Un año más, y ya van dos mil y pico... ya está aquí la Navidad.
Con el frío que acostumbra y la ilusión que desprende, viene a nuestra España querida a evadirnos por unos días del miedo, la vergüenza y la crisis; o por lo menos a intentarlo.
Llega con sus cenas en familia donde siempre sobra comida aunque no se tenga para comer. De nuevo mesas repletas de agasajos especialmente guardados para estas fechas, para compartir con el prójimo aunque no haya para uno mismo. La Navidad es eso: dar a los demás quitándose lo propio.
Y que dure muchos años más.
Llega con sus cenas en familia donde siempre sobra comida aunque no se tenga para comer. De nuevo mesas repletas de agasajos especialmente guardados para estas fechas, para compartir con el prójimo aunque no haya para uno mismo. La Navidad es eso: dar a los demás quitándose lo propio.
Y que dure muchos años más.
Otra vez se ven asomar por la esquina esos días de calles aglomeradas y programaciones televisivas especiales, de discursos de reyes y carrillones que caen, de racimos y turrones, bombones y sobrevaloradísimos mazapanes. Días de amigos y alcohol, de kilos de más y dinero de menos, de desprender cariño y regalar amor a los que nos lo devuelven y también a los que no. Una época donde hay que dejar de lado el desprecio que se tienen más que merecido aquellos que nos gobiernan pues no valen tanto como para que nos acordemos de ellos durante estos días. Háganme caso.
Ya están aquí los días de loterías y suertes, de castañas y brasero, de sayas y jerséis de cuello vuelto, de frío corporal y calor sentimental. La Navidad trae eso, y mucho más.
También nos trae anuncios indecorosos con cantantes que se enfundan varios miles de euros de nuestro bolsillo. Tantas manifestaciones por tantas causas distintas y aún no ha habido ninguna para que vuelva el calvo de la lotería. Vaya país tenemos, la madre que nos parió.
Sin calvo pero con los cansinos de turno que vuelven a recordar una vez más que todo esto es "un periodo consumista, lleno de falsedad y bla bla bla". Lo hacen, eso sí, con su bolsa de El Corte Inglés en la mano y su bufanda de marca tapando esas sensibles gargantas, no vaya y se les acabe la voz y no podamos oír sus gilipolleces repetitivas.
Sin calvo pero con los cansinos de turno que vuelven a recordar una vez más que todo esto es "un periodo consumista, lleno de falsedad y bla bla bla". Lo hacen, eso sí, con su bolsa de El Corte Inglés en la mano y su bufanda de marca tapando esas sensibles gargantas, no vaya y se les acabe la voz y no podamos oír sus gilipolleces repetitivas.
Puerta del Sol de Madrid
De nuevo, compromisos que no se cumplen y promesas que se evaporan, pero me gusta pensar que por cada nueve de los primeros siempre hay uno que sí, que deja de fumar, planta un árbol o da la vuelta al mundo, y ese, bien lo sabe Dios, vale cien veces más que los otros.
Es la época de la generosidad, de las San Silvestres y los maratones televisivos, esos que se superan una y otra vez para conseguir fondos para las grandes causas, para los pequeños que no tienen nada. Eso sí enorgullece a cualquiera, la solidaridad española, porque si algo tiene bueno este país es que somos los más generosos del mundo.
Vuelve el repaso al año que se va y la carta de amor al que está a punto de llegar. Epístolas a Papá Noel y a los Reyes Magos (hay que ver qué educados nos ponemos cuando tenemos que pedir).
Y después, niños sonriendo en los parques con sus juguetes nuevos, ataviados hasta las orejas con ropajes más típicos de Siberia que del Mediterráneo ibérico. Mientras, a lo lejos, sin quitarles el ojo de encima, un padre amenazado de muerte con que "no se te constipe el nene" aguarda a que caiga rendido y pueda volver a casa a ver el fútbol de una vez.
Ya están aquí las luces en las calles, la alegría en la gente, la buena voluntad y el abrazo del que se tuvo que ir y regresa a su hogar. Ese beso materno en el umbral de la puerta o en la terminal de llegadas de cualquier aeropuerto es un poema en potencia, un milagro digno de plasmar en papel. Únicamente por eso ya valen la pena estas fechas. Pero hay más, mucho más.
El cava y el anuncio de Freixenet, la capa de Ramontxu en la Puerta del Sol que tanto se extraña junto con el programa de Cruz y Raya previo. Las nueces de Macadamia, los gorros de papá Noel y los copos de nieve; las partidas de trivial, los abetos, sus bolas y los belenes repletos de figuritas destrozadas por los años (y por los niños). El aura especial de una época sin igual, los abrazos con la boca llena de uva y los besos de amor, porque si algo sobra en esta época es eso, mucho mucho amor.
Y seguramente lleven razón aquellos que tachan de efímeras y demagogas estas fiestas y sus propósitos. "Eso hay que hacerlo todos los días, y no sólo en Navidad" se hartan de comentar. Sí, de acuerdo, pero prefiero reír, comer, beber y besar durante estas fechas a no hacerlo jamás, así que dejad de tocar las narices y de joder la marrana.
Salgan a la calle y díganle a todo el mundo que van a ser felices, que la Navidad ha conseguido que olvidemos esa afrenta pasada o ese pequeño enfado; que lo sentimos y que nos morimos por tenerlos otra vez a nuestro lado. Digan mucho 'te quiero', siempre que sea verdad, claro; y no olviden que yo, desde la lejanía de unas líneas en el ciberespacio, también los quiero... mucho.
Salgan a la calle y díganle a todo el mundo que van a ser felices, que la Navidad ha conseguido que olvidemos esa afrenta pasada o ese pequeño enfado; que lo sentimos y que nos morimos por tenerlos otra vez a nuestro lado. Digan mucho 'te quiero', siempre que sea verdad, claro; y no olviden que yo, desde la lejanía de unas líneas en el ciberespacio, también los quiero... mucho.
Feliz Navidad a todos.