jueves, 7 de enero de 2016

Ella

Taconea como si las calles fuesen maderas de un tablao flamenco, avisando con el sonido de la aguja en el suelo que va a pasar, que se aparte el mundo, que ella tiene prioridad. Se echa el pelo atrás con una o las dos manos, dependiendo de su grado de enfado, de su ansiedad, de si tiene ganas de besarte o de matarte. Se ríe como si no le importase nada, achinando los ojos y, casi siempre, derramando alguna lágrima de felicidad. Y uno, claro, se enamora de ella al instante y para siempre... para toda la eternidad.

Ella es lo mejor que hay en el mundo, objetivamente hablando. No se han hecho estudios ni encuestas al respecto porque no hace falta, es una verdad tan palpable que la mera duda ya parece un insulto, una bobada sin sentido, una tremenda falta de respeto hacia el universo.
Se le aclara el pelo en verano y se le oscurece la piel. Cuando su falda ondea al viento dejando ver sus piernas, el mundo se vuelve un lugar mejor. Pasa, de la noche a la mañana, de ser una chica castaña clara a la rubia más despampanante del hemisferio norte. Toma café solo, bebe cerveza en primavera y vino en otoño, como toda persona de bien.


Ella es la prueba de que todo merece la pena, porque en sí misma ya es una razón más que suficiente para levantarte un día más, para andar pendiente por la calle por si, por obra y gracia del destino, te la cruzas en algún lugar. Hace tanto tiempo que la conozco y, sin embargo, no se me acaba de olvidar jamás.

Es del Madrid, como no podía ser de otra forma. La camiseta blanca le sienta como a Gilda el guante o a Audrey el Moon River en aquel balcón. Se enerva cuando no marcamos y disfruta como un niño cuando canta ‘gol’. Es una preciosidad con el diez a la espalda, cuando lleva el siete se me hace una bendición.

Duerme con los ojos entreabiertos y respirando muy muy flojo. A veces, en las horas más intempestivas de la noche, he tenido que pegar mi oreja a su boca para ver si respiraba o no. Se acurruca en mi pecho y, a traición, busca el calor de mi pies para calentar los dos cubitos de hielo en los que se convierten los suyos. No se duerme si no le doy un beso y, extrañamente y desde hace poco, yo tampoco lo consigo si no se lo doy. Hasta ese punto me ha enganchado, imagínense ustedes lo que es esa mujer.

Ella hace buena la frase: “prefiero discutir contigo a hacer el amor con cualquier otra” que Dermot Mulroney popularizó y Maxi Iglesias le robó años después. La verdad es que hace buena todas las frases, todos los textos, todos los libros, películas o canciones. Ella hace bueno un día lluvioso de otoño o el primer lunes después de haber perdido un clásico. Ella es así, lo mismo te cambia de un día de mierda por uno de caricias en el sofá que te hace, al día siguiente y durante el resto de los que te queden, el hombre más feliz sobre la faz de la tierra. Así es ella, así como se lo cuento: bonita, lista, buena, sencilla, brutalmente bella. Ella es así... perfecta.

jueves, 31 de diciembre de 2015

El viejo local

Hay veces que el fin de una etapa coincide con un hecho puntual y preciso que te recuerda que, efectivamente, todo comienza a cambiar una vez más… para bien o para mal. Bien puede ser un tubo de pasta de dientes que se termina o un local vacío, limpio y expectante a una última cena que, como las campanadas de un treinta y uno de diciembre, te vuelven a avisar de que todo, absolutamente todo, va a ser distinto a partir de ahora.

Hoy, después de más de media década junto a él, mis amigos y yo decimos adiós al lugar donde hemos exprimido estos últimos años. Quizá parezca exagerada esa metáfora pero yo les aseguro que no, que no lo es en absoluto. Allí, entre esas cuatro paredes, bajo el manto de un techo desconchado y con el estruendo de unos altavoces a toda potencia y toneladas de inservibles objetos rondando por ahí, hemos vivido los que, sin duda, han sido los mejores años de nuestra vida.

Reímos, lloramos, amamos y odiamos. Tras esa puerta verde que esta noche se cerrará por última vez a las tantas de la mañana, hemos cantado y vibrado, hemos besado y discutido, hemos bailado y bebido, hemos caído y nos han levantado. Nos hemos disfrazado de todo cuanto ustedes podrían imaginar, incluido del río de plata del Belén… que manda cojones.
Hemos comenzado a crecer y, poco a poco, nos hemos dejado una infancia que parecía íntima e inquebrantablemente ligada a nosotros. Allí, en ese local que hoy se cierra se encierra para siempre nuestros últimos años de adolescencia, nuestros últimos amores de juventud, nuestras risas de niños y los primeros coletazos de una madurez a la que muchos tememos llegar.

Por allá han desfilado novios, amantes, prometidos, familiares, amigos y conocidos. Toda persona que alguno de nosotros quisimos en alguna ocasión o amaremos por el resto de nuestra vida recordará alguna fiesta en ese local, alguna tarde de comida o una noche de duro o jaca.
Hemos celebrado graduaciones, nuevos negocios, despedidas y hasta pedidas de mano. Todo, absolutamente todo lo bueno de nuestra vida, ha pasado por allí. Y alguna cosa mala también, como no podía ser de otra manera.

Ahora comienza una nueva etapa en un lugar no muy alejado. Mañana todo será distinto en un local nuevo que nos recibe más crecidos, más maduros, más asentados y más mayores, pero al que le siguen esperando cientos de tardes de cerveza y miles de noches de amistad exacerbada.

En el recuerdo, ese sitio al que sólo tú puedes acceder, quedarán grabados los taburetes rotos, el pestillo del baño que no se terminaba de cerrar, las fiestas del agua, las hogueras en la calle y hasta las broncas con los vecinos. Allí quedará escrito a fuego un episodio del gran libro de la amistad que ha ido forjando con los años el que, sin duda, es el mejor grupo de amigos que el mundo ha conocido. Y yo, un afortunado, podré contar el día de mañana que estuve allí, rodeado de todos ellos desde hace tanto que ni me acuerdo y espero que por mucho tiempo más, escribiendo el siguiente.

Hoy nos despedimos de ti entre gambas, confeti y alcohol. Te dejamos que descanses un poco, pero que sepas que no te olvidaremos y que, sin duda, te echaremos de menos, querido local. Nos has dado mucho, demasiado.
Gracias por cobijarnos todos estos años, gracias por guardar todos nuestros secretos, gracias por ser testigo de excepción de una amistad que se forjó hace décadas y que ya nadie puede separar. Gracias por todo, de corazón. Hasta siempre.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Te aviso

Te aviso que te queda poco tiempo, que puedes correr o esconderte, montarte en un avión, en el coche o subir a un barco y cruzar horizontes de tiempo y espacio hasta llegar al fin del mundo…y más allá.
Te aviso que no hay nada que puedas hacer aunque lo hagas todo, de que no tienes más destino que el que te narro, que ese que te voy a contar en tres, dos, uno…

Te espera una noche de frío en la calle y calor en mi alcoba, de abrigos de piel volando por el aire y pieles desnudas sirviendo de cobijo. Una noche donde el silencio quedará desquebrajado por el sonido de tu ropa rompiendo contra el suelo de mi habitación. Donde ese preámbulo quedará después enmudecido por gemidos de pasión y el eco de nuestros besos a la luz de la luna. Te aviso que mis manos van a surcar tu cuerpo como un barco perdido en medio del océano y después, cuando consiga encontrarse, se quedará varado ahí por el resto de los días. Hazme caso, no te resistas, déjate llevar.

Deja que levante el pelo que cae sobre tu nuca y empiece a besarla despacio, con la tranquilidad que me da saber que el sol aún nos da tiempo, que la noche se alía con nosotros como tenía que pasar hace tanto, como estaba destinado desde el principio de los tiempos y como lleva demasiado tiempo esperando suceder. Las agujas siguen corriendo pero la dirección la marcamos nosotros, así que no hagas muchos planes para el resto de tu vida.


Y acuérdate de lo que te digo: va a pasar.

Tus ojos perdiéndose en los míos, mi boca peleando con la tuya; nuestras manos entrelazadas, nuestros cuerpos fundiéndose, rompiendo termómetros, batiendo récords, parando el tiempo, deteniendo el mundo, enloqueciendo mentes; sabiendo, en definitiva, que todo ha merecido la pena y que tú y yo, como no podía ser de otra manera, teníamos que estar en ese lugar concreto  en ese preciso momento. Apúntate bien esa fecha en la agenda… sea cuando tenga que ser.

Avisada quedas. Ponte guapa, un poquito más que de costumbre. No pongas trabas, déjate mecer por la melodía de tus tacones caminando hacia mí. Piensa que, en poco tiempo, estas palabras se han de convertir en realidad y que esa realidad superará el significado de estas palabras. Olvídate de todo, sólo recuerda lo que te digo: que tú y yo estamos irremediablemente condenados a la mejor de las condenas, que no es otra que pasar el resto de nuestra vida juntos… y mucho más, muchísimo más.
Sal a la calle, encuéntrame o quédate, si te place, en ese bar que sueles frecuentar y yo iré a encontrarte a ti. No hay prisa pero tampoco pausa, como dicen los doctos en esto del amor. El mundo sigue su curso y ya queda un segundo menos para ese momento, y ahora otro menos… y otro menos ahora mismo. Escóndete o sal gritando a la calle, no importa; ponte un vestido amarillo o aguarda en casa viendo la tele, da lo mismo; te voy a encontrar. Y cuando lo haga, o lo hagas tú, sabremos que todo cuanto ha pasado antes dejará de tener importancia y será entonces, después de esa noche, cuando empezaremos a vivir y a darle trascendencia a todo este lío llamado vida.

Avisada quedas. Y ya sabes, el que avisa no es traidor.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Piropos en verso

"Es que hace mucho tiempo que no me dices nada bonito" – dijo apoyándose sobre la encimera de la cocina mirando al infinito, sabiendo que decía la verdad y que no cometía por ello ningún delito.

Él se acercó despacio, la cogió de las manos, le levantó la mirada y con la firme intención de hacerle ver que estaba, por supuesto, equivocada; le contestó con voz tierna, dulce y delicada:

"Tú haces que mis lunes parezcan viernes por la tarde, que le encuentre sentido a una tarde lluviosa de invierno, que viva en un sueño eterno, que sólo piense en ti, que no sepa cuando estoy despierto y cuando estoy durmiendo, que todo este mundo parezca más decente, menos moderno; que tenga, cada mañana, todas las ganas  de vivir. 

Tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Así, tal y como suena, sin adornos y sin mentiras: eres mi viaje sólo de ida, mi casa, mi hogar, mi guarida; la mujer que me ama, me quiere y me cuida; la chica más lista, guapa, buena y divertida. Eres una joya que no merezco, que me es absolutamente inmerecida. El premio gordo de la lotería, un bote del Euromillón o de la Primitiva; mi mujer, mi amiga, mi confidente, mi musa, mi diosa… mi diva.

Me gustan tus ojos, me encantan tus manos, adoro cómo tu pelo cae sobre los hombros y también cómo me frunces el ceño cuando estás enfadada. Suspiro por tu boca y no hay nada que no hiciera por tus besos... Nada de nada. Me enamora tu voz, me excitan tus piernas, me enloquece tu ombligo y me trastorna el modo con el que dices mi nombre cuando me llamas. Me pierde tu piel, me encuentro en tu espalda y de poco puedo presumir más que de que digas que me amas.


Quizá las reiteración de palabras durante todo este tiempo haya servido para que, poco a poco, su significante adormezca tus oídos, es parte de la rutina. Pero no olvides, por favor, que el significado no ha cambiado, sigue presente y no se me olvida. Ese “te quiero tanto como el primer día” grábalo a fuego porque jamás se termina. Y ese otro “te amo más que a ninguna otra mujer que haya existido en este universo”, tenlo presente, es más que un verso, es más que eso: es el testimonio del que no creía y, un día cualquiera, se hizo converso.

Y te digo, por último, que si volviera a nacer acabaría de nuevo aquí, en la cocina de casa, diciéndote esto otra vez. ¿Por qué? Porque no cambiaría nada, ni una ficha en este tablero de ajedrez, ni una de mis cagadas, ni una sola idiotez. Volvería a hacer lo mismo, del derecho y del revés, para tener la certeza absoluta de que paso contigo mi infancia, mi juventud y mi vejez. Nadie en este terco planeta puede presumir de ser, como tú, a la única que no miento cuando digo: te quiero menos que mañana, pero mucho más que ayer". 

domingo, 25 de octubre de 2015

Domingo

Sólo hay algo más triste que la mañana de un lunes: el anochecer de un domingo.

La gente siempre recurre al retemblar del despertador del primer día de la semana para volcar sobre él su mal humor, para injuriar durante toda la mañana recordando lo bien que se estaba en la terraza del bar, en el comedor de aquel restaurante o, simplemente, bajo las sábanas de la habitación. Sin embargo, ese instante es sólo la culminación de horas y horas del lamento mudo en el día de antes, de un pensamiento que te acompaña durante toda la jornada del domingo y que, aunque no lo escuches, no para de susurrarte al oído ese "disfruta, que esto se acaba" que tantísimo dolor produce.

El domingo es el día nacional de la resaca, de los partidos de fútbol y del sofá. Es el día en que más horas se duerme, el día en que se hacen juramentos vanos sobre qué cosas no volveremos a hacer o el momento en que más paellas, cocidos o lentejas se comen en todas las casas de este país. Uno intenta disimular el amargor del whisky en la lengua de alguna boca engañada la noche anterior. Se bebe tanta agua por hora que cualquier médico de cabecera podría llegar a tildarlo de peligroso. Se ama mucho, ya sea física o metafísicamente, y se sueña más con lo que se ama de lo que normalmente se suele hacer. La necesidad de cariño se torna apremiante y se escriben los mensajes más bonitos de la semana, los más sinceros, los más profundos, los más lujuriosos y los más románticos. Aunque después podamos arrepentirnos de ello.
El domingo nace como el último día de libertad plena y muere volviéndote a traer la desolación de la monotonía diaria. La belleza de la mañana contrasta con el desánimo que supone ver esconderse el sol tras el horizonte, ahora, una hora antes de lo acordado... Para joder más la marrana. 


Los pensamientos, envueltos en un manto de redundancia, regresan a tu cerebro recordándote ese informe inconcluso que quedó en la mesa del despacho, la bronca del jefe que está por llegar, las largas colas de coches que habrá que aguantar y la enorme cuesta de cinco días que se avecina a pocas horas vista. Las sonrisas del viernes van quedando opacadas por las caras largas y llega un instante, a eso de las diez y media de la noche, que las conversaciones se enmudecen y únicamente se consigue escuchar el sonido de la televisión, la radio o el tráfico del exterior. El languidecer de un domingo es, con creces, el momento más melancólico de la semana. 

Por eso, una vez, alguien me aconsejó que al domingo había que encararlo con calma, con templanza y con meticulosidad. Que ese día sagrado se regía por una norma clara y concisa: "no pisar la calle y disfrutar de todo lo que te hace feliz”. Que había que guarecerse bajo una manta con un par de buenas películas, una botella de agua y, si tienes mucha suerte, agarrado a la cadera de una bonita mujer. Me dijeron que a Dios había que honrarlo disfrutando de las cosas más bellas de la vida y creo fervientemente que es uno de los mejores consejos que me pudieron dar.
Mañana, lunes, volveremos a ser almas en pena desfilando hacia la rutina pero, mientras tanto, disfrutemos de un domingo más que se nos va. No perdamos de vista que este domingo nunca volverá y tampoco que, por suerte, otro distinto está a sólo seis días de camino. Quizá eso sea lo mejor que nos da la vida: la certeza de que, casi siempre, tenemos una segunda oportunidad.