De entre todos los recuerdos bonitos que tengo de mi vida, sin duda alguna, guardo con especial aprecio la noche en que te conocí. Recuerdo perfectamente cada detalle:
Sería aproximadamente la una de la mañana. Fuera del bar donde el destino quiso que nos conociéramos, llovía. Era, sin embargo, una lluvia suave, casi como el rocío de la mañana que apenas acaricia tu piel y humedece tu cabello. Un suave goteo invadía las calles de la ciudad donde tuvo Dios a bien hacernos coincidir. Entraste con el pelo mojado, todo el bar, lo recuerdo como si fuera ahora, se quedó prendado de ti. Los hombres que compartían la barra conmigo comenzaron a cuchichear sobre tus ojos que irradiaron la luz más pura que jamás hubo en aquel antro. Tus labios consiguieron que los pocos especímenes del género femenino que había por allí se reconcomieran de envidia. Yo me quedé prendado, desde entonces hasta que mis dedos escriben ahora mismo estas líneas, me has tenido roto, inservible más que para quererte y servir mi vida a la inestimable causa de intentar hacerte feliz.
Anduviste hasta mí mirándome fijamente a la cara mientras que yo, que hasta entonces me las daba de valiente, tuve que apartar la vista por rubor ante tan precioso semblante. Te acercaste a la barra y pediste una cerveza. El sonido de tu voz dejó perplejo al camarero que, incrédulo de que tan bella criatura osase pisar su bar, tuvo que asegurarse con un "¿perdone?". "Una cerveza, por favor" volviste a repetir. Él seguía obnubilado pero obedeció tus órdenes como cualquier persona cuerda haría en aquel momento. Me miraste de reojo y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Un "hola" se coló en mis oídos y erizó mi piel como un soplo de aire fresco en una calurosa noche de verano. Comenzaste a hablar. Yo balbuceaba palabras inconexas y eso, por muy lamentable que me pareciera a mi, consiguió hacerte reír. Me enamoraste con el "me llamo..." y me destrozaste al decirme "¿te gustaría cenar conmigo mañana?"
Y desde entonces la vida de un hombre cualquiera, la fatua y vana existencia de un pobre mortal, se convirtió en el más placentero sueño hecho realidad. Tus caricias, tu sonrisa, tus besos, tu piel, tus ojos, tu boca, y todo tu ser; no;hicieron más que reafirmarme en el mundo, darme a entender que Dios me había postrado ante su más bella creación para luchar por ella, hacerla feliz y prestar, cual caballero andante, mi vida a defender a esa preciosa damisela. Un destino que orgulloso y prendidamente enamorado, cumplo hasta que Él me llame a su lado, a rendir cuentas y a agradecerme el haber dedicado mi vida a la más encomiable de las misiones: luchar porque seas feliz.
Sería aproximadamente la una de la mañana. Fuera del bar donde el destino quiso que nos conociéramos, llovía. Era, sin embargo, una lluvia suave, casi como el rocío de la mañana que apenas acaricia tu piel y humedece tu cabello. Un suave goteo invadía las calles de la ciudad donde tuvo Dios a bien hacernos coincidir. Entraste con el pelo mojado, todo el bar, lo recuerdo como si fuera ahora, se quedó prendado de ti. Los hombres que compartían la barra conmigo comenzaron a cuchichear sobre tus ojos que irradiaron la luz más pura que jamás hubo en aquel antro. Tus labios consiguieron que los pocos especímenes del género femenino que había por allí se reconcomieran de envidia. Yo me quedé prendado, desde entonces hasta que mis dedos escriben ahora mismo estas líneas, me has tenido roto, inservible más que para quererte y servir mi vida a la inestimable causa de intentar hacerte feliz.
Anduviste hasta mí mirándome fijamente a la cara mientras que yo, que hasta entonces me las daba de valiente, tuve que apartar la vista por rubor ante tan precioso semblante. Te acercaste a la barra y pediste una cerveza. El sonido de tu voz dejó perplejo al camarero que, incrédulo de que tan bella criatura osase pisar su bar, tuvo que asegurarse con un "¿perdone?". "Una cerveza, por favor" volviste a repetir. Él seguía obnubilado pero obedeció tus órdenes como cualquier persona cuerda haría en aquel momento. Me miraste de reojo y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Un "hola" se coló en mis oídos y erizó mi piel como un soplo de aire fresco en una calurosa noche de verano. Comenzaste a hablar. Yo balbuceaba palabras inconexas y eso, por muy lamentable que me pareciera a mi, consiguió hacerte reír. Me enamoraste con el "me llamo..." y me destrozaste al decirme "¿te gustaría cenar conmigo mañana?"
Y desde entonces la vida de un hombre cualquiera, la fatua y vana existencia de un pobre mortal, se convirtió en el más placentero sueño hecho realidad. Tus caricias, tu sonrisa, tus besos, tu piel, tus ojos, tu boca, y todo tu ser; no;hicieron más que reafirmarme en el mundo, darme a entender que Dios me había postrado ante su más bella creación para luchar por ella, hacerla feliz y prestar, cual caballero andante, mi vida a defender a esa preciosa damisela. Un destino que orgulloso y prendidamente enamorado, cumplo hasta que Él me llame a su lado, a rendir cuentas y a agradecerme el haber dedicado mi vida a la más encomiable de las misiones: luchar porque seas feliz.