Os juro que la que va a ser la
primera madre de mi grupo de amigos, hace tres días y medio estaba sentada
conmigo en el parque haciendo botellón. Así, como lo leéis.
No hace una semana que paseábamos
los dos en mi SEAT Toledo, tristemente fallecido ya, contándonos mil cosas
sobre la vida, sobre nosotros, sobre la gente de nuestro alrededor, el
instituto y el amor. Porque a ella la conozco hace tanto que hasta puedo hablar
con ella de amor. Fíjate tú si la conozco.
He estado a su lado desde que
alcanzo a recordar y la he visto reírse tantas veces que he perdido la cuenta. Y
llorar también. Me acuerdo cómo se preocupaba cuando salíamos hasta tan tarde
que veíamos amanecer porque sabía que tendría bronca con su padre, o cuando bajábamos a la balsa a
pasear las noches de esos veranos que parecía que nuestras casas se nos caían
encima si nos quedábamos dentro. La he visto rubia, morena y castaña, con
pantalones de campana, faldas, trenzas, vestidos y chándal. Y ahora, si Dios
quiere, la voy a ver convertirse en mamá.
Y la historia con él es todavía
más larga. Lo conozco desde el primer día que puse el pie en este pueblo hace
como ciento cincuenta años. Él sí que no ha tenido variación, o al menos a mí
no me lo ha parecido. Si me pidiesen ahora mismo que lo dibujase con ocho años
cogería una fotografía suya de hoy y la pegaría sobre el cuerpo reducido de un
crío de colegio. No ha cambiado nada, sigue siendo el mismo tipo con el que he
jugado al fútbol, al pádel, he montado en moto o he acribillado a bolas en el
paintball. Y dentro de unos meses, casi sin darnos cuenta, va a ser padre por
primera vez.
De los tres momentos que más he
temido en mi vida: la primera boda, el primer nacimiento y el año en que sea
más viejo que el jugador más viejo de la plantilla del Madrid, ya he pasado uno
y medio. A todas luces y aunque me lo vienen avisando desde hace tiempo, parece
ser que sí, que los rumores son ciertos y me hago mayor. De repente te
encuentras poniéndote de cubatas hasta las patas en una cochera inmunda y al día
siguiente, nadie sabe muy bien cómo, te empiezas a imaginar rodeado de sobrinos
políticos correteando por ese mismo local con la camiseta de la peña. Cosas de
la vida, supongo. Tendrá que ser así.
Sin embargo, transcurridos los
primeros días de shock y desesperación tras la buena nueva, mi mente se ha ido
aclarando y mi corazón, después de mucho esfuerzo, ha encontrado consuelo ante
el colapso emocional sufrido anteriormente. Me pasó en su día con aquel momento que lo cambió todo y ha vuelto a ocurrir hoy. De nuevo han sido esos recuerdos,
el tesoro más maravilloso que tengo encerrado en el subconsciente, los que me
han hecho salir del pozo con una sonrisa en la boca. Ha sido el saber que muy
poca gente puede presumir de haber conocido a sus amigos desde siempre y que
siempre estuvo allí con ellos, desde la
primera comunión hasta que tuvieron su primer hijo, desde su primera
resaca hasta el día en que contrajeron matrimonio, en las buenas y en las malas…
todos los días de su vida. Eso es algo que me hace sacar pecho, que me hace
sentir plenamente orgulloso y me llena de felicidad. El tiempo pasa tan rápido
que no te das cuenta, pero creo fervientemente que lo hace más rápido aún si
los que tienes al lado te hacen tan feliz como mis amigos me hacen a mí. Así
que, dentro de tres o cuatro días, no se extrañen que vuelva por estos lares a
contarles cómo hemos celebrado la primera jubilación, porque esta dichosa vida
pasa tan sumamente deprisa que asusta, pasma y acojona. Mi único consuelo es
saber que seré el tío molón y tremendamente sexy de un puñado de niños que necesitarán
de mis sabios consejos, y que tendré a sus padres al lado, como siempre han
estado, para encasquetarles a los míos cuando tengan a bien llegar.