La barra de la discoteca volvía a
ser su refugio, el aroma del whisky barato, su compañero; y la certeza de una
nueva resaca mañanera, su futuro más inmediato. Allí estaba una vez más, sentado sobre un
taburete de hierro color carmesí, recostado sobre el respaldo y
perdiéndose en el infinito universo de sus pensamientos mientras miraba
fijamente el vaso que tenía delante.
Entonces despertó.
Su mirada se volvió hacia la
pista de baile donde una veintena de adolescentes se perdían en pantomimas y
cuchicheos, ahogados por el sonido de una música estridente que detestaba como al invierno, las alcachofas o el olor a plástico quemado.
Se enjuagó los labios en el amargor del whisky con hielo y notó recorría, centímetro a centímetro, todo su aparato digestivo antes de morir en su estómago. Se desabotonó otro botón de la camisa a cuadros y se preguntó, una vez más, qué diantres hacía allí.
Anduvo un par de metros con su inseparable acompañante de cristal mientras sus miradas no se desviaban del centro de aquel recinto cutre que se iluminaba con cada ráfaga de luz artificial que el signo de la música motivaba.
Como ellos, otros muchos hombres buscaban allí una bonita mujer que cortejar o,
simplemente, una bella vista que admirar, porque todo el mundo sabe que los hombres no salimos para bailar
hasta el amanecer, sino para conseguir que una mujer baile con nosotros en la cama
hasta que amanezca.
Entonces la vio. Estaba apartada
del eje del barullo y del bullicio de las quinceañeras. Se encontraba junto a
una amiga separada de todo eso, escondida tras una columna intentando
salvaguardar su belleza de tantos indignos poseedores porque sí,
todo hay que decirlo, era preciosa.
Su melena castaña caía sobre los hombros y sus ojos se perdían en el vacío como los de aquel chico lo habían
hecho poco antes. Su cuerpo se levantaba sobre unos tacones beis que hacían
juego con su atuendo. A diferencia de las muchachas que se agitaban de un lado
a otro con movimientos bruscos y toscos, ella casi parecía no moverse. Su
danza era mucho menos sentida, mucho menos artificial. Su pista de baile apenas
superaba los veinte centímetros cuadrados de una baldosa a la que parecía haber
sido pegada y de la que no se movía más que por algún leve contoneo y algún sensual
movimiento de rodilla. El chico vio que, aunque ella se ocultaba, era el centro
de todas las miradas.
Lejos quedaban ya los movimientos pomposos de sus competidoras aquella noche, lejos incluso la singular belleza de su amiga, que también atraía muchos y muy variados vistazos masculinos. Ella, en esa noche de verano, parecía ser la protagonista absoluta de las fantasías de media docena de hombres. El chico no los culpaba, más bien los entendía.
Lejos quedaban ya los movimientos pomposos de sus competidoras aquella noche, lejos incluso la singular belleza de su amiga, que también atraía muchos y muy variados vistazos masculinos. Ella, en esa noche de verano, parecía ser la protagonista absoluta de las fantasías de media docena de hombres. El chico no los culpaba, más bien los entendía.

El chico se pasó mirándola más de
una hora. Sin parpadear sin poder hacer otra cosa que imaginar toda una vida a su lado.El miedo a que esa alucinación desapareciera se hacía
más y más patente y no se atrevía a cerrar los ojos por si al abrirlos de
nuevo, aquel regalo del cielo hubiese desaparecido.
Pensó en acercarse, simplemente, a darle las gracias por esa visión que le había alegrado la noche,
pero no lo hizo. Se limitó a seguir observando, a seguir deleitándose con la
belleza de una mujer que rondaba la treintena y que estaba eclipsando sin
embargo a cualquiera más joven que ella.
La noche llegó a su fin cuando decidió
que sus admiradores ya habían tenido bastante y se marchó. La casualidad o la
intempestiva hora, quién sabe, hicieron que con ella se vaciase aquel local
penumbroso y alicaído que, por un momento, pareció un lugar mejor, más bonito, mucho más agradable. Ella había conseguido eso, la chica que bailaba sobre una baldosa y no necesitó
más espacio para conquistarlos a todos. Eso sí era efectividad en el campo de
batalla, lo demás, tonterías.