentro otra explicación.
De repente, vuelve a ser lunes. Parece mentira que te haya tenido encerrada quince días, que no haya habido necesidad de comer, ni de salir, ni de beber ni de respirar más que el perfume de tu cuerpo desnudo. Pero así ha sido. Y casi sin darnos cuenta, comenzó a echar a andar la decimosexta noche.
Amanecí con el aroma a café corriendo por los pasillos de la casa y te vi en
la cocina con una de mis camisas. He de reconocer que a ti te quedan mucho
mejor. Dejamos la quietud de la habitación y salimos a ver la nieve y con el
retumbar de tu risa en mi mente me dormí una vez más… y ya iban dieciocho. Pronto hubo que volver al trabajo y la cruel realidad de un
mundo mucho menos romántico de lo que cabría pensar se hizo palpable y patente.
El tránsito se colapsaba y los días nos iban separando poco a poco, dejando un
breve recoveco para querernos. Diecinueve, veinte y veintiuno, otro fin de
semana que se había evaporado sin darnos cuenta antes de empezar la última
semana de nuestras vidas. Así de duro, así de real.
El lunes arribó como lo habían hecho los tres anteriores al igual que más
adelante lo harían el martes y el miércoles. Media semana y tres cuartos de
vida tiradas a la basura sin decirte cuánto te quiero y todo lo que te amo.
Tampoco lo hice el jueves esperando algo de tiempo libre al día siguiente. Y
cuando comenzó de nuevo el tiempo de conquistarte, noté en tu rostro una mirada
perdida que me quería decir algo aunque todavía no se atrevía. Planeé el
sábado, día veintisiete, a la perfección y terminé perdiéndome en tu boca,
obviando cualquier otro menester. No encontraba un plan mejor. Y así concluyó mi vida antes de comenzar casi
a degustarla. Desperté solo el veintiocho de febrero buscándote entre las
sábanas, entre las paredes de casa y más tarde por las calles de la ciudad.
Pero no estabas, te habías ido y ya no era capaz de recordar si realmente
habías estado alguna vez junto a mí. Quiero creer que sí, necesito pensar que
todo fue real aunque no quede señal alguna de que así fue.
Veintiocho días para amar y perder, para querer y odiar, febrero vuelve a demostrar que no es necesario pasar de la treintena para que te consideren un mes normal, que no siempre lo normal es lo mejor, que veintiocho días son más que suficientes para la historia de amor más grande de tu vida… si los sabes aprovechar.
Veintiocho días para amar y perder, para querer y odiar, febrero vuelve a demostrar que no es necesario pasar de la treintena para que te consideren un mes normal, que no siempre lo normal es lo mejor, que veintiocho días son más que suficientes para la historia de amor más grande de tu vida… si los sabes aprovechar.