Un mechón de ese pelo castaño que
se doraba con los primeros rayos de sol del verano, la foto con aquel vestido
amarillo que habré mirado quinientas millones de veces, los recuerdos de la
primavera que pasamos abrazados, una pizca de cola de león y un chorrito de licor
de nueces. Todo bien revuelto, cociéndose a fuego lento entre unos litros de café y
semillas de espelta, para crear un conjuro que, de una vez por todas, te traiga
aquí conmigo de vuelta.
Un conjuro que borre de mi cabeza
esas dos manos enlazadas y el anillo que adornaba la tuya, ese vídeo en la
playa donde parecías tan feliz o aquel otro en una cena, vete tú a saber dónde,
pero seguro, muy lejos de aquí. Una pócima mágica que elimine de mi mente la
certidumbre de que dejé escapar hace tanto que parece que fue ayer, lo más
bonito que la vida me ha regalado, lo más maravilloso que jamás encontraré.
Y mientras leo el libro de magia
que tengo aquí a mi lado, espero que el hechizo valga la pena y salga, más o
menos, como viene en sus páginas explicado. Que sus besos te sepan a los míos y
sus manos te raspen la piel, que veas en sus ojos reflejadas mis pupilas y su
lengua te sea más amarga que la hiel. Si sale todo como espero, volverás a llamarme
una tarde de invierno a decirme que me sigues queriendo y que no me
olvidas, que todo lo que tuvimos se hizo eterno y que cada día sin mí te parece un puto infierno. Me dirás que me echas tanto de menos como lo hago yo
contigo, que me necesitas en tu vida, que me quieres a tu lado, aunque, mira lo
que te digo, sea únicamente como un amigo. Si sale todo en orden y no me equivoco en ningún
paso puede que te recupere, que me des otra oportunidad o quizá, si sólo
funciona un poco, me conformaré con que de vez en cuando me dejes llamarte para
decirte lo preciosa que estás. Espero que todo este embrujo que estoy terminando me
sirva al menos para decirte todo lo que debí decirte en su día y lo que nunca
me he atrevido: que desde el primer momento en que te tuve supe que siempre te
querría... aunque comprendiese muy tarde que siempre te he querido.
Ya casi está, lo noto en el
ambiente. Remuevo con una cuchara de palo este brebaje maloliente y en él
comienzan a entreverse recuerdos de una época lejana con recuerdos incipientes:
noches sin dormir, litros de alcohol en vena, acostarnos de madrugada, ventanas
abiertas, media docena de velas y paseos eternos bajo la luz de la luna llena. Gemidos de
placer y besos a escondidas, botellas de vino tinto, pantalones vaqueros y
lágrimas de risa. El primer beso que te
di en la cocina, la música de fondo, las caricias, las miradas y mis labios en tu cuello poniéndote la piel de gallina. Una escalera en la plaza de toros y
una falda subiendo los peldaños, lo difícil que fue dejarte ir y lo guapa que
te has vuelto con los años. Una foto en blanco y negro que inspira un texto
cualquiera y la necesidad apremiante de decirte al oído que te quiero como
nadie te ha querido y más de lo que te va a querer cualquiera.
Parece que la pócima ya está
lista ahora que ha comenzado a hervir, sólo hay que dejarla un rato que repose
y entonces me la podré servir. Espero que cumpla su cometido y que al beberla
todo vuelva a ser como era. Sin embargo, aunque todo salga mal, se tuerza o aunque
no lo consiguiera, espero que recuerdes que siempre, pase lo que pase y ocurra
lo que ocurra, en lo bueno y en lo malo, para todo lo que necesites, me tienes a
tu lado. Que no hay día que no me acuerde de ti, que no hay noche que no le dé
vueltas al pasado y si ese al que intento boicotear con mis pociones es el que te
hace reír como yo jamás habría imaginado, me desharé de todo este conjuro y me
retiraré de esta guerra sin haber siquiera disparado. Pues una cosa tienes que
tener claro: si tengo que demostrar desde la absoluta lejanía que te quiero como jamás he querido, te dejaré a solas con él y me marcharé en silencio, compungido y malherido. Si largarme es el precio que tengo que pagar por tu felicidad absoluta, lo hago ahora mismo sin queja, sin duda y sin ningún tipo de disputa.