Que en la última carta me entre
el corazón que necesitaba para ganar la mano o tirar los dados sobre el tapete
verde de la mesa y que me salga un siete. Ir al médico pensando en lo peor y
que te digan que no puedes estar más sano, decirle a una niña en el recreo que
si quiere salir contigo mientras con una sonrisa tímida te asiente o entrar en
una plaza de toros abarrotada de gente y ver cómo tus piernas suben los peldaños
de esa escalera que no se me borra… que no se me va de la mente.
Que enciendas la televisión y
estén poniendo Cadena Perpetua o que
tú, con esa sonrisa que me arranca de cuajo la vida, me digas que quieres
perpetuarte a mi lado. Que encuentres aparcamiento en el centro, que haya pizza
para cenar y de postre tengas helado. Que te digan que este fin de semana hará
calor, quitar el viernes la alarma del despertador o que atine a la primera a
desabrocharte el sujetador. Si algo me ha enseñado el tiempo, cuando parece que
no podía aprender nada más, es que por muy nublados que nazcan los días no hay
que temerle nunca a la tempestad.
Parar el cronómetro justo a la
hora señalada, que encuentres un taxi en medio de la lluvia, obnubilarme con tu
falda amarilla por encima de la rodilla en esa fotografía que tienes sentada en
la butaca, o las noches de velas, música, incienso y vino generando resacas.
Los ojos achinados, la ropa en el suelo, tu piel con mi piel derritiendo el
hielo; tu boca, tus besos, caricias y gemidos, acercarme tanto a ti que,
recuerdo, hasta podía escuchar tus latidos. Soñar que te tenía y despertar a tu
lado y luego, con el paso del tiempo, arrepentirme como jamás he hecho con nada
en todos estos años de que hayas sido mía y te me hayas escapado.
Un trébol de cuatro hojas que me
encuentro en el césped del parque, el espejo que cae y no se parte, la cerveza
escondida que aparece cuando casi cerrabas la puerta y ese mensaje de texto
que, cuando pensabas que la ventana se cerraba, te la deja entreabierta. Soñar
contigo, levantarme a tu lado, pensar cada día en los instantes que hemos
vivido y los que todavía no han arribado. Ese “nuestro momento tiene que
llegar” con tu voz quebrada al otro lado y mi “aquí estoy, esperando a que te
animes a empezar” suplicándote que no te alejes demasiado. Aguantando todo por
ti, lo que venga, lo que vino y lo que todavía se está fraguando; porque en
esta vida puedes arriesgarte con casi todo, pero con tu más bonita casualidad
no puedes jugar a los dados.
La estrella fugaz a la que pides
un deseo o el cinco que te hace salir de casa, el rojo de la ruleta, mi as en
la manga, el comodín que esperaba o el turno en que descansas; la casilla de
salida, la pregunta que sabías, lo mejor que me ha ocurrido en todos los días
de esta maravillosa vida. Si las casualidades existen y si todo está
predestinado, no hay nada que pueda agradecerle más a los dioses conocidos o a los
inventados, que te hayan puesto, sin yo darme cuenta, a caminar por este
sendero… y lo hayan hecho a mi lado.