lunes, 16 de mayo de 2011

Mi amigo, el del huevo enorme

Hoy es el cumpleaños de una de las personas que mas estima le tengo en el mundo entero. No voy a dar su nombre porque la historia que voy a contar le puede poner en serios problemas, así que esperaré a ver su reacción por si me da permiso y os adjunto su nick de Twitter.
Él fue la primera persona que conocí en Madrid, recuerdo como si de ayer mismo se tratase como me lo encontré en la puerta del aula de 1º de Periodismo con su camiseta de la Universidad de Salamanca y su cara de niño bueno (cara, porque es un hijo de puta de cuidado). Hemos vivido miles de historias increíbles: la vez que dejó llorando a una niña con ortodoncia, cuando descubrimos que posee un testículo descomunal, cuando inventamos el '¡Oh Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?’, cuando chocamos con su coche contra una casa... (todo verídico aunque no lo parezca). Pero la historia que hoy so vengo a contar es la que lo define a la perfección lo putísimo amo que es. Paso a narrar:

Era el examen final de una asignatura cuyo nombre no viene a cuento. Mi amigo tiene un aparato tecnológico para copiar en los exámenes y con el que se ha sacado media carrera, para no joderle la vida lo nombraremos como: un 'espejo'.
El examen era impartido por una profesora que dista mucho de los cánones de normalidad de la docencia, una puta loca vamos (ya os contaré otro día como conseguí yo aprobar una asignatura con ella). El caso es que llegamos a clase y nos pusimos a hacer el examen, una prueba por cierto, del que ninguno de los cuatro que íbamos tenía puta idea. Mi amigo, acostumbrado a ello sacó su reloj (mierda ya he dicho que es un reloj...) y se puso a copiar sin esperar que esa profesora se percatase de que aquel artefacto servía de chuletero (si profesores más cuerdos, serios y listos que ella no lo habían pillado, como una mujer que se va en medio del examen a tomarse un café podría siquiera imagina que ese reloj almacenaba todas las preguntas). Como suele pasar en estos casos, yo me cagué en él porque lo veía copiar sin piedad mientras que yo no tenía ni la más mínima idea de qué poner en ese maldito folio. Quiso sin embargo el Karma, que mi colega recibiera su merecido en lo que sin duda fueron los minutos más divertidos que yo he visto en mi vida. Cuando todo era paz, silencio y armonía; la profesora dijo en voz alta:

- ¡Tú, ¿qué tienes en ese reloj?!
No hay palabras para describir la cara de congoja, pavor y vergüenza absoluta que puso mi amigo. Quedó impertérrito, pasmado ante aquellas palabras. Al cabo de casi medio minuto de silencio incomodísimo, intentó salir de ese agujero negro donde se había metido:

- Wehh, eeh, yooo, ehh, yooo, naaaada, ehhh no tengo, no teeeengo nada - dijo con un hilo de voz moribundo
- ¿Con que no tienes nada? - respondió la profesora - enséñame ese reloj

Él viéndose perdido y ante el ridículo monumental que estaba realizando, decidió que más valía perder una batalla a la guerra y que era mejor salir de ese examen que perder el reloj para siempre y arriesgarse a una expulsión.

- Usted no es quien para exigirme nada - declaró con un tono solemne - no se lo pienso enseñar.

En ese momento, la loca de las cabras se abalanzó sobre él cogiéndolo por la muñeca y forcejeando (mi amigo medirá fácil 1.85) para intentar ver lo que escondía. Esos segundos de forcejeo fueron secundados por las risas atronadoras de la gente que veíamos incrédulos lo que estaba pasando.

Pero si eso fue increíble, más lo fue lo que vino después. Mi amigo, se levantó presto de la silla y, sacando orgullo de donde unos segundos había habido vergüenza, arrojó el examen al suelo dirigiéndose a la puerta principal mientras exclamaba: “Esto es una vergüenza, la pienso denunciar por calumnias". Y fue entonces cuando Dios completó su obra maestra. En el momento en que llegó a la puerta para salir de clase se dio cuenta de que, ante el silencio de todos los alumnos y las horas intempestivas que eran, el conserje había cerrado con llave pensando que no había nadie dentro. La imagen de mi amigo intentando abrir, empujando con todas sus fuerzas para salir de aquella situación infernal en la que estaba y de las risas de sus compañeros, jamás se me olvidará y, mucho menos podré olvidar, como la profesora pensó que realmente no podía abrir y fue en su ayuda. Los dos luchando con la puerta hasta que el conserje llegó. El rojo atomatado de su cara, mis lágrimas resbalando por las mejillas de la risa y el momento para recordarle durante el resto de mi vida bien valieron el suspenso que sacaría días después

¡Felicidades amigo!