Hoy os voy a contar una historia cierta como la vida misma. Una historia que no tiene ni un ápice de invención ni de mentira. Creedme, esto ha pasado.
Resulta que, hace poco, en una casa como cualquier otra de una ciudad no muy lejana a la vuestra, un niño de unos ocho o nueve años llamado Ramoncín (no ese que todos pensáis) recibió una caja de muñecos de su primo mayor, que ya no jugaba con ellos y había decidido regalárselos. Ramoncín estaba exultante e impaciente porque aquella maravillosa caja de juguetes llegara a sus manos. Siempre había intentado jugar con los juguetes de su primo, pero este jamás le había dejado. Ahora, ya pensando en otras cosas más de su edad (cosas como esas), le cedía todos los amigos con los que había pasado tantos y tantos momentos de alegría en su niñez.
De repente, el timbre sonó y Ramoncín corrió presto a la puerta. Abrió, y ahí estaba —en las manos de su tía Sofía— la caja soñada que contenía todos los juguetes. Besó por cortesía a su tía y le arrebató el tesoro de las manos. Después, subió corriendo por las escaleras hasta su habitación. Allí abrió la caja y comenzó a alucinar con todos los muñecos de la saga Star Wars (pero con los viejos, que son los que molan), con los personajes de los cómics de Marvel (no esa basura de Naruto) y con los cientos de miles de Playmobil que tenían menos movilidad que los ojos de Espinete. Fue vaciando la caja poco a poco, hasta que, de repente, encontró un muñeco especial. No era muy apuesto, parecía un villano más bien, pero daba menos miedo que un Osito Amoroso. Efectivamente, era él.

El pequeño Gargamel
l niño, como buen NINI ignorante, no sabía quién era aquel hombre y tuvo que investigar. Bajó a preguntar a su mamá y a su tía si conocían a aquel extraño ser. Ninguna lo supo. Entonces, con su móvil de última generación, llamó a su primo, pero como era más tonto que una mierda —que se culturizaba únicamente con los programas de Física o Química—, no supo explicárselo bien. Así que no tuvo más remedio que recurrir a Internet.
Pasado un cuarto de hora, y después de haber visto el suficiente porno, recordó que no había entrado a la red para tocarse, sino para intentar buscar la identidad secreta de aquel extraño muñeco. No se le ocurrió cómo describirlo, así que se limitó a poner en Google: "el villano más lamentable de la historia". Efectivamente, tuvo su recompensa: Gargamel se llamaba aquel tipo.
Según el buscador, era el malvado de una extraña serie que se ponía antaño, en la que unos personajes azules llamados “Pitufos” se burlaban de él a saco y lo ridiculizaban a diario. A Ramoncín le pareció lamentable que unos enanos azules se rieran de un tío, y decidió que aquel muñeco no era digno de pertenecer a la misma colección que los Power Rangers o los Pokémon. Así que lo metió en una caja, donde pasó los siguientes años.
Como siempre pasa, cuando el niño iba al colegio, los muñecos volvían a la vida (y si no te lo crees, mira esto, payaso) y le hacían un bullying increíble al pobre Gargamel. Se descojonaban de él porque Ramoncín lo había excluido, no lo invitaban a las bacanales que hacían con las Barbies de su hermana Rosamari y nunca le dejaban ir con ellos a mearse en el agujero del cerdito hucha.
Los años pasaron y Ramoncín creció. Por tanto, llegó un momento en que se desprendió de sus juguetes, como anteriormente había hecho su primo. Él se los dio a su sobrinito Tomás, que ni siquiera quiso jugar con ellos ni una sola vez y los tiró todos a la basura, porque prefería jugar con la Play 5 al nuevo éxito de Sony: "Sé Jack el Destripador: viola y mata".
Así que Gargamel acabó en la basura junto con todos los juguetes que se habían reído de él, y también con la hucha (que ya estaba requetemeada). Y mientras el fuego del basurero consumía lentamente sus cuerpos de plástico, el muñeco marginado se rió fuertemente de los demás y gritó antes de morir definitivamente:
—Toda la mierda, al final, acaba en el mismo sitio.
Nota: si hay alguno que ha puesto en Google "el villano más lamentable de la historia", tiene mis más sinceras felicitaciones: ha ganado el premio al más tonto del día.