lunes, 23 de mayo de 2011

El rescate

Ya comenté el otro día por twitter (con más fracaso que éxito por cierto) la increíble heoricidad que mi amigo Iván (@ideotto) y yo hicimos el sábado por la tarde. Ante el aluvión de peticiones paso a escenificar en este humilde blog lo que pasó.

Llegábamos el propio Iván, Pedro (@ag_pedro), Guille (@guillermoagullo) y yo a la Manga a pasar un tranquilo y alegre día, bañándonos y relajándonos de nuestras muy estresantes vidas. Al llegar, extendimos nuestras toallas en la arena y nos tumbamos al sol para dorar nuestros esculturales cuerpos. A los cinco minutos, una señora llegó corriendo hacia nosotros con una cara de congoja, pavor y preocupación indescriptible. Tendría un aspecto más o menos así:



La mujer, presa del pánico, nos advierte que, a lo lejos, rozando el horizonte, un niño se está ahogando mientras su padre, sin éxito alguno, inteta salvarlo.
Era algo que cualquiera hubiese hecho, algo que un caballero no podría dejar en manos de otro. Iván y yo nos miramos, hicimos un leve asentimiento con la cabeza y ambos supimos que era nuestro deber. En ese mismo instante, nos despojamos de nuestras camisetas, lo que provocó que un grupo de animadoras de la universidad de Wiskonsin que, por coincidencias de la vida, estaban allí en la convención internacional de animadoras, se quedaran prendadas de nuestros atributos (y aún no habían visto el resto de atributos).
Corrimos prestos a enfrentarnos con el mar embravecido que aquella mañana forcejeaba con los bañistas de la temible playa de la Manga. Entre olas de varios metros de altura logramos llegar a aquel niño, arrastrarlo a la orilla y salvarlo de una muerte segura.

En la arena y bajo la atenta mirada de los miles de personas que había aquel día en la costa mediterránea española, pudimos realizarle correctamente la maniobra R.C.P y reanimarlo. Los aplausos atronaron en nuestros oídos cuando el pequeño escupió el agua que había tragado y se abrazaba a su madre que, agradecida, preguntó qué podía hacer por nosotros (extrañamente lo hizo chupándose insinuantemente un dedo). Lo único que respondimos fue:

- No se preocupe señora, era nuestro deber