Si no tardas mucho me quedo a esperarte en
el banco de la estación, como Penélope y su bolso de piel marrón, sus zapatitos de tacón y su vestido de domingo. Me quedo
sentadito, sin hacer mucho ruido y mirando al horizonte esperando verte
aparecer. Si prometes venir rápido, me comprometo a no mirar otros ojos,
acariciar otra piel o besar otros labios nunca más. Hacerme tuyo y sólo tuyo,
aferrarme a ti como las cadenas al preso o el vaho al frío. Por el resto de los días de mi vida.
Si no tardas mucho en llegar, aguardo un poquito
más. Un segundo agarrándose a otro, indeciso y expectante, nervioso y atento a
que tus piernas al aire lleguen contoneándose al son de tus caderas. Que tu
taconear resuene en la sala como las agujas de un reloj que marcan el final de
la espera y anuncian el principio del resto de nuestras vidas. Tu mirada, fija
en la mía; tu sonrisa, deslumbrando la escena como un rayo de sol que se cuela
por el objetivo de la cámara. Date prisa, te sigo esperando.
Si no tardas mucho, termino de escribir este
párrafo y voy para allá, donde quiera que encuentre un lugar cómodo para
aguardar el instante en que te estrecho entre mis brazos y mi boca encuentra la
tuya, húmeda y hambrienta. Si no tardas mucho, prometo no moverme de allí. No
te quedes con las ganas y quédate conmigo. Que nuestro cuento no termine antes
de comenzar, que no tengamos el resto de la vida para arrepentirnos de lo que
no hicimos y sí de lo que puede salir mal. Anímate, ven, yo sigo aquí, aguardando
el momento. Si no tardas mucho, te prometo, de verdad, que te espero el resto de
mi vida.