Ocho grados en la calle y los nueve planetas del sistema solar alineados para que hoy, a las diez de la mañana, caiga en la cuenta de que estamos a once del doce del trece, un día muy especial. Ni catorce de febrero ni quince de agosto, un nuevo amanecer que nada tiene que envidiar a los demás y que se despierta con frío en el aire y cielo nublado. Dieciséis onzas de mi acuario para tu libra, diecisiete números primos repletos de pasión; la película que comienza sólo está autorizada para mayores de dieciocho años y alguno con diecinueve debería taparse los ojos en más de una escena. Luego dicen que no aviso.
Veinte los tuyos, veintiuno los míos, veintidós los patitos del estanque que hoy no visitaremos, ni mañana, Dios mediante, tampoco. El veintitrés me lo salto y me voy al veinticuatro que son las horas del día que está por empezar. Que siga el reloj contando minutos, el calendario pasando los días, los mayas vacilando con promesas que nunca cumplieron y el mundo no pare de rotar. Yo me quedo aquí perdiendo la cuenta de los millones de besos que me quedan por dar. Y sí, todos y cada uno de ellos, no te quepa duda que son para ti.
Veinte los tuyos, veintiuno los míos, veintidós los patitos del estanque que hoy no visitaremos, ni mañana, Dios mediante, tampoco. El veintitrés me lo salto y me voy al veinticuatro que son las horas del día que está por empezar. Que siga el reloj contando minutos, el calendario pasando los días, los mayas vacilando con promesas que nunca cumplieron y el mundo no pare de rotar. Yo me quedo aquí perdiendo la cuenta de los millones de besos que me quedan por dar. Y sí, todos y cada uno de ellos, no te quepa duda que son para ti.