En el día en que Jabois, Bustos,
Reverte y compañía salen a escribir sobre el tristemente fallecido David
Gistau, a uno casi le da apuro sentarse a hacer lo mismo para rendirle homenaje
desde este humilde blog. Sin embargo, había que hacerlo.
Fue Paco González en la COPE
quien me transmitió la muerte de David. Estaba en casa de mi madre cenando con
ella cuando comunicó la noticia y en ese instante únicamente salió de mí un “no
me jodas” tan sincero como melancólico. Ella, mi madre, me preguntó quién era
ese tal Gistau y eso me da una triste idea de lo mal que está el periodismo
nacional, su audiencia y de lo poco que sabemos valorar lo bueno que tenemos en este país.
David Gistau, para todos aquellos
que, como mi madre, no lo conocieran, ha sido uno de esos referentes del
madridismo underground que hasta no hace mucho era la corriente ideológica que
más se acercaba a mi forma de pensar. Junto a él, a Jabois, Hughes y un largo etcétera,
viví la época más bonita de mis treinta y tres años de madridismo, los años que
más blanco me sentí (y eso es mucho decir), que más apasionadamente viví el
fútbol y, aunque sea por mera coincidencia, que más feliz he sido en líneas generales.
Pero David era mucho más que mourinhismo y fútbol. Muchísimo más.
Era un tipo con aspecto bonachón
y una voz que engatusaba. Decía las palabras adecuadas siempre que había que
decirlas y eso ya es más de lo que se puede decir del noventa y nueve por
ciento de la humanidad. Hablaba como un hombre culto, porque lo era, y siempre
que él salía en una tertulia era absolutamente imposible cambiar de emisora
porque te enganchaba, te hacía prestarle atención y, si lo seguías el tiempo
necesario, te causaba una devoción absoluta. Tenía barba poblada y pesaba unos cuantos
kilos de más. Me gustaba imaginármelo bebiendo cerveza y soltando improperios
en las gradas del Bernabéu o leyendo un artículo de algún tuitero con una media
sonrisa. Hablaba sentando cátedra, le tenía miedo a la muerte y escribió tantas
cosas bonitas que me sería imposible enumerar.
Sentía una terrible y sana envidia
cuando Reverte subía fotos con él y con Manuel Jabois en alguna cena. Juro que
hubiese dado mucho de lo que tengo por haber sido testigo de alguna de ellas
porque de ahí únicamente se me hubieran quedado grandes recuerdos, cosa que,
según he ido cumpliendo años, me he dado cuenta que es lo más importante que
podemos gestar en esta aventura llamada vida. Los imaginaba hablando de libros,
de fútbol, de mujeres y de vivencias y sólo podía desear con todas mis fuerzas
estar allí con ellos, aunque fuese en la mesa de al lado escuchando atentamente
sin decir nada. Ya en 2015 lo apunté en un tuit: “Si me muero sin haber pasado una tarde de cervezas con Gistau podéis
decirle a mi familia y amigos que mi vida jamás estuvo completa”. Ayer se
marchó sin que pudiera decirle todo lo que admiraba y sí, tengo la sensación de
que esa espinita la llevaré siempre conmigo.
No hace un mes que fui a Madrid
por última vez y le escribí a Hughes y al propio Jabois suplicándoles esa
cerveza. Eran las mil, íbamos todos medio borrachos y ambos contestaron que,
joder, haber avisado antes. Con toda la razón del mundo. Pero yo seguiré
encabezonado con ello, con poder desvirtualizar a esas plumas que tanto admiro,
a esa raza de periodistas que escriben sobre su existencia y la de los demás
haciéndote parte de ellas, emocionándote y maravillándote, transportándote de
la quietud de una vida ya alejada de esa profesión pero que, inevitablemente,
siempre será propia. Porque, como decía, si algo tengo claro en este camino, es
que uno se hace mejor persona cuando se rodea de gente válida, culta,
inteligente y que vive la vida como si fuera a morir mañana. Que esa gente que
te culturiza con anécdotas y experiencias, que te hace reír y que, en
definitiva, te hace ser mejor persona, es la que tienes que amarrar con fuerza
o hacer lo posible para meterla en tu vida. Y David Gistau, sin duda, era uno
de esos.
Descansa en paz, ídolo, y ten por seguro que, por mucho que pase el tiempo, no te vamos a olvidar jamás.
Descansa en paz, ídolo, y ten por seguro que, por mucho que pase el tiempo, no te vamos a olvidar jamás.