miércoles, 30 de octubre de 2019

Seis de octubre

No recordaba la fecha de su cumpleaños. La había olvidado por completo. Llevaba tanto tiempo sin saber de ella que no podía poner en orden sus pensamientos y en su cabeza los momentos, los números y las fechas bailaban como lo hacen las muñecas hawaianas en el salpicadero de un coche. ¿Era en octubre o en noviembre? ¿finales de septiembre o quizá antes de Navidad?

Dudó durante muchos años, casi media década para ser exactos, sobre ese día que venía a su mente en cada otoño y que, al final, tan sólo era una simple excusa para escribirle, para preguntarle qué era de su vida, cómo estaba, si era feliz o cualquier otra cosa que sirviera para entablar conversación. Porque no había nada que le apeteciese más en el mundo que  charlar con ella.

Pero los años pasaban y aquella fecha seguía sin venirle a la mente. Acotaba y buscaba pistas que le permitiesen concretar lo que, a todas luces, era uno de los mayores enigmas de su vida y que, con cualquier otra mujer habría sido fácil de dilucidar… pero es que ella, como todo el mundo sabe, no era como las demás. Habría bastado con inspeccionar un poco en las redes sociales o preguntarle a algún amigo en común para dar con la solución del problema, pero a veces los problemas no tienen soluciones fáciles y, en ocasiones, directamente no tienen solución. Así que esperó paciente que la providencia le ayudase y así pasaron los días, los meses y los años sin encontrar respuesta alguna.

Ella, por su parte, seguía igual que siempre… o incluso un poquito mejor. A veces la espiaba a escondidas desde el balcón de su casa y la veía caminar sonriente por las calles de Madrid. Otras, la imaginaba llegando al hogar, quitándose los zapatos y deambulando semi desnuda por los pasillos con unas braguitas de encaje y una camiseta del Madrid. Su imaginación se la presentaba en el sofá, leyendo algún libro mientras su pelo castaño se clareaba bajo los rayos de la lámpara del salón. Incluso, en ocasiones, en los sueños más profundos, ella levantaba la cabeza y le sonreía, lo llamaba por su nombre y, mientras dejaba el libro en la mesita, le pedía con la mano para que se acercase a besarla. Y entonces él entendía por qué disfrutaba tanto durmiendo: por la sencilla razón de que, en ocasiones, los sueños son mucho más placenteros que la cruda realidad.


Pero volvamos a la historia inicial, esa que habla de fechas, de otoño y de sueños que no se cumplirán; de octubre y de cómo ese mes que nadie resalta en el calendario le trajo a ese chico más felicidad que cualquier otro en toda su vida. Porque nadie tiene a octubre como su mes favorito pero él comenzó a creer un día treinta que bien podría ser el suyo, porque entre copas de vino, goles de blanco, césped mojado y sudor en la frente, una voz lejana pareció querer recordarle que un seis de octubre nació una de las mujeres más maravillosas que el mundo le había presentado. “Un seis de octubre” - pensó él tras haberse asegurado de que, efectivamente, esa era la fecha que tanto buscaba – “demasiado tarde para felicitarla este año… menos mal que tengo el resto de mi vida para compensar” 

Y con ese pensamiento abrazó a una cama que llevaba vacía demasiado tiempo aunque, curiosamente, parecía no estarlo jamás. Y se fundió en un sueño plácido como hacía tiempo que no tenía y todo fue un poquito mejor que ayer por el mero hecho de recordar una efeméride que llevaba tiempo buscando y que, de repente, le llegó sin querer queriendo o, quizá, queriendo sin querer.