martes, 6 de octubre de 2009

Como me hice la cicatriz (II)

Como ya todos sabéis, hace más o menos un año un terrible accidente dejó una marca en mi frente, y aunque he tenido que pasar muchas y muy peligrosas operaciones, por fortuna, sigo vivo.

La historia es traumática y escalofriante, pero por consejo de mi familia, amigos y doctores he decidido contarla hoy.

El que me conozca sabrá que una de mis aficiones es hacer surf. Amo ese deporte, la sensación de libertad que te provoca coronar una ola...
El año pasado fui a Hawai, donde me habían dicho que están las mejores olas del mundo. Allí tengo una pequeña casita a orilla de la playa


Mi casa en la playa



El caso es que tras unos días de relax en casa, decidí que ya era hora de encontrar esa ola que todo surfista busca, la llamada "ola perfecta". Eran sobre las 11 de la mañana cuando me adentré con mi tabla en lo profundo del mar. No pasaron más de diez minutos cuando por fin, tras casi veintidos años de vida, tomaba la mejor ola que nunca habia visto. Una marea cristalina, de incontables metros de altura, se posaba bajo mi tabla. Las miles de personas que se agolpaban para observarme en la orilla aplaudían como locas y yo me sentía libre y feliz. Sin embargo, aquel momento de felicidad extrema se vió empañado por un terrible suceso. Desde la cresta de la ola, divisé a lo lejos un terrible tiburón que se acercaba rápidamente hacia un pobre niño que, indefenso como un conejo en una zorrera, no sabía que su vida estaba en peligro


Pequeño Billy


Tiburón que atacó al pequeño Billy


Yo por supuesto, no podía permitir que aquella fiera salvaje hiciera daño a ese pequeño y, utilizando el impulso de aquella ola enorme, me deslicé como pez en el agua (me ha costado encontrar el símil) hacia lo que en unos segundos iba a ser una carnicería. El miedo se apoderó de la gente de la orilla que observaba como ese tiburón iba a devorar a Billy; las mujeres lloraban y gritaban, los hombres observaban con impotencia la tragedia que iba a ocurrir y la mamá de Billy (recientemente divorciada después de un matrimonio horrible) gritaba desconsolada


Madre del pequeño Billy


El feroz escualo abrió sus mandíbulas para devorar al niño que en ese momento se percató por primera vez del peligro, cuando de repente de la nada, salí yo y me abalancé sobre la bestia, emprendiendo una pelea a cara de perro (o de tiburón). Yo intentaba esquivar sus afilados colmillos y a la vez luchaba por aguantar el poco aire que, tras ocho minutos bajo el agua, quedaba en mis pulmones. Finalmente conseguí agarrar un coral que había en el fondo del océnao y que tenía forma de cuchillo (no exagero nada, lo prometo) y conseguí clavarlo en la cabeza del tiburón que, inmediatamente cayó muerto.

Tras recuperar el aliento, llevé al pequeño Billy a la orilla donde su madre nos esperaba ilusionada y extrañamente excitada. Sin embargo, el escualo no había dicho su ultima palabra y, tras dejar a Billy en los brazos de su madre, me atacó por la espalda. Con sus afilados dientes y tras pillarme por sorpresa, me hirió en la frente. Pero lo que él no sabía, es que yo aún tenia mucho que decir y que mis quince años de kárate me habian servido para algo. Con una destreza solo al alcance de unos pocos, le asesté la patada giratoria twon-ki-fu que lo destrozó por completo.

Aquella tarde me ingresaron de gravedad en el hospital donde logré sobrevivir de milagro. Al despertar y tras varias operaciones, solo quedaba en mí una cicatriz en la frente y la madre de Billy, que había aguardado toda la noche junto a mi cama y cogida de mi mano.
Una historia que tuvo un final feliz pero que pudo acabar muy mal.

Gracias por leerme