lunes, 9 de enero de 2017

El piropo


Aprovechando las polémicas declaraciones de la presidenta del Observatorio contra la Violencia de Género, doña Ángeles Carmona, en las que asegura que el piropo “supone una invasión en la intimidad de la mujer y que, por ello, es necesario su erradicalización”, me he animado, desde la quietud de un hogar que comienza a ver amanecer, a salir en defensa del que para mí es el último reducto de una generación de románticos tristemente en proceso de extinción.

Lo primero que habría que decir en defensa del piropo es que éste no es exclusivo del género masculino. Ni mucho menos. No creo, de hecho, que haya un matiz más machista que ese en el discurso de la presidenta de un órgano que, en teoría, lucha contra eso mismo, la discriminación. Como digo, el piropo no pertenece, para nada, a los hombres. Si bien es cierto que por cuestiones sociales, culturales o simplemente estéticas, es posible que seamos los que más lo usamos, las mujeres no sólo pueden, sino que deben recurrir a él siempre que así lo crean oportuno. Faltaría más.

Al igual que el cine, la literatura, la pintura o cualquier otro ámbito cultural, hay piropos buenos y malos. Como no es lo mismo escuchar a mi vecino del quinto cuando practica sus lecciones de piano que disfrutar del Claro de Luna de Debussy, no es lo mismo un piropo salido de una boca educada que otro que resuena con grosería, falta de tacto o carencia de sensibilidad. Sin embargo, como toda muestra artística (porque el piropo no deja de ser eso) no puede ser condenado ni censurado ante la falta de gusto de unos cuantos o unos pocos. Sería como cerrar todos los museos del mundo porque existe el Guggenheim de Bilbao, y no creo que nadie estuviera de acuerdo con eso.


Otro aspecto que obviamos cuando hablamos del piropo es que no siempre han de alagar aspectos físicos de la persona. Cuando entramos en casa de un desconocido y enaltecemos lo bien decorada que está, lo estamos piropeando a él. Cuando nos fijamos en un corte de pelo novedoso, exaltamos la nueva camisa que ha adquirido un amigo o loamos la fotografía tan espectacular que ha subido al muro de Facebook, estamos recurriendo de nuevo al tan deslegitimado piropo con la única intención de agradar a alguien que nos es cercano, importante o querido. Y eso, en una sociedad cada vez más confrontada, virtualizada y alejada del contacto personal, no puede ser criticable por mucho que a la señora Carmona le apetezca.


Pero sí, hay que ser coherentes y saber que el piropo, en un porcentaje importantísimo, ahonda en los aspectos físicos. La mirada, el cuerpo, la sonrisa, el cabello… todo es piropeable hacia ojos de otro, como no podía ser de otra forma. También, como decíamos con anterioridad, reconocemos desde estas líneas que son las mujeres las más piropeadas, no por otra razón que porque son, con diferencia, mucho más llamativas físicamente que los hombres. Pocas cosas, y permítanme que me ponga meloso, hay en este planeta más bonitas que una mujer y, por tanto, es entendible que se lleven el mayor porcentaje de adulaciones, cosa que, a mi modo de ver, no debería ser más que un motivo de orgullo para ellas.

Tres son los pilares donde se sustenta todo buen piropo: belleza, originalidad y respeto, estando los dos primeros supeditados íntimamente al tercero, porque lógicamente sin éste, los otros pierden todo su sentido. El respeto y la educación son fundamentales para que un piropo tenga efecto. No es lo mismo acercarse a la barra del bar y comentarle a una chica (o a un chico) lo increíblemente bonita que te ha parecido, que soltarle desde un andamio un “vaya culo tienes, morena” a una señora que pasea con su hijo por la calle. Por supuesto. Pero reiterándonos en lo ya comentado, no podemos maldecir o fustigar el primero porque exista el segundo, no habría mayor injusticia para todos aquellos (o aquellas) que reúnen el valor de cruzar la biblioteca, la discoteca, la calle o el parque para hacerle saber a otro individuo que le ha encandilado su belleza.

Entrando ya en la premisa de que el piropo puede que no sea requerido ni agradecido aunque sea bonito, original y respetuoso, hemos de pensar también que una retahíla de agasajos verbales no puede tener sentido si el primero no encuentra respuesta. Es decir, si una mujer (o un hombre) piropea a otra persona y ésta le contesta bruscamente o huye despavorida, el sentido común dicta que ahí termina la adulación y, por tanto, la supuesta ‘ofensa’. Con lo que además de la brevedad de ésta podemos asegurar que un piropo no correspondido o no agradecido supone, con creces, una molestia mayor para el emisor rechazado que para el receptor rechazante.

Concluyendo ya este alegato, me niego a pensar que en una sociedad que se desvive por verse estupenda en todos los aspectos posibles (incluyendo el físico, por supuesto) queramos desterrar de nuestro vocabulario al principal valedor de nuestro trabajo diario. En un mundo pendiente de las modas, amante del buen gusto y aferrado cada vez más al culto al cuerpo, asesinar sin piedad la lisonja de otro hacia nuestros éxitos y conquistas es, sencillamente, pueril. Porque si usted ha conseguido adelgazar cinco kilos tras las navidades, tiene tanto derecho a que se lo aprecien como quien se ha armado de valor para hacerlo. Si a usted le queda como un guante ese vestido amarillo que luce en su perfil de Whatsapp, tengo la potestad y, me atrevería a decir, la obligación, de hacérselo saber lo más rápido posible. Y si usted taconea como los ángeles, sonríe como Natalie Portman o cuando me mira noto que se me encoje el corazón, no creo que nadie, y mucho menos una señora a la que probablemente jamás habrán echado un buen piropo, quiera, pueda o tenga autoridad para obligarme a no decírselo a la mayor brevedad y con las palabras más hermosas que encuentre.

Poner en duda la muestra de cariño verbal más ancestral, bella y característica del ser humano desde que éste es tal, en el año 2017, sólo es síntoma de una feminización tan mal entendida como estúpida, de una necesidad apremiante de buscar problemas donde no existen para dar sentido a un departamento tan inútil como, seguro, bien subvencionado. Y, ante todo, querer erradicar de la vida cotidiana el piropo es la manera más burda, cruel y asquerosa de querer coartar mi derecho a decirte, una mañana cualquiera de enero, que nunca, querida mía, te había visto tan guapa como hoy. Y por ahí, señoras y señores, sí que no paso.