Cada año por estas fechas el
debate de lo deportivo cae en un ostracismo tristemente habitual, aburridamente
repetitivo y totalmente improductivo. Las grandes ligas y las primeras
potencias futbolísticas vuelven cada invierno a la misma disputa, a esa pelea
encarnizada por ver quién se lleva uno de los galardones más subjetivos y
faltos de rigor que se otorgan a nivel individual en el terreno deportivo, el
Balón de Oro.
Desde principios de noviembre
hasta comienzos del mes de febrero (en algunos casos antes y en otros también
después) las tertulias vuelven de nuevo a dirigirse a analizar quién es el
favorito para conseguir la presea, por qué lo ha merecido y en qué debemos
basarnos para dirimir tamaña cuestión. Por si fuera poco con esta repetición de
conceptos, en los últimos años casi siempre han estado presentes también los
mismos candidatos, cosa que, si cabe, hace aún más cansina la cuestión.
Hablar del Balón de Oro es
referirse a un premio votado por corresponsales de France fútbol (hasta 2009),
capitanes y seleccionadores nacionales. Es hablar de una condecoración parcial
y subjetiva nacida del criterio de tres ramas importantes del mundo balompédico
que, sin embargo, no basan en la mayoría de los casos sus votaciones en juicios
palpables y rigurosos como veremos a continuación. Describir al citado galardón
viene a querer otorgar propiedad a un premio intangible, seriedad a una retribución
politizada y mérito a una compensación que premia algo tan personal, individual
y si me apuran imposible, como es querer averiguar quién es el mejor jugador
del planeta.
Por todo esto, existe una serie
de hechos que demuestran o al menos ponen sobre la mesa que el citado premio se
fundamenta en unos cimientos que impiden que sea tomado con la seriedad que la Federación Internacional de Fútbol Amateur (FIFA) quiere y desea transmitir:
1- Ausencia de criterios claros y concisos para la elección: No existe
en la actualidad criterio alguno basado en números, hechos o datos rigurosos
por el que los votantes del Balón de oro puedan otorgar sus puntuaciones. Bien
es cierto que la organización apremia a los electores a fijarse en una serie de
actuaciones personales antes de emitir su voto. La FIFA habla de méritos
basados en la clase del jugador, su
carrera profesional y la personalidad y carisma que posee, lo que lleva a
preguntarse, ¿cómo se mide la clase de un jugador y en qué se diferencia la
personalidad de uno u otro? ¿Cómo diferenciar la calidad de Messi o Cristiano
Ronaldo? ¿En qué basarse para tomar esa decisión? ¿Cómo un capitán o un
seleccionador puede fundamentar racionalmente su voto para elegir el carisma y
la personalidad de un futbolista? ¿Cómo se calcula eso? ¿Es acaso mejor el temperamento
de Ribery que el de Neymar? ¿En qué nos basamos para afirmarlo?
En efecto, la FIFA busca una
medición insostenible, virtudes que nada que tienen que ver con la decisión
final de lo que se vota y el por qué se vota. ¿Acaso el carisma influye en que
un jugador sea mejor o peor dentro del campo? Por eso, de todas las premisas en
las que la federación hace hincapié, únicamente podríamos tomar la de resultados obtenidos individual y
colectivamente durante el año, como la mínimamente palpable y medible. Ahí
sí se pueden comenzar a solventar objetivamente (más o menos) puntuaciones,
pero ¿es eso justo?, en opinión de quien les escribe, no. El porqué de mi
razonamiento es simple aunque la conclusión desprestigia por completo el fin
último del premio: es muy difícil medir el mérito individual en razón a una colectividad.
Si por la unión de méritos colectivos se ha de repartir el galardón no sigan
ustedes leyendo, dénselo a Frank Ribery este año, nadie merece más el Balón de
Oro que alguien que ha conseguido los tres títulos más importantes a los que
aspiraba. Sin embargo, ¿es mejor jugador el francés que los otros dos grandes
favoritos a llevárselo? Efectivamente, de nuevo llegamos a la conclusión final
de que no es posible comprobarlo, ni mucho menos y, en el caso de que así
fuera, la respuesta sería un rotundo no.

2- Corporativismo y parcialidad: Dejando un poco de lado los debates
más intrínsecos sobre el fin último de la votación y la imposibilidad
manifiesta de fijar criterios claros a la hora de nominar, sí podemos entrar a
comentar algo mucho más evidente y manifiesto: la parcialidad y el
corporativismo de los votantes. Dejaremos en este apartado un poco de lado a
los periodistas y corresponsales de la revista francesa encargada de dar el
premio, aunque no los dejaremos de lado del todo, ya que también, no lo
olvidemos, representan a un medio con una línea editorial concreta y son
partícipes de esa arbitrariedad. Sin embargo, me centraré en los capitanes y
seleccionadores para ver que, efectivamente, no parecen reñirse estrictamente a
los criterios básicos a la hora de dar su resultado. Tomaré como ejemplo la
votación del año pasado donde se puede ver algún caso en que los seleccionadores
se ven en la ‘obligación’ de agradar a sus seleccionados o compatriotas y
deciden, por tanto, ‘barrer para casa’.
Algo parecido ocurre con los capitanes y su primer voto. Así podemos ver cómo Casillas dio cinco puntos a Sergio Ramos en la edición del año pasado (este año a su compañero de equipo, Cristiano Ronaldo), Bruno Alves (Portugal) también a Cristiano, Wesley Sneijder (Holanda) a Robin Van Persie, Buffón a Andrea Pirlo o Mario Alberto Yepes (Colombia) a Radamel Falcao, entre otros y casos.
Sin querer entrar a analizar la
ética o la rigurosidad dentro del voto de los seleccionadores y los capitanes,
sí se abre una duda (más que razonable) sobre si se emite éste en torno a unas pautas
reales o simplemente se intenta elogiar y satisfacer las necesidades ególatras
de sus compañeros y pupilos de selección y su ansia final de llevarse el
trofeo
3- Manifiesta mediocridad en la organización: Errores de votación como la inefable confusión de la FIFA con los votos de Xabi Alonso y Xavi Hernández, probadas falsificaciones de documentos como ocurrió con la federación Macedonia; denunciada por su propio capitán, extensión de las fechas para emitir la papeleta y otra serie de cuestiones han desacreditado un galardón que durante la década de los ochenta, noventa y comienzos del presente siglo llegó a tomarse relativamente en serio y que desde hace unos años parece condenado a la mediocridad y el abandono. Un premio que nace como un imposible y que se acrecienta con decisiones mal tomadas y caóticos procesos de selección.
4- Tendencia a la democratización y fallos de ésta: Otro de los apartados que llevan a plantearse la credibilidad del premio es la necesidad apremiante de la FIFA por democratizarlo o, mejor dicho, por universalizarlo. Así se observa desde el año 2009 cuando la revista France Fútbol y la FIFA unificaron el galardón y repartieron el voto entre tres estamentos: 170 periodistas, 170 entrenadores y 170 capitanes de todo el mundo. Entonces surgió un debate políticamente incorrecto, ya que entra en cuestiones que pueden plantear un punto de contrariedad ético o moral, ¿vale igual el voto de todos los países? En primera instancia, podría parecer que sí y que la democratización equivale a la pluralidad y, por tanto, a reunir un punto de vista mayor y global sobre el fin último del premio, elegir al mejor del mundo. Pero una serie de condicionantes surgen de esta pregunta y, probablemente, basado en hechos concretos y que deberían tenerse en cuenta. La idea comenzó a fraguarse en el año 2010 cuando Messi salió vencedor del premio tras la fusión del mismo. Con los números en la mano, aquel año Wesley Sneijder habría sido el ganador si la forma de votación hubiese sido como hasta entonces, sin embargo, con la nueva fórmula no quedó ni entre los tres primeros. Por tanto conviene preguntarse qué ha cambiado en la forma de elección y si es correcto o no que algunos países tengan derecho de decisión y el mismo peso que otros en la misma.
3- Manifiesta mediocridad en la organización: Errores de votación como la inefable confusión de la FIFA con los votos de Xabi Alonso y Xavi Hernández, probadas falsificaciones de documentos como ocurrió con la federación Macedonia; denunciada por su propio capitán, extensión de las fechas para emitir la papeleta y otra serie de cuestiones han desacreditado un galardón que durante la década de los ochenta, noventa y comienzos del presente siglo llegó a tomarse relativamente en serio y que desde hace unos años parece condenado a la mediocridad y el abandono. Un premio que nace como un imposible y que se acrecienta con decisiones mal tomadas y caóticos procesos de selección.
4- Tendencia a la democratización y fallos de ésta: Otro de los apartados que llevan a plantearse la credibilidad del premio es la necesidad apremiante de la FIFA por democratizarlo o, mejor dicho, por universalizarlo. Así se observa desde el año 2009 cuando la revista France Fútbol y la FIFA unificaron el galardón y repartieron el voto entre tres estamentos: 170 periodistas, 170 entrenadores y 170 capitanes de todo el mundo. Entonces surgió un debate políticamente incorrecto, ya que entra en cuestiones que pueden plantear un punto de contrariedad ético o moral, ¿vale igual el voto de todos los países? En primera instancia, podría parecer que sí y que la democratización equivale a la pluralidad y, por tanto, a reunir un punto de vista mayor y global sobre el fin último del premio, elegir al mejor del mundo. Pero una serie de condicionantes surgen de esta pregunta y, probablemente, basado en hechos concretos y que deberían tenerse en cuenta. La idea comenzó a fraguarse en el año 2010 cuando Messi salió vencedor del premio tras la fusión del mismo. Con los números en la mano, aquel año Wesley Sneijder habría sido el ganador si la forma de votación hubiese sido como hasta entonces, sin embargo, con la nueva fórmula no quedó ni entre los tres primeros. Por tanto conviene preguntarse qué ha cambiado en la forma de elección y si es correcto o no que algunos países tengan derecho de decisión y el mismo peso que otros en la misma.
Por ejemplo uno podría
preguntarse si llega la misma información deportiva a naciones como Papúa Nueva
Guinea, Cabo Verde, Madagascar, Granada o Islas Cook que a Francia, Italia,
Argentina, Brasil o México. ¿Puede un
periodista, entrenador o seleccionador de una nación tan alejada de las
tradiciones futbolísticas y de la información diaria sobre él emitir un voto
fiable y veraz sobre quién es el mejor jugador del mundo y tenerse en cuenta
como el de una potencia futbolística? En otros casos, como en el de la bota de
Oro, vemos como no es así. Se observa que los goles en ligas menores no valen
lo mismo que en las grandes, pero claro, en este debate asistimos a un dilema mucho
más profundo que habla de que el voto, el derecho fundamental de cualquier
persona, no sea igual para unos y para otros y, si me apuran, hasta si unos
deben tener poder de decisión o no. Una discusión sin duda mucho más complicada
aunque no por ello exenta de veracidad y certeza en los argumentos de unos y
otros.
5- Desprestigio por jugadores que nunca lo ganaron: Otro de los
grandes temas recurrentes a la hora de criticar el premio. Ni Maradona ni Pelé
por criterios de una absurda exclusión de la época ni el mejor Raúl de las tres
Copas de Europa, Del Piero o Totti; Maldini o Romario, Baresi, Kubala o Puskas;
Gento, Garrincha o Roberto Carlos. Esos son sólo algunos de los míticos futbolistas
que no consiguieron la ansiada corona que un día pareció encumbrar a los dioses
del fútbol pero que tristemente cada año demuestra que es más una forma de
disputa mediática, una elección en torno a un criterio tan relativo y personal
como imposible de medir. No haber reconocido en su momento a ninguno de esos
ídolos del balón supuso la condena eterna al galardón para muchos.
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Conclusiones: El Balón de Oro es un premio tan subjetivo como injusto
que mide baremos que no tienen cómputo lógico ni racional. Es un premio inicuo
desde su nacimiento porque trata de encontrar algo tan imposible y pragmático
como es el elegir al mejor jugador del mundo. Es una recompensa como cualquier
otra que no encuentra rigor y excluye a unos frente a otros, como un Óscar, un
Grammy o, si me apuran, cualquier premio basado en el criterio de un individuo
y no cimentado en hechos inexorables. Es un galardón que no puede calcularse
con certeza y cuyos méritos deportivos pueden no tener la misma validez. Para
comenzar a darle una veracidad tan imposible como seguramente ridícula habría
que plantearse una serie de razones fijas e invariables como podrían ser, por
ejemplo, la puntuación por méritos colectivos (trofeos e importancia de los
mismo) e individuales (goles, asistencias, paradas…) pero de nuevo nos encontraríamos
ante el abismo de la duda, ante el protocolo del qué vale más, ¿una Copa de
Europa de clubes o un Mundial?, ¿una parada maravillosa o un gol por la
escuadra?, ¿una asistencia o un corte defensivo?. Estaríamos ante una nueva
disputa matemática digna de la denostada para muchos IFFHS y eso, para algo tan
emocional y poco analizable como es el fútbol, parecería cuanto menos,
estúpido.
Así que parece que volveremos al
debate constante de ese premio que no retribuye al ganador sino que parece castigar
al perdedor, a esa presea esférica bañada en oro que tantas portadas lleva
durante estas fechas y que de tantos minutos de tertulia se apodera. Parece
difícil enterrar la cuestión por muy absurda que parezca, quizá sea lo que
buscan. Probablemente el Balón de Oro sea lo que es por todo lo que mueve, por
todo el negocio en que parece haberse convertido el deporte rey. Probablemente
todo sea eso de nuevo, intereses y dinero, siempre lo mismo. Tal vez sin todo
el teatro que lleva alrededor, el Balón de Oro no sería lo que es, yo no habría
escrito este artículo y ustedes no hubieran dedicado su tiempo a leerlo.