Ese momento en que comprendes que
no querrás a nadie más, que tu vida ya no te pertenece del todo, que pasa a no
ser tuya por completo, que depende de otra persona y que será así desde ahora
en adelante, ocurra lo que ocurra y para toda la eternidad.
Ese momento en que te das cuenta
de que quieres reflejarte en sus ojos cada mañana, que no deseas otros labios que
besar, que ansías que vuelva a casa para cenar con ella, para decirle que la
has echado de menos, que la quisiste desde el mismo momento en que se puso delante
tuyo y que siempre, pase lo que pase, la querrás. El instante en que entiendes
que todo lo pasado no ha pasado y que sólo pueden seguir ocurriendo cosas si
ella viene y no se vuelve a marchar. El segundo en que, sin tú quererlo ni
pedirlo, te das cuenta de que te ha faltado algo siempre y ese algo era ella,
tu otra mitad.
Ese momento en que, sentado en un
banco cualquiera, te topas con una de sus fotos y no la puedes dejar de mirar.
Y te da rabia, no sabes cuánta, que esté tan lejos, en otros brazos y duerma en
otra cama cada noche y allí se vuelva a despertar. Que no sean tus manos en las
que se enrede su pelo, aclarado por los primeros rayos del sol, ni tu boca la
que encuentre su lengua en las próximas mil noches de pasión. Que no sea tu
pecho desnudo donde se acurruque en cada puesta de sol, ni el suelo de tu
alcoba donde caiga, cuando tú se la arranques, toda su ropa interior.
Es ese, y no otro, el momento en
que empiezas a comprender que todo lo ocurrido, que todo lo pasado, ni ha
tenido sentido ni lo puede tener. Ese ese y no otro, el instante en donde la
luz se termina de encender, es ahí donde todo cobra sentido y donde empiezas a
entender que todo lo blanco se ha vuelto negro y lo que parecía recto se acaba
de torcer. Y pides al cielo, clemencia y que no te deje caer, que ni habido ni
jamás la hubo, otra distinta a ella… otra con la que quieras envejecer.
Es ahí mismo, mirando a La granja,
donde rezas para que esa cita surja, para que vuelva y no se vaya jamás, donde
pides que ese café que te debe sea el primero de todos los que vengan detrás.
Es en ese preciso momento del que os hablo donde le suplicas al universo, ese
que parece que nunca te escucha, que te dé otra oportunidad. Ahí, mirando la pantalla
rota de un teléfono móvil entiendes que si no puedes tenerla a ella, no quieres
tener a ninguna más. Y de tantas preguntas que surgen, de repente, aparece de
la nada una bonita certeza: que hay instantes donde aunque parece que uno se tropieza,
realmente son el punto de inflexión de todo lo bonito que ahora empieza.