martes, 14 de enero de 2014

La previa del beso

De todos los momentos maravillosos que nos regala la vida, la previa del primer beso ocupa, sin duda, un espacio especial en el pódium. No habló del beso en sí, de ese primer contacto entre los labios de una pareja que, tras mucho desearlo, consigue unirse por fin en el acto de cariño más universal que se conoce. Yo vengo a ahondar en el momento preliminar, en ese instante de incertidumbre anterior en el que te encuentras a poco más de cinco centímetros de su boca y sabes al noventa y nueve por ciento que sí, que la vas a besar. Sin embargo, ese segundo encierra en sí mismo un ínfimo porcentaje de fracaso, una leve posibilidad de error en lo que parece un trabajo concluído, que lo hace tan especial. Y ahí, sin duda, reside todo su encanto... en el temor a fallar.


Porque el hombre necesitan de la duda y el miedo como del comer, por eso ese instante emociona tanto. Ahí te encuentras, cientos de miles de palabras después, con una mujer al borde del abismo que la separa de la ensoñación y el engaño que tú le has creado entre copas y verborrea, del punto en que decide que no, que no está preparada, que es tarde o que está cansada. Puedes ver la meta a lo lejos y la línea de fondo acercándose más y más, pero todavía existe riesgo de que tropieces y caigas. Un movimiento brusco, y ella puede asustarse como un cervatillo al escuchar el sonido de una escopeta; demasiado lento y, quizá, le dé tiempo a reaccionar ante tus patrañas. Ojalá existiera una licenciatura para ese breve periodo de tiempo, tendría, a buen seguro, mucha más utilidad que la de periodismo.

Pero volvamos a lo que nos acontece. 

Como decía: allí la tienes, frente a ti, parcialmente ruborizada porque has conseguido que llegue a una situación que ella probablemente ni se imaginaba. Y sí, parece que también lo desea. Comienzan las caricias, las miradas y los susurros (pocas cosas hay más maravillosas que un susurro existen en el mundo) y, poco a poco, te acercas a ella. Sus ojos te miran y una media sonrisa se dibuja en su cara. La red está echada y ahora, por desgracia, sólo queda rezar. Pero nadie sabe por qué, un ángel de ese calibre no huye despavorido, sino que se queda quieto esperando tus labios y, no contenta con eso, los recibe de buena gana y les devuelve el beso. Su mano se pierde por detrás de tu cabeza y comienza a acariciarte el pelo con suavidad. Ahí comienza el ósculo como tal, ese gesto del que tantos libros se han escrito y que tan merecidamente ha sido llevado a la gloria por poetas mucho más doctos que yo. Pero hoy, en esta fría noche de invierno que ya se aproxima a su fin, quise dejar constancia de uno de los grandes olvidados por la literatura mundial y que merecía un homenaje. Y es que, amigos, sólo hay una cosa mejor que el instante previo al primer beso: todos los que vienen después.

martes, 7 de enero de 2014

El denostado Balón de Oro

Cada año por estas fechas el debate de lo deportivo cae en un ostracismo tristemente habitual, aburridamente repetitivo y totalmente improductivo. Las grandes ligas y las primeras potencias futbolísticas vuelven cada invierno a la misma disputa, a esa pelea encarnizada por ver quién se lleva uno de los galardones más subjetivos y faltos de rigor que se otorgan a nivel individual en el terreno deportivo, el Balón de Oro. 


Desde principios de noviembre hasta comienzos del mes de febrero (en algunos casos antes y en otros también después) las tertulias vuelven de nuevo a dirigirse a analizar quién es el favorito para conseguir la presea, por qué lo ha merecido y en qué debemos basarnos para dirimir tamaña cuestión. Por si fuera poco con esta repetición de conceptos, en los últimos años casi siempre han estado presentes también los mismos candidatos, cosa que, si cabe, hace aún más cansina la cuestión.
Hablar del Balón de Oro es referirse a un premio votado por corresponsales de France fútbol (hasta 2009), capitanes y seleccionadores nacionales. Es hablar de una condecoración parcial y subjetiva nacida del criterio de tres ramas importantes del mundo balompédico que, sin embargo, no basan en la mayoría de los casos sus votaciones en juicios palpables y rigurosos como veremos a continuación. Describir al citado galardón viene a querer otorgar propiedad a un premio intangible, seriedad a una retribución politizada y mérito a una compensación que premia algo tan personal, individual y si me apuran imposible, como es querer averiguar quién es el mejor jugador del planeta.
Por todo esto, existe una serie de hechos que demuestran o al menos ponen sobre la mesa que el citado premio se fundamenta en unos cimientos que impiden que sea tomado con la seriedad que la Federación Internacional de Fútbol Amateur (FIFA) quiere y desea transmitir:

1- Ausencia de criterios claros y concisos para la elección: No existe en la actualidad criterio alguno basado en números, hechos o datos rigurosos por el que los votantes del Balón de oro puedan otorgar sus puntuaciones. Bien es cierto que la organización apremia a los electores a fijarse en una serie de actuaciones personales antes de emitir su voto. La FIFA habla de méritos basados en la clase del jugador, su carrera profesional y la personalidad y carisma que posee, lo que lleva a preguntarse, ¿cómo se mide la clase de un jugador y en qué se diferencia la personalidad de uno u otro? ¿Cómo diferenciar la calidad de Messi o Cristiano Ronaldo? ¿En qué basarse para tomar esa decisión? ¿Cómo un capitán o un seleccionador puede fundamentar racionalmente su voto para elegir el carisma y la personalidad de un futbolista? ¿Cómo se calcula eso? ¿Es acaso mejor el temperamento de Ribery que el de Neymar? ¿En qué nos basamos para afirmarlo?

En efecto, la FIFA busca una medición insostenible, virtudes que nada que tienen que ver con la decisión final de lo que se vota y el por qué se vota. ¿Acaso el carisma influye en que un jugador sea mejor o peor dentro del campo? Por eso, de todas las premisas en las que la federación hace hincapié, únicamente podríamos tomar la de resultados obtenidos individual y colectivamente durante el año, como la mínimamente palpable y medible. Ahí sí se pueden comenzar a solventar objetivamente (más o menos) puntuaciones, pero ¿es eso justo?, en opinión de quien les escribe, no. El porqué de mi razonamiento es simple aunque la conclusión desprestigia por completo el fin último del premio: es muy difícil medir el mérito individual en razón a una colectividad. Si por la unión de méritos colectivos se ha de repartir el galardón no sigan ustedes leyendo, dénselo a Frank Ribery este año, nadie merece más el Balón de Oro que alguien que ha conseguido los tres títulos más importantes a los que aspiraba. Sin embargo, ¿es mejor jugador el francés que los otros dos grandes favoritos a llevárselo? Efectivamente, de nuevo llegamos a la conclusión final de que no es posible comprobarlo, ni mucho menos y, en el caso de que así fuera, la respuesta sería un rotundo no.

viernes, 3 de enero de 2014

Noche de reyes

Los nervios lo atenazaban como si de un muchacho de cinco años se tratase. Entró en la casa sabiendo que su regalo lo esperaba en la habitación, a oscuras y sin hacer ruido. Anduvo por los pasillos intrigado con la sorpresa que le aguardaba pocos metros más allá y permaneció callado a la espera de que alguien o algo produjese el primer atisbo de sonido. No ocurrió nada.

Se encontraba en el umbral, la puerta permanecía entreabierta y la luz roja producida por el brillo de un viejo radiador abrillantaba el ambiente. Sin más dilación abrió la puerta y, por fin, la vio. Estaba de pie junto a la cama, envuelta en un papel de regalo a modo de fina lencería color azabache. Su cuerpo se transparentaba entre esa tela fina y delicada y dejaba entrever las curvas de su anatomía. Su melena morena caía por sus hombros y sus ojos, verdes como la turmalina más pura, se clavaban, lascivos, en los suyos. Al verlo entrar se tumbó en la cama y esperó a que aquel muchacho tiritante se atreviese a abrir el presente que en esa noche de reyes el mundo se había conjurado para obsequiarle. Él se acercó poco a poco hasta que se hubo puesto frente a ella y comenzó, con más maña que fuerza, a desliar aquel lazo que ataba su refinado atuendo y que no tardó mucho tiempo en desliarse. Bajo el papel cuché de ese pecaminoso regalo, se abrió un cuerpo que se estremeció cuando los dedos de aquel curioso hombre comenzaron a explorar cada poro de su piel. Y ahí, en aquel preciso instante, quedaron desterrados los demás presentes, y la Navidad tocó a su fin recordando más a una tarde calurosa de julio que al frío gélido que resoplaba tras una ventana sudorosa y empañada a causa de dos amantes que comenzaron prestos a disfrutar como niños malos de los regalos que los reyes magos les habían dejado creyendo que se habían portado muy bien.

viernes, 27 de diciembre de 2013

Mi carta al 2014

Querido 2014:

Ya casi te veo asomar por la esquina, queda poco para que estés aquí con nosotros, para que comience tu reinado de 365 días, de 8760 horas, 525600 minutos y no sé cuántos segundos más. Nos encontraremos en una noche de uvas y cava y nos despediremos meses después comiendo y bebiendo lo mismo. Entre medias vendrán días de tristeza y alegría, de lágrimas y sonrisas, de frío y calor, de noches en vela y sueños profundos... Todo eso lo viviremos tú y yo junto con tantas personas que seguramente también querrán pedirte mil y una cosas. Hoy, si me permites, tomo la palabra yo y ahí va mi lista de deseos.

Lo primero que me gustaría es que mejoraras el reinado de tu predecesor, que recordemos tu legado como el del año que la crisis comenzó a quedar atrás, el del que todos encontramos trabajo y de nuevo el país comenzó a ver la luz al final del túnel. Que los que peor lo pasan por una vez sean los que más sonrían, que nadie vuelva a tener necesidad y el hambre sólo sea una palabra que se utilice en las frases que acaben en ‘de ti’ o ‘de tus besos’, nunca en otra cosa. Te pido, en un acto de egoísmo patente, por mí y, sobre todo, por los míos. Que no les falten besos y caricias, días de esos en los que te duele la barriga de tanto reír; salud, muchísima salud, jornadas de libros y buen cine, conversaciones con amigos y alguna que otra lágrima de emoción y ternura. Que haya momentos malos, por supuesto, porque sin ellos los buenos que has de traer no serán tan memorables como te pido que sean. Que el 2014 sea recordado dentro de medio siglo por todos nosotros como el año en que cumplimos ese sueño o encontramos al amor de nuestra vida, que te recuerden más por lo bueno que por lo malo, aunque traigas en tu zurrón ambas cosas.

Te pido por los que no están, por los que se fueron y nos dejaron con el recuerdo y, sobre todo, te imploro fuerzas para sus familiares y amigos que tanto los echamos de menos.  Te pido la décima por todos nosotros y sobre todo por Juanan, ese chico que jamás conocí pero que tanto creía conocer y que te llevaste en aquel terrible accidente de Santiago que tanto daño hizo a España y a Galicia. Y si puede ser que la levanten entre Xabi y Arbeloa abrazados en la capital de Portugal. Eso sería, con perdón de la expresión, la sacada del año.


Me gustaría que nos trajeras a todos un beso más de los que hemos dado en este 2013 y diez mil más de los que nos dieron. Un país que no se avergüence de serlo, una clase política alejada de la inmundicia y un mundo un poco menos indecoroso. Sí, lo sé, a veces pido demasiado… pero oye, es de lo poco gratis que queda, que no digan que no lo intenté.

Quiero la felicidad máxima para ella, que no le falte jamás de nada aunque yo no se lo pueda dar, el mayor de los éxitos para todos mis amigos, que el mundo sea sólo una palabra y no una distancia insalvable. Que se casen en bodas bajo cielos azules como el mar, que bebamos por su salud y por ese amor verdadero de cuento de hadas que parece haber desaparecido pero que yo sé que existe, porque no me imagino una vida sin querer tanto que duela y que te duela tanto querer que no puedas anhelar otra cosa en tu vida. Que amemos mucho más cada día y que nos amen aquellos que nosotros amamos… y los que no, también.
Te pido más veces de migas y de amigos, de paella y de ella, de partidos en abierto y de viajes, de kilómetros de distancia y que la distancia nunca me separe de tantos que se tuvieron que ir y que extraño cada día. Te pido botellas de champagne descorchándose y serpentina de colores zigzagueando por el cielo, vestidos blancos y faldas largas, días de sol y calor y de lluvia y manta, de cuerpos desnudos y jerséis de cuello vuelto, de viajes a Madrid y partidos del Madrí, de música en los oídos y gemidos en la oreja, de tanto bueno por vivir que queramos que el siguiente día comience ya, y también que las noches no terminen nunca.

Sé que es mucho, pero lo que te decía antes, por pedir que no quede. A ti y a tu buena voluntad os dejo la potestad de elegir qué vais a traernos, cuándo y cómo lo vais a hacer. Yo te dejo mi carta y te agradezco por anticipado lo bueno y lo malo que vaya a venir, sólo me gustaría que lo que sea, sea con los míos, juntos a ellos siempre todo se verá más blanco, de eso no me cabe duda. Feliz año, querido, nos vemos pronto.


miércoles, 11 de diciembre de 2013

Once del doce del trece

Un día cualquiera, dos ojos abiertos, tres besos que van de mi boca a la tuya antes de que te consiga despertar. Cuatro caricias con mis cinco sentidos aguardando el poder disfrutar de esos seis minutos que tardas en volver al mundo de los vivos cada uno de los siete días de la semana. Sea lunes o martes, sábado o domingo.
Ocho grados en la calle y los nueve planetas del sistema solar alineados para que hoy, a las diez de la mañana, caiga en la cuenta de que estamos a once del doce del trece, un día muy especial. Ni catorce de febrero ni quince de agosto, un nuevo amanecer que nada tiene que envidiar a los demás y que se despierta con frío en el aire y cielo nublado. Dieciséis onzas de mi acuario para tu libra, diecisiete números primos repletos de pasión; la película que comienza sólo está autorizada para mayores de dieciocho años y alguno con diecinueve debería taparse los ojos en más de una escena. Luego dicen que no aviso.
Veinte los tuyos, veintiuno los míos, veintidós los patitos del estanque que hoy no visitaremos, ni mañana, Dios mediante, tampoco. El veintitrés me lo salto y me voy al veinticuatro que son las horas del día que está por empezar. Que siga el reloj contando minutos, el calendario pasando los días, los mayas vacilando con promesas que nunca cumplieron y el mundo no pare de rotar. Yo me quedo aquí perdiendo la cuenta de los millones de besos que me quedan por dar. Y sí, todos y cada uno de ellos, no te quepa duda que son para ti.