martes, 22 de septiembre de 2020

Ocho gracias

Gracias por la vida, desde aquel hotel de Benidorm hasta el mármol helado de ese día de enero. Por el esfuerzo de tantos años sin tregua, sin descanso; por aguantar mucho, quizá demasiado, por la masa crujiente, por la canción de cuna, la sonrisa permanente, los días lluviosos y las noches sin luna. Por tenderme la mano cuando nadie más lo hacía y por quererme más de lo que lo hizo ninguna.

Gracias por escuchar mis llantos, por las peleas que, luego, no fueron para tanto; por las tardes de fútbol, por todos los años de amistad, fiesta, whisky barato y abrazos de los de verdad. Gracias por ser el escudo que me protege cuando los demás vienen a atacar. Gracias por ser el hermano de sangre distinta con que la vida, un buen día, me quiso obsequiar.

Gracias por aquellos primeros besos en una casa prácticamente vacía, por una amistad que, desde entonces, sigue viva aunque, a veces, no lo parecía. Por no haberme dejado de querer nunca ni alejarte como lo hizo el mundo en alguna que otra ocasión; por tantos recuerdos que no alcanzo a recordar, por ser de las pocas que todavía siguen ahí, al pie del cañón.

Gracias a ti por los besos que llegaron después de aquellos, por los paseos bajo la luz de las farolas, por los mejores años de mi vida, por aquel viaje que creímos de vuelta pero al final sólo fue de ida. Gracias por haberme enseñado qué era amar con locura, por las noches de pasión sin tregua ni censura, por los momentos imborrables que tantos años después, siguen guardados tan adentro que, creo, irán conmigo hasta la sepultura.

 

Gracias por haberme hecho tuyo, por dejarme pasear por tus calles cuando no quería ver a nadie más, por aquellos cinco años repletos de recuerdos, gracias por lo malo y por lo bueno, por ese estadio con el que cada noche sueño y por todo lo demás. Por tus parques, por tus bares, por la caña perfecta y por enseñarme de casi todo un poquito más, gracias por haber sido mi casa y por acogerme en tu seno cuando no quiero estar en otro lugar.

Gracias por no marcharte aunque estés de un modo que detesto, gracias por esas ocho copas de vino, por la cerveza junto a la feria, por la escalera de Las Ventas, por tantos recuerdos que, si me pongo, no termino. Por el dorado de tu pelo cuando el sol brilla con fuerza en el cielo y por hacer que mi alma se exprima tanto que, en ocasiones, me dé miedo. Por los sueños en que despierto contigo, por el futuro que tantas veces imagino, por ser la musa que me inspira, que me rejuvenece y que me cuida, cuando todo está perdido.

Gracias por demostrarme tanto cariño desde hace tan poco tiempo, por no desfallecer en el intento aunque no pueda darte lo que pides, gracias por tus mensajes de aliento, tus besos surcando mi cuerpo, ser la compañía que no me ha hecho saltar por el precipicio cuando mis pies se morían por hacerlo.

Gracias por una existencia plena y tan extraña como ninguna. Por lo que he vivido, que ha sido tanto en tan poco, que parece una locura. Por la salud de los míos, por el amor de unos pocos, por mil noches de besos y mimos y otras de cerveza amarga y buen vino. Por ese plato caliente que nunca faltó, por libros, cine, paseos y noches repletas de amor. Gracias por la vida, en su máximo esplendor, gracias por lo que falta, lo que viene y, sobre todo, lo que ya pasó.